martes, 11 de junio de 2013

Epitafio del planeta Tierra

Grito el nombre de esa que todavía soy y el sonido brota entre los escombros del piso superior, avanza por las calles desiertas, trepa por las ruinas del Paseo del Prado y se alarga al chocar contra el bronce de Velazquez que mira impasible desde sus ojos vacuos. Se pierde al fin entre las rejas del jardín botánico habitado únicamente por el inmenso ciprés que se yergue en este cementerio global como último testigo de vida.

Permanezco en lo único que ha sobrevivido de nuestra casa,  rodeada de todos los objetos que amamos: tu sillón de orejas desvencijado, la colección de piedras, la cama que fue cómplice de gritos y susurros, el viejo exprimidor de naranjas que sudaban sangre, la máquina Singer de la tatarabuela Carmen (que aún funciona),  las fotos sepia de las vidas que fuimos y que fueron…

He bajado a este sótano/cámara mortuoria lo que quiero que perdure en el tiempo, lo que quizá pueda disculparnos ante otros mundos por la destrucción definitiva del nuestro. Contar a los que vengan que hubo amor antes, durante, y después del desastre, aunque quizá no fue bastante.

Los libros me rodean como las alas de un ángel laico protector y todas las historias contenidas me hablan desde los estantes como un coro que me acompañará en la despedida. Voces que me hicieron más feliz y mejor.

Estoy reclinada en la tumbona de rayas amarillas que acunó mis días de sal y mar y he abierto la sombrilla para tapar un sol que ya no existe. Me he vestido con la vieja bata de flores desvaídas y he guardado en el bolsillo una nota con el último verso de Machado que superó el dolor del destierro y la muerte: “Estos días azules y este sol de la infancia”.

Soy la última en marcharme y lo hago viendo las viejas películas:  Amelie hundiendo la mano en un saco de legumbres, haciendo rebotar las piedras en el agua y observando las cosas que nadie ve. En “La reina de Africa” Charlie abraza a Rose y Salvatore contempla emocionado en la oscuridad del cine los besos censurados de “Cinema Paradiso”. Los judíos entregan a Schindler el anillo forjado para él con una inscripción en hebreo, proveniente del Talmúd: "Aquel que salva una vida, salva al mundo entero".

Esta es mi idea de la expresión del amor en esta tierra, del amor que no fue suficiente pero fue.

Trago la cápsula y con el último aliento musito los versos de Huidobro:

“Abrid esta tumba:
al fondo se ve el mar”

Nené Ortiz

7 comentarios:

  1. Fiuuuuuuuuu!!! Impresionante!!! Bellisima entrada y,al mismo tiempo, escalofriante!!
    Para tomar conciencia de.todo lo que estamos destruyendo en este viaje loco hacia ninguna parte.

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  2. Esperemos que solo sea un sueño malo, una idea perversa. Yo no quisiera ser la última. Y mucho menos sin tí.

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  3. ¡Maravilloso relato! Impresionada y emocionada me tienes.

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  4. Madre, que decirte que no sepas ya: Eres una maestra increíble, en este caótico pero maravilloso viaje que es vivir.
    Te quiero con todo mi corazón y con todo él, igualmente te admiro.

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  5. Tiene que ser agotador sentir y escribir así de bien...gracias.

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    1. Miguelito, eres un crac. Gracias a tí por leerme y estar ahí, aportando cosas. A ver cuando nos damos un baño en tu casa.

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