viernes, 28 de marzo de 2014

El corazón

Camino del colegio los lápices despuntados suenan dentro del plumier de dos pisos. Un plumier de madera con un dibujo en la tapa corredera de la ratita presumida.
Salgo de casa con el uniforme planchado y el pelo tan estirado que voy a terminar teniendo cara de china. La camiseta me pica un horror y la faja intex se me enrolla en la cintura. La faja en mi casa es obligatoria y tiene la finalidad de abrigar lo que mi abuela llama “la caja del cuerpo”. Según ella, si llevas esa parte resguardada puedes ir con lo demás al aire sin peligro de catarros. Esto, en mi caso, está comprobado empíricamente que no funciona porque yo me los pillo mortales. En inviernos de fríos intensos y grandes nevadas y hasta que se inventaron lo leotardos, fuimos al colegio con calcetines y las piernas desnudas.
Entramos al colegio a través de una puerta verde metálica que se abre a un patio grande en el que hacemos la gimnasia, jugamos al baloncesto, al truquemé, al rescate, a la goma… A la izquierda del patio y subiendo dos escalones aparece una pequeña zona arbolada con un estanque. En su centro se yergue una figura de María Inmaculada y a sus pies, entre trozos de pan, hojas secas y algún envoltorio de caramelo, nadan peces anaranjados.
De abrir la puerta principal, ayudar en tareas del comedor y hacer recados se encarga Consuelito, una niña de las que estudian con beca. Consuelito tiene prohibido llevar uniforme para que no la confundan con “las de pago”. Consuelito es una niña listísima que saca las mejores calificaciones. Escribe con una letra muy pequeña y aprovecha toda la superficie del papel, incluso los márgenes. Ella no pone el punto sobre la i con forma de circulito, ella lo pone normal y corriente.

Consuelito ha llegado a ser una gran cirujana cardiovascular en el hospital Clínico San Carlos de Madrid. Es discreta y eficaz, no alardea, y su función principal es la de reforzar los graves. Consuelito es como el contrabajo en la orquesta.
Consuelito repara corazones de otros porque conoce en carne propia el sentimiento de tenerlo roto.
Consuelito sin embargo no ha tenido que reparárselo a ninguna de las monjas del colegio. Será porque ellas son paces de vivir sin él, como las medusas, los gusanos y los alienígenas.

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