viernes, 28 de marzo de 2014

La sandalia sin tacón

Pinedo, el zapatero, me quiere. Cuando nos persiguen los chicos para tirarnos chinas, él me deja pasar a su taller para esconderme. Me quedo absorta mirando cómo extiende el pegamento en un trozo de cuero y lo coloca sobre la suela estropeada recortando los bordes con la cuchilla. Después, mete el zapato en un soporte de hierro y aporrea la suela con el martillo.
La mesa está llena de celdillas de madera y en cada una hay clavos de distintos tamaños.
-Pinedo: me gusta mucho tu trabajo, cuando sea mayor me haré zapatera.
-Anda, anda, no digas tontadas.
Él saca la tartera del almuerzo envuelta en una servilleta de cuadros azules y un trozo de hogaza dorado y brillante.
-Hoy me ha puesto mi señora tortilla de escabeche. A mí es que el escabeche me gusta mucho.
-Y a mí también.
Pinedo corta un trozo de pan y le pone encima parte de su tortilla.
-Toma hija, verás que buena está.
Lleva en la bota un vino recio de cosechero y me la pasa advirtiéndome que beba solo un sorbito.
En la Rioja los niños probamos el vino desde pequeños. A veces, como merienda, sobre pan macizo con azúcar por encima o en las comidas mezclado con gaseosa o agua. El vino cría sangre y amor y respeto por la tierra que lo pare.
-Pinedo: ¿Tú eres feliz? Yo es que de mayor, aparte de zapatera, quisiera ser feliz.
-Pues, hija de mi vida, será mejor que te pongas ya a ello porque yo lo veo la mar de difícil. Igual estudiando…
-Pinedo: ¿Tú crees que mi madre resucitará si estudio y me como siempre las lentejas sin rechistar?
Pinedo pasa su mano por mi pelo con una ternura que desmiente su aspecto rudo y le pone los ojos brillantes.
-¡Cosas más raras se han visto, oye! Tú, mientras resucita, ponte a estudiar y eso que te llevarás por delante.
Me despide con una sonrisa forzada mientras se limpia una lágrima con gesto rápido.
Al salir me cruzo con una señora que lleva mal envuelta en papel de periódico una sandalia blanca sin tacón.

(Hasta en las infancias más tristes (y quizá sólo en estas) existe un “Portuga”*, un personaje adulto que nos consuela con su sola presencia. Un cómplice en el mundo de los mayores capaz de ver lo solos, temerosos, inseguros y culpables que nos sentimos por el hecho de ser niños.
La infancia es, a veces, un lugar deshabitado, un espacio en el que buscarse a través de la nada y en el que existimos en la medida en que somos amados.
Un tiempo al que, a pesar de todo, quisiera en ocasiones volver sólo para encontrarme con Pinedo, el zapatero amable de mi calle y contarle que un instante de mi felicidad le pertenece).

*Personaje de la novela “Mi planta de naranja-lima”. J.M. Vasconcelos.

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