jueves, 26 de junio de 2014

Más de un cariño

El río que pasa por el pueblo de Luci se llama Tobillos y hace honor a su nombre porque el agua no te llega más arriba, salvo en algunas pozas que usan las mujeres para lavar la ropa. El Tobillos se abre paso entre farallones de piedra donde anida el buitre leonado. Por el camino pasa un hombre conduciendo una motocicleta que lleva sobre el manillar un atado de hierbas. Se apaga el rumor de su paso y retornan los sonidos del campo: el agua sobre las piedras y el canto de un autillo que consigue poner nerviosas las orejas del perro que se llama “Moro” porque es negro.
Cuando regresamos del río la madre de Luci nos recibe en la cocina. En la lumbre baja, y un poco apartado, hierve un puchero de garbanzos con bacalao y en una sartén honda, sobre una trébede, se cuaja una tortilla. De las vigas del techo cuelgan los chorizos y las morcillas que aún quedan de la pasada matanza.
La madre de Luci es gallega, de Cariño, un pueblo que pertenece a la comarca de Ortegal. El padre de Luci la conoció en El Ferrol, donde él hacía la mili y ella servía. La madre de Luci, canta mientras aviva el fuego:
- "Vexo Vigo, vexo Cangas, tamén vexo Redondela, vexo a Ponte de Sampaio, camiño da miña terra".
Ella no volvió a su tierra, pero sigue escuchando en su corazón las campanas de Bastavales.
La madre de Luci tiene un arca en la que guarda sus tesoros: el camisón de boda que le cosió su madre y que quiere le sirva de mortaja, un rosario de azabache y una caja con pañuelos bordados con la inicial de su nombre. Lo que más valora de sus pertenencias es un embudo de plástico y un impermeable de plexiglás, materiales casi desconocidos en el pueblo. También guarda los dientes de leche de Luci en una cajita de pastillas Valda y una estampa de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros.
A la caída de la tarde nos acercamos a llevar la merienda al padre de Luci. En la parte de la huerta más expuesta al sol arregla las cañas por las que van trepando las judías. Se acerca y nos señala un brote entre la hierba.
-Estas no dan trabajo porque salen solas, son collejas y aquí tenemos costumbre de guisarlas como cualquier verdura. Están buenas.
Uno de los arbolitos de la linde luce airoso en una de sus ramas una cura de vendas de hospital.
-Es un injerto. Verde-Doncella y Reineta. Veremos qué sale.
El cubo al chocar contra la superficie del agua hace brotar del pozo un eco de frescura en este secarral castellano de mediados de Agosto. Es un agua gorda, salina, tiene casi cuerpo de vino y hace pasar el bocadillo de tortilla que nos comemos bajo la parra.
La noche va cayendo sobre los cerros y las primeras estrellas apuntan en el cielo. Por el camino de vuelta a casa jugamos a las adivinanzas:
-“Yo los sesos me devano y en pensar me vuelvo loca: la suegra de mi cuñada, qué parentesco me toca”.
El padre de Luci me lleva subida en su espalda “a la pela” y yo acerco mi boca a su oído y le digo bajito:
-Yo le quiero mucho a usted, señor Juan José. Mucho.
Y era cierto.

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