El río que pasa por el pueblo de Luci se llama
Tobillos y hace honor a su nombre porque el agua no te llega más
arriba, salvo en algunas pozas que usan las mujeres para lavar la ropa.
El Tobillos se abre paso entre
farallones de piedra donde anida el buitre leonado. Por el camino pasa
un hombre conduciendo una motocicleta que lleva sobre el manillar un
atado de hierbas. Se apaga el rumor de su paso y retornan los sonidos
del campo: el agua sobre las piedras y el canto de un autillo que
consigue poner nerviosas las orejas del perro que se llama “Moro” porque
es negro.
Cuando regresamos del río la madre de Luci nos recibe en
la cocina. En la lumbre baja, y un poco apartado, hierve un puchero de
garbanzos con bacalao y en una sartén honda, sobre una trébede, se
cuaja una tortilla. De las vigas del techo cuelgan los chorizos y las
morcillas que aún quedan de la pasada matanza.
La madre de Luci es
gallega, de Cariño, un pueblo que pertenece a la comarca de Ortegal. El
padre de Luci la conoció en El Ferrol, donde él hacía la mili y ella
servía. La madre de Luci, canta mientras aviva el fuego:
- "Vexo Vigo, vexo Cangas, tamén vexo Redondela, vexo a Ponte de Sampaio, camiño da miña terra".
Ella no volvió a su tierra, pero sigue escuchando en su corazón las campanas de Bastavales.
La madre de Luci tiene un arca en la que guarda sus tesoros: el camisón
de boda que le cosió su madre y que quiere le sirva de mortaja, un
rosario de azabache y una caja con pañuelos bordados con la inicial de
su nombre. Lo que más valora de sus pertenencias es un embudo de
plástico y un impermeable de plexiglás, materiales casi desconocidos en
el pueblo. También guarda los dientes de leche de Luci en una cajita de
pastillas Valda y una estampa de la Virgen del Carmen, patrona de los
marineros.
A la caída de la tarde nos acercamos a llevar la merienda
al padre de Luci. En la parte de la huerta más expuesta al sol arregla
las cañas por las que van trepando las judías. Se acerca y nos señala un
brote entre la hierba.
-Estas no dan trabajo porque salen solas,
son collejas y aquí tenemos costumbre de guisarlas como cualquier
verdura. Están buenas.
Uno de los arbolitos de la linde luce airoso en una de sus ramas una cura de vendas de hospital.
-Es un injerto. Verde-Doncella y Reineta. Veremos qué sale.
El cubo al chocar contra la superficie del agua hace brotar del pozo un
eco de frescura en este secarral castellano de mediados de Agosto. Es
un agua gorda, salina, tiene casi cuerpo de vino y hace pasar el
bocadillo de tortilla que nos comemos bajo la parra.
La noche va
cayendo sobre los cerros y las primeras estrellas apuntan en el cielo.
Por el camino de vuelta a casa jugamos a las adivinanzas:
-“Yo los sesos me devano y en pensar me vuelvo loca: la suegra de mi cuñada, qué parentesco me toca”.
El padre de Luci me lleva subida en su espalda “a la pela” y yo acerco mi boca a su oído y le digo bajito:
-Yo le quiero mucho a usted, señor Juan José. Mucho.
Y era cierto.
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