Volvemos del pueblo de Luci llenas de
mataduras y picaduras de pulgas. En el coche de punto traemos tántos
bultos que ha tenido que venir a recogerlos el empleado de la zapatería
Lezana que tiene un carrito de mano. La madre de Luci ha preparado cestas con huevos, hortalizas y un cordero desollado que no tenía nombre.
Mamá, aprovechando que nos habíamos ido, ha pasado veinte días haciendo
excursiones y recorriendo los santuarios más famosos de España, Francia
y Portugal: Madrid, Monasterio de Piedra, Zaragoza, Barcelona,
Monserrat, Lyon, Orleans, Lourdes, Burgos, Salamanca, Fátima y Lisboa.
Le ha traído una vajilla de Duralex a mi tía pero el tío Miguel dice que
eso de comer en cristal no le va, que parece que comes en el mantel.
-Tu abuela dice que vayas con la libreta.
En la cocina, bañada por el sol y entre cacerolas humeantes y nubes de
vapor, la abuela trajina ataviada con un delantal blanquísimo.
-Abuela, huele de muerte ¿Qué estás guisando?
-Menestra.
-¡Virgen de la Vega! Entonces no comemos hasta las mil y tengo un hambre terrible.
Me alarga barquitos de pan mojados en la salsa y compartimos un vaso de vino mezclado con gaseosa Peña.
-Venga, coge el cuaderno y apunta la receta. Así cuando seas mayor te acordarás de tu abuela y tu marido, si te casas, más.
-Lo primero que tienes que hacer es poner a pochar en la cazuela
bastante cebolla, dos dientes de ajo y sal. Cuando este bien pochado,
echas los trozos de cordero lo remueves todo y añades agua y vino blanco
–las dos cosas en poca cantidad- también pones guisantes y lo dejas
hervir hasta que esté tierna la carne. Mientras tanto, se rebozan en
harina y se fríen espárragos de lata y verduras que habrás hervido
antes: pencas de acelga, alcachofas y coles de Bruselas. Hay que rebozar
y freír también, después de hervirlos, sesos de cordero y lechecillas.
Después, en una cacerola más grande vas colocando una capa de cordero y
encima otra de lo que has rebozado y frito. Si quedara corto de salsa,
le añades el caldo de la lata de espárragos. Lo dejas cocer todo a fuego
lento otro rato más y ya está. Para chuparse los dedos.
Esos ratos
llenos de luz, aromas y sabores quedaron en mí para siempre. Son un
tesoro. Las únicas lecciones con las que disfruté y aprendí cosas
realmente importantes para la vida.
Me llevaste hasta esa cocina y sus olores. Me hubiera gustado saborear ese tesoro
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