Mi tía Marita ha seguido leyendo a Pereda y
tiene el azúcar descontrolado, así que la acompaño a la consulta de don
Sabino Ardanza y allí nos encontramos con mi vecina Patrocinio. A doña
Patro lo que más le gusta es ir al médico
y jugar al julepe y ganar. Ella presume de sus enfermedades como otros
presumen de coche o de apartamento en Torrevieja. Doña Patrocinio
empieza a contar y no acaba: tuvo sífilis allá por el año cincuenta
(dicen que se la contagió su marido porque se aficionó a una puta de Las
Cortes con la que hacía la carretilla) y se curó con “Neosalvarsán”.
Unos años antes, a punto estuvo de palmarla cuando pilló un tifus
exantemático que la dejo amarilla y exprimida como un limón. También se
contagió de sarna y tuvo las axilas, los pezones y las ingles en carne
viva. Lo único que le calmaba el picor era frotarse el cuerpo con harina
de almortas que le dejaba la piel como a las chinas del teatro kabuki. -Ahora me han descubierto un quiste mesentérico que lo tengo alojado mismamente en el recto. -¡Qué risa! Digo… ¡Qué horror!
Doña Patrocinio suele echar la tarde en la sala de espera de don Sabino
aunque no tenga cita. Allí intercambia tratamientos y aconseja a los
demás pacientes sobre cualquier dolencia. Algunos quedan tan convencidos
que se van sin ver al médico y compran en la farmacia lo que doña Patro
les ha prescrito. A doña Patro le hubiera gustado tener poliomielitis,
como su prima Adoración. -¡Anda, qué burra! -La verdad es que hay personas muy sicalípticas. -Y muy marranas. Eso sobre todo. -Pues, sí; marranas hay un rato. Ahí lleva usted razón.
Al salir del médico mi tía me compra una pelota con una goma que me
anilla en el dedo anular. La hago rebotar contra mi mano diciendo los
nombres de la familia Telerín: Cleo, Teté, Maripi, Pelusín, Colitas y
Cuquín. Cada vez que no acierto con la pelota, comienzo de nuevo con los
nombres. En la heladería Los Italianos mi tía Marita se compra un
cucurucho de dos bolas. -Como se lo digas a tu madre no te llevo más conmigo. Avisada estás.
Las golondrinas salen a esta hora de la tarde y hacen vuelos rasantes
sobre El Arrabal. Se ha levantado un aire que arrastra las primeras
hojas amarillas y hace que las sábanas tendidas en algunos balcones
ondeen al viento como velas de barco. Velas que aún se agitan en el
paisaje de la memoria haciéndome navegar hacia el pasado, hacia mi
infancia, hacia la patria común a la que pertenecemos.
Mi cuerpo es un mal conductor del calor. Es un
hecho. El calor no pasa a través de mí con facilidad; se queda. Y sudo
la gota gorda haciendo ejercicios de escritura y multiplicaciones en los
cuadernos Rubio. Mandar tareas en las
vacaciones es una costumbre muy arraigada en las monjas y en las
familias torturadoras entre las que va discurriendo mi disparatada
educación. A mi tía Marita le ha subido el azúcar y yo creo que es
porque se pasa el día leyendo, en una edición de Aguilar impresa en
papel biblia, las obras completas de don José María de Pereda. Mi tía
Marita es cursi, pero ella no lo sabe. Dice de sí misma que es rapsoda y
nos mete unas turras de espanto recitando cosas de los Alvarez
Quintero: “Era un jardiiín sonriente; era una tranquiiila fuente de
cristal; era, a su borde asomada, una rosa inmaculada del rosal…” Pone
los ojos en blanco y se lleva las manos hacia el pecho generoso en el
que bascula una cruz de granates que parecen gotitas de sangre. Mi
tía Marita lleva los sostenes y las bragas de seda. A mi tía Marita, se
conoce que para compensar las mieles de otras lecturas, suele comprar El
Caso y disfruta leyéndome las noticias: -Mira, aquí dice que la
nena Josefina Vilaseca murió degollada como una santita de retablo.
“Queriendo Josefina borrar todo resto de su lucha con la muerte, quiso
que su madre se ocupara un poco de su aseo personal y que sujetara su
cabello con lacitos”. Josefina, por lo visto, era pelirroja. -¿Y degollada y todo le dio tiempo a pedirle todas esas cosas a su madre? -Igual la degollaron poco a poco. -¡Ah! Mi madre aparece vestida con un traje ligero y topolinos de suela de corcho. -Si has terminado los deberes, ponte el bañador que bajamos al río.
El sol está ya muy alto y los pájaros apenas cantan en este calor del
mediodía. Tendemos las toallas bajo la sombra de los chopos y mamá me
embadurna con Nivea. Lleva un discreto bañador con faldón y mi tía
Marita uno sin tirantes y un gorro de baño adornado todo de margaritas.
Algunas chicas jóvenes llevan bikini, pero son las menos. Sobre el tema
del bikini ha salido una canción que todo el mundo conoce este verano:
"Itsy Bitsy Teenie Weenie Yellow Polka Dot Bikini".
Yo tuve,
años más tarde un bikini de lunares amarillos como el de la canción,
pero lo demás había desaparecido disuelto en la memoria de los días sin
sol.
Volvemos del pueblo de Luci llenas de
mataduras y picaduras de pulgas. En el coche de punto traemos tántos
bultos que ha tenido que venir a recogerlos el empleado de la zapatería
Lezana que tiene un carrito de mano. La madre de Luci ha preparado cestas con huevos, hortalizas y un cordero desollado que no tenía nombre.
Mamá, aprovechando que nos habíamos ido, ha pasado veinte días haciendo
excursiones y recorriendo los santuarios más famosos de España, Francia
y Portugal: Madrid, Monasterio de Piedra, Zaragoza, Barcelona,
Monserrat, Lyon, Orleans, Lourdes, Burgos, Salamanca, Fátima y Lisboa.
Le ha traído una vajilla de Duralex a mi tía pero el tío Miguel dice que
eso de comer en cristal no le va, que parece que comes en el mantel. -Tu abuela dice que vayas con la libreta.
En la cocina, bañada por el sol y entre cacerolas humeantes y nubes de
vapor, la abuela trajina ataviada con un delantal blanquísimo. -Abuela, huele de muerte ¿Qué estás guisando? -Menestra. -¡Virgen de la Vega! Entonces no comemos hasta las mil y tengo un hambre terrible. Me alarga barquitos de pan mojados en la salsa y compartimos un vaso de vino mezclado con gaseosa Peña. -Venga, coge el cuaderno y apunta la receta. Así cuando seas mayor te acordarás de tu abuela y tu marido, si te casas, más.
-Lo primero que tienes que hacer es poner a pochar en la cazuela
bastante cebolla, dos dientes de ajo y sal. Cuando este bien pochado,
echas los trozos de cordero lo remueves todo y añades agua y vino blanco
–las dos cosas en poca cantidad- también pones guisantes y lo dejas
hervir hasta que esté tierna la carne. Mientras tanto, se rebozan en
harina y se fríen espárragos de lata y verduras que habrás hervido
antes: pencas de acelga, alcachofas y coles de Bruselas. Hay que rebozar
y freír también, después de hervirlos, sesos de cordero y lechecillas.
Después, en una cacerola más grande vas colocando una capa de cordero y
encima otra de lo que has rebozado y frito. Si quedara corto de salsa,
le añades el caldo de la lata de espárragos. Lo dejas cocer todo a fuego
lento otro rato más y ya está. Para chuparse los dedos. Esos ratos
llenos de luz, aromas y sabores quedaron en mí para siempre. Son un
tesoro. Las únicas lecciones con las que disfruté y aprendí cosas
realmente importantes para la vida.
El río que pasa por el pueblo de Luci se llama
Tobillos y hace honor a su nombre porque el agua no te llega más
arriba, salvo en algunas pozas que usan las mujeres para lavar la ropa.
El Tobillos se abre paso entre
farallones de piedra donde anida el buitre leonado. Por el camino pasa
un hombre conduciendo una motocicleta que lleva sobre el manillar un
atado de hierbas. Se apaga el rumor de su paso y retornan los sonidos
del campo: el agua sobre las piedras y el canto de un autillo que
consigue poner nerviosas las orejas del perro que se llama “Moro” porque
es negro. Cuando regresamos del río la madre de Luci nos recibe en
la cocina. En la lumbre baja, y un poco apartado, hierve un puchero de
garbanzos con bacalao y en una sartén honda, sobre una trébede, se
cuaja una tortilla. De las vigas del techo cuelgan los chorizos y las
morcillas que aún quedan de la pasada matanza. La madre de Luci es
gallega, de Cariño, un pueblo que pertenece a la comarca de Ortegal. El
padre de Luci la conoció en El Ferrol, donde él hacía la mili y ella
servía. La madre de Luci, canta mientras aviva el fuego: - "Vexo Vigo, vexo Cangas, tamén vexo Redondela, vexo a Ponte de Sampaio, camiño da miña terra". Ella no volvió a su tierra, pero sigue escuchando en su corazón las campanas de Bastavales.
La madre de Luci tiene un arca en la que guarda sus tesoros: el camisón
de boda que le cosió su madre y que quiere le sirva de mortaja, un
rosario de azabache y una caja con pañuelos bordados con la inicial de
su nombre. Lo que más valora de sus pertenencias es un embudo de
plástico y un impermeable de plexiglás, materiales casi desconocidos en
el pueblo. También guarda los dientes de leche de Luci en una cajita de
pastillas Valda y una estampa de la Virgen del Carmen, patrona de los
marineros. A la caída de la tarde nos acercamos a llevar la merienda
al padre de Luci. En la parte de la huerta más expuesta al sol arregla
las cañas por las que van trepando las judías. Se acerca y nos señala un
brote entre la hierba. -Estas no dan trabajo porque salen solas,
son collejas y aquí tenemos costumbre de guisarlas como cualquier
verdura. Están buenas. Uno de los arbolitos de la linde luce airoso en una de sus ramas una cura de vendas de hospital. -Es un injerto. Verde-Doncella y Reineta. Veremos qué sale.
El cubo al chocar contra la superficie del agua hace brotar del pozo un
eco de frescura en este secarral castellano de mediados de Agosto. Es
un agua gorda, salina, tiene casi cuerpo de vino y hace pasar el
bocadillo de tortilla que nos comemos bajo la parra. La noche va
cayendo sobre los cerros y las primeras estrellas apuntan en el cielo.
Por el camino de vuelta a casa jugamos a las adivinanzas: -“Yo los sesos me devano y en pensar me vuelvo loca: la suegra de mi cuñada, qué parentesco me toca”. El padre de Luci me lleva subida en su espalda “a la pela” y yo acerco mi boca a su oído y le digo bajito: -Yo le quiero mucho a usted, señor Juan José. Mucho. Y era cierto.