Suena la aldaba y corro a abrir la puerta. -Ave María Purísima -Sin pecado concebida. Espere usted un momento que aviso a mi madre. Mamá está en la cocina limpiando vainas (yo espero que sean sólo para la abuela, que anda mal del estómago). En la radio suena: "Me he lavado el vestidito, yo mi blusa me he lavado, lo he dejado muy blanquito, muy sedoso me ha quedado. Porque, porque hemos usado Norit, el Borreguito." -¿Quien es? -El pobre Entonces era normal tener un pobre fijo, de casa. Tan normal como tener cobrador de El Ocaso. -Doña Mª Luisa, hoy traigo berros y caracoles. ¿Le interesan? -No, Ramiro, los caracoles no, pero déjeme usted un manojito de berros. Mi madre le daba siempre unas monedas y dos huevos. Ropa usada no, porque en casa no había más que mujeres. -Mamá: ¿qué hay para comer? -Comida
Mi madre inventó la asertividad. Con esa respuesta quedaba claro que
había verduras. A mí las verduras me gustaban lo mismo que el aceite de
hígado de bacalao que mi madre nos obligaba a ingerir una vez al día:
nada. Con el aceite de hígado de bacalao no había transacción sobre "si
lo tomas te doy una peseta". En este caso el asunto era: si no te lo
tomas te doy una torta. Y te la daba. Las madres de entonces usaban una
pedagogía sensata y eficaz. No como ahora. -Mamá :¿Cuánto me quieres? -Mucho -Pero, ¿cuánto es mucho? -Muchísimo -Pero, ¿cuánto es muchísimo? -Hasta el cielo -Bueno, vale. -Pero hoy te comes las vainas como yo me llamo Mª Luisa. Las madres son tan insobornables como... ¿como quien?
Marisol Centeno es puerca y está rubia.
Marisol no es vecina de portal, sino de la casa de al lado. Su
dormitorio da, pared con pared, con el mío. Marisol no se quita la bata de boatiné ni para bajar a la tienda de coloniales de Manolita. -Ponme ciento cincuenta de migas de atún, que hoy voy a poner tortilla de escabeche. Marisol le alarga a Manolita un tazón de loza para que le eche las migas con un poco del caldo y, la huevera. -Quiero media docena de los gordos. El otro día me salieron tres con dos yemas.
Marisol se lleva también media bacalada y medio litro de aceite a
granel para el pil-pil y para seguir adornando de lamparones la pechera
de la bata. Marisol saca del bolsillo el monedero y se le cae al
suelo la horquilla que lleva siempre para urgarse los oídos. Para
Marisol es ése un órgano fundamental que debe mantener libre de cerúmen y
cascarrias. Marisol se pasa él día con la oreja pegada al tabique a ver
lo que pilla. Con este sistema, ella sola se ocupa de mantener a las
dos comunidades enfrentadas. Catorce y dieciseis de la misma calle del
Pez son territorios en guerra, como Rusia y EEUU. -Patrito, la del catorce, esa mosquita muerta, se ha liado con un tío casado de Castro Urdiales. -¡Virgensantísima! Ésto es el acabose. Yo no sé dónde vamos a llegar, doña Marisol.
Marisol deja a su vecina Domi con la palabra en la boca y se lanza
escaleras arriba para hacer su ronda de mezquindad e infundios.
-Mira, Lolilla, que no me puedo entretener, pero quería que lo supieras
antes que nadie: Patrito la del catorce casi seguro que está preñada. Marisol da asco. Un asco del que no participa el estómago, sino el alma.
Doña Patrocinio, además de en el segundo
izquierda, vive instalada en la queja como otros viven instalados en
Logroño o en Babia. Doña Patrocinio, de lo que tiene cualquiera ella siempre tiene más. -¡Ay, doña Patro, hoy estoy que no hago carrera de mí. Se me ha puesto un dolor aquí, en tal parte, que no me deja ni respirar. -A tí te daba yo mis males para que vieras lo que es bueno. Y aquí empieza a enumerar males y éso es el cuento de nunca acabar. -¡Pues sí que está usted fastidiada, otros con menos están criando malvas! Doña Patrocinio se saca el pañuelo del seno y se pasa una esquinita por los ojos para secar unas lágrimas inexistentes. Doña Patrocinio cuando se quita las gafas de culo de vaso se le ven unos ojos desorbitados y miopes, como de loca. Su hija Patrito es quien hace las faenas de la casa y sufre en silencio las quejas de su mamá.
Patrito nació ya soltera a pesar de tener buen cuerpo y una cabellera
espesa y negra que siempre lleva recogida en un moño, por modestia y
porque se lava poco el pelo. -Si te lavas la cabeza teniendo la regla, se te puede cortar y te mueres.
Patrito lleva medias indesmayables, por las varices y bajo la blusa un
escapulario de la Virgen del Carmen. Es muy habilidosa y cose ella misma
su ropa en la máquina Singer. También teje a ganchillo perritas Marilín
que quedan muy bonitas sobre la televisión. Patrito canta a media voz mientras sacude las alfombras -"Él llegó en un barco de nombre extranjeroooo..." Patrito entona con un sentimiento hondo, como ahogada de amor imposible.
Purita Dupont, vive en el tercero interior y la mayor parte del día se lo pasa en la cama debido a las jaquecas. Ésto de los dolores de cabeza le viene de familia porque doña Purificación Rufete, su madre, las padeció terribles hasta que el
señor se la llevó un día de Reyes a consecuencia de una caída tontísma.
Bueno; pues resulta que doña Purificación tenía la mala costumbre de
echarse para atrás en la silla, poniendo ésta en equilibrio sobre las
patas traseras y una tarde, de visita en casa de su prima Toñi que se
pasaba la vida dando cera al suelo, se escurrió hacia atrás y se rompió
la crisma. Estos accidentes debían ser entonces bastante comunes, porque mi madre no paraba de advertirme sobre lo fácil que era matarse.
Como iba diciendo; la pobre Puri sólo salía de la cama para bajar a la
farmacia a comprar Piramidón y, cuando cedía la migraña, para poner
discos de zarzuela y preparse el almuerzo. Como presumía de padre
francés, solía comer lenguado meniere y sopa bullabesa. A mi abuela le
gustaba invitarla cuando guisaba caracoles sólo para oírla decir: ¡Ay,
doña Presen, ces escargots sont magnifiques! Puri daba a la
escalera un aire parisino, aunque ella lo más cerca que estuvo de
Francia fue en un viaje a Lourdes para ver si la Virgen la curaba y, de
paso, para comprar una vajilla de Duralex. A Puri, regresando, la
atropelló un expreso en el transbordo de Hendaya por bajarse a comprar
sobaos y cruzar las vías sin mirar. ¡Hay que ver qué razón tienen siempre las madres!
-Le tira la sisa -Esfate quieda, forque afí no fuedo frobarte
La modista hablaba sujetando alfileres entre los labios y a mí me daba
mucha grima. Además en mi familia éramos muy aprensivos con esos temas
(y con los demás también). -Una vez a una niña se le clavó una aguja y se le metió en el torrente sanguíneo y desde ahí; ¡zas!, al corazón. Muerta la pobre.
Así que cuando estabas cosiendo y se perdía la aguja, se desataba una
búsqueda histérica que no acababa hasta encontrarla. A veces el asunto
adquiría tintes tremendos y acababas desnudándote entera. El Domingo
de Ramos era día de estreno y ese año mi madre me había tejido una
chaqueta de angorina a juego con el vestido que me estaban haciendo y
que me tiraba de la sisa. Ese día de fiesta solía ser un drama
porque a mí me gustaban las palmas rizadas con rosquillas colgando y mi
madre me obligaba a llevar una lisa y más alta que mi cabeza. Siempre me
quedó esa carencia y quizá eso explique algunos de mis desarreglos
alimentarios. -Mamá este vestido es cursi -A tí si que te voy a dar yo cursi (Críptica respuesta materna) -Yo quiero unos pantalones de campana rojos -Y un jamón con chorreras (Otra respuesta críptica y muy común) Salíamos de la modista y mi madre me compraba un bollos de mantequilla y una chocolatina rellena. -Vale; pero yo ese vestido no me lo pongo ni aunque me maten. -No me des ideas hija, no me des ideas. A veces las madres tienen respuestas inteligentes que se entienden muy bien.