Bajo el alero del tejado hay un nido de
golondrinas primoroso y redondo como un bollo. Sus dueñas andan de viaje
todavía. Sin embargo, en el de las cigüeñas del tejado del casino hay
un trajín que convida a mirar: la pareja
arregla el cristo que liaron los vientos y las nieves del invierno que
no respetaron su residencia y la dejaron echa una lástima.
La
tarde está cayendo y es agradable comprobar que son las siete y todavía
hay claridad. Los días van alargándose y sobre la Sierra de Toloño baja
una luz azul como de mar florido.
Respira el campo y respira
mi pecho liberado al fin de la coraza de la camiseta de punto que abriga
de los fríos. Una camiseta que se parece mucho a una prótesis, algo que
no me salva y me hace débil. Mis miembros largos y sin armonía se alzan
hacia la vida como los pajarillos en el nido y desde mis diez años
crece dentro de mí una razón de ser, empecinada, una apuesta obstinada
por la vida.
Voy camino del quiosco, a cambiarle novelas a mi abuela. Conozco todas por las portadas. -Joaquina, traigo cuatro para cambiar. -… -Ésta ya la ha leído.
-A ver éstas: “Cuando el amor se aleja”, “Siempre tuya”, “Verano en
Nápoles”…. Hija: ya no sé qué sacarte, tu abuela se ha leído medio
quiosco. -Me ha dicho que la que diste el otro día era muy
emocionante. Que; ojito los dinerales que podía haberse llevado si se
casa con el argentino embustero y vividor, pero ella prefirió al pobre,
por honrado y de Burgos.
-Sí maja, sí. A tu abuela le daba yo emociones fuertes. Alabadoseadiosrecoñabenditaqueasco.
La se señora Joaquina utiliza esa frase para desahogarse, como otros se
alivian diciendo: “Váyase usted a la mierda”, o “que le folle a usted
un pez”. La señora Joaquina tiene un marido fumista y borracho, que le
saltó un ojo tensando la varilla de un paraguas, un hijo con paralís, y
una casa sin retrete. La señora Joaquina está cansada de vivir, pero no
se tira del puente porque le da vértigo.
La
penumbra hay ido ganando espacio y ya han encendido la farola de la
esquina. Entre las casas de la calle Santa Lucía se deja ver un trozo de
cielo hecho jirones malvas y rojizos.
Subo la escalera sin
encender la luz, dejándome guiar por el pasamano y contando los
escalones. Sé cuántos hay en cada tramo, así que no hay peligro de
tropezar. Veo una silueta de un gato que está tumbado sobre la claraboya y, por un momento, deseo que se rompa el cristal y caiga por el hueco de la escalera.
La radio está dando la noticia de que S.E. el Jefe del Estado,
acompañado de su esposa y del Vicepresidente del Gobierno y señora de
Muñoz Grandes, presiden la sexta demostración sindical celebrada en el
Estadio Santiago Bernabéu. También anuncian que en el Teatro Apolo, de
Madrid, Rosita Tomás estrena “Espérame en el cielo” con Luis Cuenca y
Pedrito Peña.
-.. Ésta ya la he leído. -Bueno, abuela, pues la lees otra vez. Has leído tantas que todas las portadas me parecen iguales. -¿Me has comprado los “Alcalinos Gelos”?
-Eso: te inflas a comer caracoles con la vecina y luego lo quieres
arreglar con polvitos. Te has tomado ya como doscientos litines… Te van a
dar unos gases que te vas a tener que atar a la cama para no salir
volando. -Pero: ¿La oye usted, Luci? ¡Déspota, que eres una déspota! -Y tú una pedorra. …. -Abuela: cuéntame el cuento de María Sarmiento, la que fue a cagar y se la llevó el viento.
Y me contaba el cuento mientras yo miraba encandilada su pelo blanco
con reflejos azules y la noche caía sobre la casa de El Arrabal, 14.