Bajo el alero del tejado hay un nido de
golondrinas primoroso y redondo como un bollo. Sus dueñas andan de viaje
todavía. Sin embargo, en el de las cigüeñas del tejado del casino hay
un trajín que convida a mirar: la pareja
arregla el cristo que liaron los vientos y las nieves del invierno que
no respetaron su residencia y la dejaron echa una lástima.
La
tarde está cayendo y es agradable comprobar que son las siete y todavía
hay claridad. Los días van alargándose y sobre la Sierra de Toloño baja
una luz azul como de mar florido.
Respira el campo y respira
mi pecho liberado al fin de la coraza de la camiseta de punto que abriga
de los fríos. Una camiseta que se parece mucho a una prótesis, algo que
no me salva y me hace débil. Mis miembros largos y sin armonía se alzan
hacia la vida como los pajarillos en el nido y desde mis diez años
crece dentro de mí una razón de ser, empecinada, una apuesta obstinada
por la vida.
Voy camino del quiosco, a cambiarle novelas a mi abuela. Conozco todas por las portadas.
-Joaquina, traigo cuatro para cambiar.
-…
-Ésta ya la ha leído.
-A ver éstas: “Cuando el amor se aleja”, “Siempre tuya”, “Verano en
Nápoles”…. Hija: ya no sé qué sacarte, tu abuela se ha leído medio
quiosco.
-Me ha dicho que la que diste el otro día era muy
emocionante. Que; ojito los dinerales que podía haberse llevado si se
casa con el argentino embustero y vividor, pero ella prefirió al pobre,
por honrado y de Burgos.
-Sí maja, sí. A tu abuela le daba yo emociones fuertes. Alabadoseadiosrecoñabenditaqueasco.
La se señora Joaquina utiliza esa frase para desahogarse, como otros se
alivian diciendo: “Váyase usted a la mierda”, o “que le folle a usted
un pez”. La señora Joaquina tiene un marido fumista y borracho, que le
saltó un ojo tensando la varilla de un paraguas, un hijo con paralís, y
una casa sin retrete. La señora Joaquina está cansada de vivir, pero no
se tira del puente porque le da vértigo.
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