miércoles, 2 de abril de 2014

Por huevos

   En Calatayud preguntas por la Dolores y te sueltan dos guantadas. Y es que hay cosas que hartan, como la mayonesa y el botillo de León. Mi madre, por ejemplo, es especialista en hartarse. Sobre todo de mí. Yo, sin embargo, nunca puedo hartarme de las cosas que me gustan; no me dejan. Sin embargo si me hartara de estudiar estarían contentísimos. Estas son cosas misteriosas que parece que no entenderé hasta cuando sea padre y coma huevos, cosa más misteriosa aún, porque igual llego a ser madre, pero padre…
   Una de las cosas de las que me hubiera hartado hasta morirme explotando eran los huevos al colchón, con su abriguito de bechamel, que preparaban las monjas. Eran como una croqueta plana con el huevo frito en su interior. De hecho, las he perdonado por los huevos. Únicamente. Sólo.
  En mi casa los huevos de guardan en la fresquera, que es  un armarito abierto al patio debajo de la ventana de la cocina y protegido de las moscas por una tela metálica.  
  Hay otros huevos de los que no se puede hablar como de los del caballo de “El Espartero” que está en Logroño y de los de Jacinto, el novio de Luci.
   Jacinto, usa sandalias con calcetines y se peina una barbaridad. Cada dos por tres, saca del bolsillo posterior del pantalón un peinecito de carey y se da un repaso a todo el cráneo. Sostiene el peine de un extremo con mucha elegancia, y lo va arrastrando desde el nacimiento del pelo hasta el cogote con una rapidez y maestría que deja a Luci muda de admiración.
   -¡Es que mi Jacinto en viéndole peinarse ya sabe una lo que vale! ¡Menudos huevos bien puestos tiene mi Jacinto!

   -Mamá: este huevo está poco frito, la clara tiene moco.
   -Esta Luci; mira que se lo tengo dicho. ¡Que harta estoy, Dios mío!
   -Sin embargo, dice que su novio los tiene muy bien puestos.
   -Mamá me lanza una mirada furibunda y hace mutis con el plato hacia la cocina.
   El tito Agustín, aparte de la cabeza, también está mal del hígado y le dijo el médico que los huevos ni tocarlos y él se parte de risa diciéndome bajito antes de que vuelva mi madre de la cocina: “Yo los huevos ni tocarlos, yo los huevos ni tocarlos…”
   Tampoco lo entiendo, pero creo que será mejor callarse y no preguntar porque este asunto de los huevos es un lío que si te dejas llevar puede hacerte perder la razón como al tito Agustín.

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