La peluquería de don Abelardo Murgoitia huele
al líquido de las permanentes y al perfume que usa él (según mi abuela,
de mujer). Don Abelardo lleva el pelo de un negro violento y gasta un
bigotito recortado al estilo de Doménico
Modugno. Don Abelardo, los domingos va al fútbol no porque sea
aficionado a este deporte, sino para verles las piernas a los jugadores.
-Abelardo: ¿Sabe usted si viene hoy a peinarse doña Elvira?
-Claro que sí, doña Mª Luisa, ya sabe usted que mañana se le casa la niña.
Doña Elvira tiene un lunar con pelos en la aleta de la nariz y hace un
cloqueo con la garganta de lo más desagradable, como si tuviera siempre
una flema atascada. Doña Elvira tiene una hija gordísima, cejijunta y
renegrida que se llama Clara, y un marido que toca la tuba en la banda
municipal. El novio de la niña se llama Abundio y hacer honor a su
nombre. Abundio se ha librado de hacer a mili por memo y por tener
veinte dioptrías en cada ojo.
-Fíjate, le acabo de preguntar a Abelardo por ti.
Doña Elvira aparece con la cara roja y sudorosa como si le fuera a dar una apoplejía.
-Pues, hija, vengo muerta. Un auténtico viacrucis de tiendas y encargos. Lo último ha sido recoger mi vestido en la modista.
-¿Qué tal ha quedado?
-Una divinidad: la tela es color salmón con un topo marrón. La falda va
con una nesga en diagonal y una lazada en torno al talle. El cuerpo
lleva mangas abullonadas y una pechera toda de entredoses. En el hombro
llevo prendida una camelia de organdí. De tocado llevaré una pamela de
seda salvaje en el tono del topo. ¡El golpe! ¡Voy a dar el golpe!
Mi
madre la mira con cara de estupor imaginándola compitiendo con la tarta
y pensando que el golpe se lo debieran dar a ella por elegir ese
atuendo con sus cien kilos de peso.
-¡Ay, Elvira: vas a parecer Imelda Marcos!
Doña Elvira no capta la fina ironía de mi madre, pero Abelardo desde el espejo guiña un ojo cómplice.
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