DON JACINTO EN EL CASINO
La puerta
del primero izquierda se abre cada tarde a las cinco para dar paso a don
Jacinto que acude a la tertulia del casino. Antes de poner pie en la
calle se santigua y recoloca el pañuelo en el bolsillo superior
de la americana. Don Jacinto siempre sale de casa hecho un brazo de mar
y acompañado de su bastoncito que, más que servirle de apoyo, lo usa
para aparentar un donjuanismo de zarzuela a la que es tan aficionado.
Don Jacinto, como ganó en su día “La flor natural” con su poesía a la
Virgen de la Peña, se las da de orador y, en cuanto don Marcelino le da
pie en la tertulia quejándose sobre la falta de moral de este país
nuestro, don Jacinto arrea con un encendido discurso que le dilata las
aletas de la nariz y le eriza los pelos del cogote: “La sociedad que
ahora se estila, solamente proclama oradores a la turbamulta de
charlatanes sacamuelas que, despotricando por doquier chaparradas de
disparates, expectoran sin vergüenza suciedades contra la moral,
blasfemando contra la religión, infamando los altares, atacando las
instituciones venerandas y calumniando contra todo lo santo, contra todo
lo justo, contra todo lo bueno que la patria encierra. ¡Pobre Europa y
pobre España!”
Don Jacinto hoy está muy subido porque ayer
triunfó con “la Cañailla”, una puta de Sanlúcar de Barrameda que pasa
consulta en Bilbao, en un burdel de la calle de las Cortes. Don Jacinto
permite que “la Cañailla” le llame por su mote: “Solfeo” y, sin embargo
él la llama a ella por su nombre de pila: Carmen.
Don Jacinto,
de haber vivido unos años más, quizá se hubiera casado con Carmen. Los
tiempos cambiaron mucho y en el casino, Germán, el hojalatero afiliado a
la UGT, canta a grito pelado: “Calahorra ya no es Calahoraaaa, que
parece Guasintoooon, tiene obispo y to la hostiaaaaa, casa putas y
frontóooon”
-Vaya. ¡Menos mal que se murió antes!
-¡Y usted que lo diga!
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