La primavera llega de repente, la sientes en
el aire y en la sangre como un mensaje de vida renovada. Las chiribitas
manchan de blanco las praderas verdes y el diente de león asoma en las
cunetas. En las tapias florecen las glicinias y los caracoles
empiezan a asomar trás el invierno. Los mejores se cogen en abril,
porque, como dice el refrán: los caracoles de abril, para mí; los de
mayo para mi amo, y los de junio para ninguno.
-Dile a tu madre que le traeré los primeros, hoy llevo escarolas muy tiernas criadas en mi venajo.
-Mamá: dice el señor Ramiro que lleva escarolas.
-Que deje dos y le dices a Luci que le dé lo corriente y los vestidos tuyos que he dejado en la cocina.
"Lo corriente" son los dos huevos y la peseta. Los vestidos, son los
que ya no disponen de dobladillo que sacar debido a mi crecimiento
constante. Ramiro, da las gracias y pasa sin llamar por la puerta de
doña Patrocinio porque ella tiene otro pobre distinto.
El
uniforme del colegio me queda corto y exhibo mis rodillas llenas de
postillas que me arranco y se superponen a nuevas caídas y desconchones.
Yo me caigo una barbaridad. Es un rasgo de mi personalidad, como la
estatura o el color verde de los ojos. La lazada de la chalina me asoma
por el cogote, los pelos han escapado de la coleta al pegarme con
Conchitin y los calcetines me los han comido los ratones (eso dice mi
abuela cuando los llevo más dentro del zapato, que fuera). Traigo un
chichón en la frente porque me he tragado una farola por andar evitando
pisar raya.
Mi madre me atiza una torta nada más verme y después me aprieta el chichón con una moneda para que me baje la hinchazón.
-Cualquier día, si no te matas tú sola, te mataré yo.
Al final no cumple nunca su amenaza; por pena y por lo que diría la gente, que en este pueblo es muy dada a criticar.
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