Vicentín ha entrado en su casa tirando la
boina al suelo y diciendo que no vuelve a la OJE, que le importa una
mierda quedarse en "flecha" y no llegar a ser "arquero". Lo dice porque
ha recibido estopa del delegado, que le ha escuchado blasfemar cagándose en la Virgen. El tortazo le ha dejado como lelo, del dolor y la humillación.
Vicentín, como siempre, lo paga con el servicio y se pone cargante hasta no poder más.
-Yo no pienso cenar tortilla: quiero una codorniz escabechada.
-¡No te jiba; y yo un mercedes!
-Mira, tía asquerosa, o me pones la codorniz escabechada o le digo a mi madre que le sisas en la compra.
Jacinta lleva sirviendo en la casa más de veinte años y es la única que no se arredra ante Vicentín.
-Mira mierdalsol: la caza es para tu padre, así que: o te comes la tortilla, o no cenas.
Por supuesto, Vicentín tomará no una codorniz, sino dos, que le pondrá su mamá llena de amor y comprensión.
Don Vicente ha vuelto de Zaragoza y le ha traído un adoquín de caramelo
que pesa medio kilo y un bastón, también de caramelo, de fresa y rayas
blancas que andará pesando otro kilo por lo menos. Vicentín tiene casi
todas las muelas cariadas, pero no va al dentista porque no quiere.
Por la noche a Vicentín le dan unas bascas tremendas y echa del cuerpo
hasta la primera papilla. A la luz tenue de la lámpara de la mesilla, la
cara pálida de Vicentín es la de un niño dócil y tranquilo. Una hasta
dejaría un beso tierno en su frente. El corazón de las mujeres es así:
blandito y con poca memoria.
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