Yo me inventé el ser madre, me entregué a ello
como quien prepara una oposición a corazón abierto. Crecí sin padres y
tuve que improvisar, como quien debe preparar un exquisito plato casi
sin ingredientes. Y me salvó el amor, un amor tan salvaje
y primitivo como el de esas lobas que transportan sus cachorros con los
dientes, los mismos con que matan y devoran. Un amor definitivo y
terco, un amor que no merma ni en la distancia ni en lo desatento.
Y
los hijos se van, y una les facilita el paso y se enfrenta a
habitaciones frías donde aún duermen los niños que se quedaron para
siempre dentro. Y una pregunta: dónde se fue ese tiempo tan ligero, por
qué la vida no crece en mi interior al mismo ritmo. Y ellos no están en
este desgranarse de los días y están junto a otros nombres que son su
vida ahora, y compartes los pedazos que quedan, los tiempos permitidos,
los silencios de tu forma de amar: “abrígate, mi amor, come, duerme,
disfruta.:.” Palabras que ahora callas. Y te quedas sin armas , no sabes
cómo estar, inventarte otra vez es tán difícil. Y te vuelcas en este
tiempo nuevo y te dices: es algo bueno ocuparte de ti, de tus años
ganados , de los amigos, del amor maduro. Y lo crees, y lo afirmas con
fe de carbonero… Mientras el centro de tu vida llora un vacío en el que
suenan huecas las palabras.
HERMOSO.SONRIO CON LA BOCA PEQUEÑA.UNA LAGRIMA RUEDA MEJILLA ABAJO Y ADIVINO EL FUTURO NO TAN LEJANO.
ResponderEliminarGRACIAS.
Sí. Yo también lloré escribiéndolo. Un abrazo.
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