Marisol Centeno es puerca y está rubia.
Marisol no es vecina de portal, sino de la casa de al lado. Su
dormitorio da, pared con pared, con el mío.
Marisol no se quita la bata de boatiné ni para bajar a la tienda de coloniales de Manolita.
-Ponme ciento cincuenta de migas de atún, que hoy voy a poner tortilla de escabeche.
Marisol le alarga a Manolita un tazón de loza para que le eche las migas con un poco del caldo y, la huevera.
-Quiero media docena de los gordos. El otro día me salieron tres con dos yemas.
Marisol se lleva también media bacalada y medio litro de aceite a
granel para el pil-pil y para seguir adornando de lamparones la pechera
de la bata.
Marisol saca del bolsillo el monedero y se le cae al
suelo la horquilla que lleva siempre para urgarse los oídos. Para
Marisol es ése un órgano fundamental que debe mantener libre de cerúmen y
cascarrias. Marisol se pasa él día con la oreja pegada al tabique a ver
lo que pilla. Con este sistema, ella sola se ocupa de mantener a las
dos comunidades enfrentadas. Catorce y dieciseis de la misma calle del
Pez son territorios en guerra, como Rusia y EEUU.
-Patrito, la del catorce, esa mosquita muerta, se ha liado con un tío casado de Castro Urdiales.
-¡Virgensantísima! Ésto es el acabose. Yo no sé dónde vamos a llegar, doña Marisol.
Marisol deja a su vecina Domi con la palabra en la boca y se lanza
escaleras arriba para hacer su ronda de mezquindad e infundios.
-Mira, Lolilla, que no me puedo entretener, pero quería que lo supieras
antes que nadie: Patrito la del catorce casi seguro que está preñada.
Marisol da asco. Un asco del que no participa el estómago, sino el alma.
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