sábado, 22 de marzo de 2014

Decido no ir al cielo

(Tengo que decirle a mamá que me guarde la caja de Nivea. La que me dio de pastillas Valda tiene poco peso y no sirve para jugar al truquemé).
Me encuentro con Ana Mari en la Plaza de la Cruz.
-¿Dónde vas?
-A comprar dos barras de tiza. Ayer tuvimos que pintar el truquemé con una piedra de cal y no se notaban las casillas en el suelo.



En la imprenta de Sagredo, una señora, vestida de negro y con una voz estridente, elige recordatorios de muerto. El empleado ha desplegado sobre el mostrador una colección enorme de modelos con orla negra y dorada pero la señora no se decide por ninguno. Así llevan una hora y el empleado muestra signos de estar perdiendo la paciencia.
-¿Qué le parece éste de Jesús crucificado?
-Un poco soso, pero podría valer. Vayamos ahora con el lema.
-Mire, se me ocurre éste. A ver qué le parece: “Crescencio: descansa hasta que volvamos a encontrarnos”.
La señora da el visto bueno sin captar la fina ironía. Yo, mientras tanto, doy vueltas sin parar en el espacio reducido del comercio al ritmo del “chacacha, chacacha…” que hace la enorme máquina imprimiendo menús de “Casa Terete”. Ese sonido y el del almirez siempre me hacen bailar.
-¿Y a ti que te pasa? ¿Te ha dado el baile San Vito? (El empleado me mira con cara de asesino en serie).

Salgo con las tizas en la mano y dejo un surco blanco por toda la fachada. Lo hago como venganza y para hacer méritos de maldad.

De vuelta a casa me ha dado por pensar en que igual, cuando me muera, me reúno en el cielo con la madre Culpógena para toda la eternidad eterna y, entre eso y el baile de San Vito he devuelto toda la merienda.
-Mamá: qué se puede hacer para no ir al cielo.
-Seguir así, hija. Seguir así.

A mí me pasa como a la señora de los recordatorios; que no capto la ironía.