martes, 25 de febrero de 2014

El cobrador de "El Ocaso"

Patrito conoce al cobrador de “El Ocaso” porque repiquetea “una copita de ojén” con la aldaba. Patrito, antes de abrirle la puerta se mira en la cornucopia de la entrada, se recoloca algún mechón rebelde y se pellizca las mejillas para borrar la palidez. El cobrador de seguros se llama Joaquín y gasta bigote fino y zapato de rejilla. Joaquín es de la villa de Castro Urdiales y su señora está enferma de los nervios.
-Pase usted, Joaquín, y así entrará en calor. Le voy a preparar un copita.
-Se agradece, Patrito, se agradece.

La tira de linóleo que cubre la parte central del pasillo brilla como un espejo y el balcón de la salita deja entrar una luz atardecida y lenta. Los muebles son pesados y sobre la televisión hay dos muñecos vestidos de baturros y un toro negro con sus banderillas clavadas. Pañitos de ganchillo resguardan la cretona de los sillones de manos y cabezas y, en la pared, la imagen del Corazón de Jesús escoltada por dos láminas de escenas de caza mantiene en su mano derecha la bola del mundo.

Patrito ayuda a Joaquín a desprenderse del abrigo y la bufanda y los oprime contra su pecho escaso antes de colgarlos en el perchero. Abraza en ellos el vacío de un cuerpo que quisiera suyo, un olor que desea se prenda de su blusa y se quede. Patrito sirve una copa de licor “Triple Seco” y unas pastas que huelen algo a rancio. Sus manos descansan enlazadas en el regazo y sus ojos permanecen bajos, esperando una frase que rompa este silencio que calla tántas cosas.
-Y su mamá qué tal.
-Mal. Es una lacería, la pobre. Ahora está echando su partida de julepe en el piso de al lado.

Joaquín saca un paquete de “Ideales” y pide permiso para fumar. También ofrece a Patrito la cajetilla de “Piper” mentolado que lleva encima para obsequiar a las señoras. Patrito da una calada y se pone a toser.
-¡Uy, qué tonta soy! Fíjese, mentolados y todo que son y aún así me sientan mal.
-Es que usted es una mujer sensible en todos los aspectos, Patrito.
-Y usted que lo diga, Joaquín. Y usted que lo diga.
Ya sabemos que Patrito cantará mañana ahogada de amor imposible y tabaco mentolado.

Mientras tanto, Marisol Centeno (la rubia puerca del portal de al lado), verá salir a Joaquín y correrá a contarlo para ser la primera en ensuciar el trozo de inocencia que aún perdura en el escaso pecho de Patrito.

Los sonidos del día

La casa de El Arrabal además de olores propios tiene también sonidos particulares que se van desgranando con las horas del día, como las campanadas de un reloj que no marcara el tiempo sino el ritmo preciso de la vida.
A las ocho en punto, suena la persiana metálica de la tienda de coloniales y Sebastián va colocando en exposición cerca de la entrada los sacos abiertos de legumbres y la enorme rueda de madera con sardinas arenques doradas y brillantes.
El llavín da tres vueltas y es Luci que regresa con la candaja de la leche. Las astillas sueltan lenguas de fuego ahogadas por la primera paleta de carbón del día. La cocina, con el tiro abierto ruge y calienta el puchero de leche, que ha de hervir para evitar las temidas fiebres de malta. Mamá vuelve de misa y sus tacones golpean cadenciosos las tablas del pasillo.
A las nueve, poco más o menos, abre Amparito su pequeño tabuco del portal. Hoy lleva falda tubo de mezclilla muy gastada y un conjunto de jersey y chaqueta azul claro. El negocio empieza a decaer en cuanto llega el verano y las parroquianas dejan de ponerse medias y sólo llevan a coger los puntos las viudas y las señoras mayores. Para Amparito la llegada del verano es una tragedia.
Suena la falleba del balcón de doña Pepa que saca la jaula de "Colorín" y "Colorina" para colgarla al aire y al sol de las primeras horas de la mañana. Les pone su hoja de lechuga sujeta entre los barrotes y ellos cantan la mar de contentos.
Hoy, desde el portal, sube el sonido de los zurriagazos que le atiza a la lana el hombre que una vez al año viene a rehacer los colchones. La vara de avellano rasga el aire como silbando y se estrella contra los vellones de lana apelmazados, ahuecándolos y haciendo que queden suaves y mullidos. El hombre cose los colchones con una aguja gigantesca y suele acabar su trabajo ya anochecido, justo cuando vuelve a oirse la persiana de la tienda de coloniales para echar el cierre. El sonido de la suma del día.

Escribir

Ante el ordenador,
trás la ventana,
el mar mañanea tranquilo en azules caribes.
El sol se cobra en luz tántos días mojados
y brilla haciendo sombras en los granos de arena.

Yo estoy quieta
esperando que lleguen mis fantasmas

para contar su historia.
 

Con el costado habitado de voces de un pasado
de las que tengo el canto y el silencio.

La soledad de la página en blanco
y un corazón que estalla de palabras
buscando encaje en cortinas de esparto.

Cuestión de olfato

Yo tengo un olfato de perro rastreador y si recorres conmigo a medio día la escalera de El Arrabal 14 alcanzarás a conocer a mis vecinos como si vivieras con ellos. Por el olor se se puede saber casi todo. Por ejemplo hay personas que huelen a muerto vivo, otras huelen a crudo (como los perros húmedos), otras huelen a ahogado y, las más huelen a sudor indeciso y a cansancio. Mi escalera a la una huele por puertas y personalidades, por pobreza, por arte, por destino.

En el principal, la criada de doña Gracita ha preparado la comida preferida de Vicentín: pollo en pepitoria y natillas. Lo sabemos porque a Vicentín le gusta presumir de que él no tiene que esperar al domingo para comer pollo. La gloria seguro que huele como el descansillo de doña Gracita.

Por debajo de la puerta de doña Joaquina en el primero derecha, se cuela un aroma a chicharros fritos con aceite usado. Un olor a pobreza lenta y sin sobresaltos. Don Jacinto, su vecino de descansillo, como es muy higiénico también con la comida suele tomar mucho cardo y borraja que facilitan el tránsito. La casa de don Jacinto huele como las polonesas de Chopin: a tristeza.

Hoy en mi casa, al haber invitados, han preparado menestra de cordero. Un plato concienzudo y trabajoso que huele a fiesta y a flores de alcachofa. En la puerta de al lado, Patrito le prepara a doña Patrocinio sesos a la romana y sopa de picadillo. Doña Patrocinio se queja siempre de que todo le sienta mal y tal vez sea cierto porque hay personalidades que solo digieren lo podrido de la vida.