martes, 21 de enero de 2014

Madre Culpógena

-Madre Culpógena: ¿morderse las uñas es pecado?
-Sólo si se obtiene placer en ello, hija mía.
-¿Y comerse las mondas del queso? Lo digo porque yo obtengo placer en ello.
La madre Culpógena me mira de soslayo dudando sobre si la pregunta es en serio y, acto seguido me manda al último banco de la capilla a revisar mis pecados antes de confesar.

-Ave María Purísima
-Sin pecado concebida.
- Padre Marcial: ¿Es pecado tener ganas de matar?
-¿A una persona?
-No. Sólo a la madre Culpógena
-¿Y por qué quieres matarla?
-Porque no se muere ella sola por sus propios medios.

La madre Culpógena indica con un golpe de su anillo contra el banco los cambios de postura durante el culto. De pié, de rodillas, sentadas... La madre Culpógena es cruel y disfruta haciéndonos desgraciadas.
-Ortiz: si se muere usted esta noche irá de patitas al infierno por toda la eternidad.
-¿Qué he hecho?
-Usted sabrá, jovencita, usted sabrá.

Cuatro esquinitas tiene mi cama
cuatro angelitos que me la guardan.
Señor te pido que se muera la madre Culpógena de muerte natural. Por favor Señor.

El diptongo


-Ortiz: hábleme del diptongo
-Eso no me lo sé. Igual mejor le hablo del acento pronóstico que ese sí me lo sé.
-Querrá usted decir prosódico.
La madre Dorita cuando me equivocaba acompañaba cada sílaba con un golpe de nudillos en la cabeza
-Pro-so-di-co

Los lunes teníamos gimnasia y, con el polito blanco y la faldita a cuadros (con los pololos debajo), había que salir al patio con temperaturas que rondaban los 5 grados.
-Ortiz: hágame usted el pino-puente.

-Eso no me sale; mejor le hago la vuelta lateral.
La vuelta lateral tampoco me salía, pero era menos arriesgada.
La señorita Espe me ponía un cero sin enfadarse ni nada. La señorita Espe daba la clase con el abrigo puesto y una gorra con pon-pon.

-Ortiz: dígame usted las provincias Vascongadas
-Mire, mejor le digo, si no le importa, las de Extradura: son dos, Cáceres y Badajoz.
La madre Secundina, ni pactaba ni discutía.
-Siéntese, tiene usted un cero.

... Y así sucesivamente.

Tardes de domingo


Los domingos tenían dos partes bien definidas y antagónicas: la mañana luminosa y festiva en la que el paisaje parecía estrenarse y con él la vida.

Las tardes de domingo en inviernos de infancia se apagaba la luz de lo posible y la angustia asomaba para dar el zarpazo.

Las tardes de domingo; esa desolación de algo que acaba y nos lanza en su fin al pozo de la ausencia.

Las tardes de domingo. De vuelta al internado. Pasillos en penumbra y habitaciones frías y calladas,

Por las calles sin gente yo caminaba llevándome a mí misma como un lastre imposible y doloroso. A través de la puerta de un café se colaba la sintonía del programa "Cesta y puntos".

Trás de mí, los pájaros se iban comiendo las miguitas de pan, las señales brillantes del regreso, la esperanza.

Esas tardes de domingo en inviernos de infancia.

Vicentín y las mujeres

-Mamá: ¿Que te están haciendo?
-La permanente
-¿Para qué?
-Para tener el pelo rizado y estar más guapa.
-¿Más guapa que quien? ¿Que tú misma?
-Mira Vicentin, cállate que no te oigo.
Mi madre siempre va a la peluquería de su prima Berta y nunca la deja a su gusto.
-Berta: parezco Cuntaquinte.
-Berta: este color ala de mosca que me has puesto es horroroso.
-Berta: o me arreglas ésto, o no vuelvo.
Mamá siempre vuelve a casa deprimida. Para aliviar el sofocón, me invita a un mosto con guinda en La Parisién y ella se toma un Martini con aceituna.
-Hijo: ¿tú como me ves?
-Te pareces un poco a un cromo que tengo repetido en Vida y Color. Mujer pigmea creo que se llama.
Mamá me baja del taburete agarrándome de la oreja. Yo no entiendo tánta violencia gratuita y tiro para casa con Laika detrás también cabreada porque no le he dado la guinda... Tiene razón papá: a las mujeres no hay quien las entienda.

Lágrimas que trae la lluvia


A veces en la noche llegaba desde la calle el tintineo de una campanilla que me sumía en el terror.
-Van a darle el viático a la niña de los Zubeldia
Amalita Zubeldia enfermó de una inflamación de las meninges y no se pudo hacer nada por salvarla.

(Virgen del Perpetuo Socorro haz que no se muera nunca mi mamá. Virgen del Perpetuo Socorro haz que no se muera nunca mi mamá. Virgen del Perpetuo Socorro haz que no se muera nunca mi mamá…. Así hasta que me quedaba dormida).

Mi padre había muerto cuando yo tenía dos años y aquella noche (desde mis seis años) yo temí lo que ocurrió sólo dos años después.

Vicentín. Primeros años

 
Doña Gracita, mamá de Vicentín, a punto estuvo de quedarse para vestir santos y, de alguna manera así fué: se casó con don Vicente Mendiguren que le doblaba la edad, hombre de misa diaria que perdió una pierna en el frente de Sigüenza (cincunstancia que obligaba a doña Gracita a asistirle en las tareas de su arreglo personal).
Doña Gracita tardó en quedar encinta de Vicentín y el embarazo lo pasó llena de alifafes y molestias. El niño nació a los siete meses de gestación, a doña Gracita no le subió la leche y hubo de ser alimentado con leche en polvo americana (lo que quizá yude a entender el carácter belicoso y dado a las armas de Vicentín).
-Señora: el niño se come las tetinas del biberon y pienso que lo mismo la goma le sienta mal.
Vicentín pasaba un hambre canina y era un dolor oirle llorar cuando le llegaba a las narices el olor a puchero. Así que optaron por cambiarle la dieta y con sólo tres meses Vicentín tomaba ya su tocino entreverado junto con los demás avíos del cocido.
A los dos años, Vicentín pesaba dos arrobas y las piernas se le fueron combando en paréntesis tal y como ya os conté. Tenía la cara con un lustre que era digno de verse y el cuerpo era una pura lorza que encandilaba a su mamá, quien solía solía exhibirlo desnudo sobre almohadones de raso.
-Este niño es enteramente un querubín
-Un angelito patudo
-Un niño Jesús de Praga
Vicentín cuando se soltó hablar lo primnero que dijo fue:¡Quiero chorizo, hostia! Sus papás le rieron tánto la gracia, que Vicentín repetía la fórmula hasta la saciedad: ¡Que me des un duro, hostia! ¡Que no me lavo las orejas, hostia!...
Se libró de que no le cayera ninguna porque yo supe de él cuando ya estaba criando malvas en el cementario de la Almudena bajo una lápida con su nombre y la fecha 1942-1950. Su tío propuso un epitafio que fue rechazado: "Te rogamos señor que lo recibas con la misma alegría con que te lo enviamos".
Amén.

(Continuará Dios mediante)