martes, 21 de enero de 2014

Madre Culpógena

-Madre Culpógena: ¿morderse las uñas es pecado?
-Sólo si se obtiene placer en ello, hija mía.
-¿Y comerse las mondas del queso? Lo digo porque yo obtengo placer en ello.
La madre Culpógena me mira de soslayo dudando sobre si la pregunta es en serio y, acto seguido me manda al último banco de la capilla a revisar mis pecados antes de confesar.

-Ave María Purísima
-Sin pecado concebida.
- Padre Marcial: ¿Es pecado tener ganas de matar?
-¿A una persona?
-No. Sólo a la madre Culpógena
-¿Y por qué quieres matarla?
-Porque no se muere ella sola por sus propios medios.

La madre Culpógena indica con un golpe de su anillo contra el banco los cambios de postura durante el culto. De pié, de rodillas, sentadas... La madre Culpógena es cruel y disfruta haciéndonos desgraciadas.
-Ortiz: si se muere usted esta noche irá de patitas al infierno por toda la eternidad.
-¿Qué he hecho?
-Usted sabrá, jovencita, usted sabrá.

Cuatro esquinitas tiene mi cama
cuatro angelitos que me la guardan.
Señor te pido que se muera la madre Culpógena de muerte natural. Por favor Señor.

El diptongo


-Ortiz: hábleme del diptongo
-Eso no me lo sé. Igual mejor le hablo del acento pronóstico que ese sí me lo sé.
-Querrá usted decir prosódico.
La madre Dorita cuando me equivocaba acompañaba cada sílaba con un golpe de nudillos en la cabeza
-Pro-so-di-co

Los lunes teníamos gimnasia y, con el polito blanco y la faldita a cuadros (con los pololos debajo), había que salir al patio con temperaturas que rondaban los 5 grados.
-Ortiz: hágame usted el pino-puente.

-Eso no me sale; mejor le hago la vuelta lateral.
La vuelta lateral tampoco me salía, pero era menos arriesgada.
La señorita Espe me ponía un cero sin enfadarse ni nada. La señorita Espe daba la clase con el abrigo puesto y una gorra con pon-pon.

-Ortiz: dígame usted las provincias Vascongadas
-Mire, mejor le digo, si no le importa, las de Extradura: son dos, Cáceres y Badajoz.
La madre Secundina, ni pactaba ni discutía.
-Siéntese, tiene usted un cero.

... Y así sucesivamente.

Tardes de domingo


Los domingos tenían dos partes bien definidas y antagónicas: la mañana luminosa y festiva en la que el paisaje parecía estrenarse y con él la vida.

Las tardes de domingo en inviernos de infancia se apagaba la luz de lo posible y la angustia asomaba para dar el zarpazo.

Las tardes de domingo; esa desolación de algo que acaba y nos lanza en su fin al pozo de la ausencia.

Las tardes de domingo. De vuelta al internado. Pasillos en penumbra y habitaciones frías y calladas,

Por las calles sin gente yo caminaba llevándome a mí misma como un lastre imposible y doloroso. A través de la puerta de un café se colaba la sintonía del programa "Cesta y puntos".

Trás de mí, los pájaros se iban comiendo las miguitas de pan, las señales brillantes del regreso, la esperanza.

Esas tardes de domingo en inviernos de infancia.

Vicentín y las mujeres

-Mamá: ¿Que te están haciendo?
-La permanente
-¿Para qué?
-Para tener el pelo rizado y estar más guapa.
-¿Más guapa que quien? ¿Que tú misma?
-Mira Vicentin, cállate que no te oigo.
Mi madre siempre va a la peluquería de su prima Berta y nunca la deja a su gusto.
-Berta: parezco Cuntaquinte.
-Berta: este color ala de mosca que me has puesto es horroroso.
-Berta: o me arreglas ésto, o no vuelvo.
Mamá siempre vuelve a casa deprimida. Para aliviar el sofocón, me invita a un mosto con guinda en La Parisién y ella se toma un Martini con aceituna.
-Hijo: ¿tú como me ves?
-Te pareces un poco a un cromo que tengo repetido en Vida y Color. Mujer pigmea creo que se llama.
Mamá me baja del taburete agarrándome de la oreja. Yo no entiendo tánta violencia gratuita y tiro para casa con Laika detrás también cabreada porque no le he dado la guinda... Tiene razón papá: a las mujeres no hay quien las entienda.

Lágrimas que trae la lluvia


A veces en la noche llegaba desde la calle el tintineo de una campanilla que me sumía en el terror.
-Van a darle el viático a la niña de los Zubeldia
Amalita Zubeldia enfermó de una inflamación de las meninges y no se pudo hacer nada por salvarla.

(Virgen del Perpetuo Socorro haz que no se muera nunca mi mamá. Virgen del Perpetuo Socorro haz que no se muera nunca mi mamá. Virgen del Perpetuo Socorro haz que no se muera nunca mi mamá…. Así hasta que me quedaba dormida).

Mi padre había muerto cuando yo tenía dos años y aquella noche (desde mis seis años) yo temí lo que ocurrió sólo dos años después.

Vicentín. Primeros años

 
Doña Gracita, mamá de Vicentín, a punto estuvo de quedarse para vestir santos y, de alguna manera así fué: se casó con don Vicente Mendiguren que le doblaba la edad, hombre de misa diaria que perdió una pierna en el frente de Sigüenza (cincunstancia que obligaba a doña Gracita a asistirle en las tareas de su arreglo personal).
Doña Gracita tardó en quedar encinta de Vicentín y el embarazo lo pasó llena de alifafes y molestias. El niño nació a los siete meses de gestación, a doña Gracita no le subió la leche y hubo de ser alimentado con leche en polvo americana (lo que quizá yude a entender el carácter belicoso y dado a las armas de Vicentín).
-Señora: el niño se come las tetinas del biberon y pienso que lo mismo la goma le sienta mal.
Vicentín pasaba un hambre canina y era un dolor oirle llorar cuando le llegaba a las narices el olor a puchero. Así que optaron por cambiarle la dieta y con sólo tres meses Vicentín tomaba ya su tocino entreverado junto con los demás avíos del cocido.
A los dos años, Vicentín pesaba dos arrobas y las piernas se le fueron combando en paréntesis tal y como ya os conté. Tenía la cara con un lustre que era digno de verse y el cuerpo era una pura lorza que encandilaba a su mamá, quien solía solía exhibirlo desnudo sobre almohadones de raso.
-Este niño es enteramente un querubín
-Un angelito patudo
-Un niño Jesús de Praga
Vicentín cuando se soltó hablar lo primnero que dijo fue:¡Quiero chorizo, hostia! Sus papás le rieron tánto la gracia, que Vicentín repetía la fórmula hasta la saciedad: ¡Que me des un duro, hostia! ¡Que no me lavo las orejas, hostia!...
Se libró de que no le cayera ninguna porque yo supe de él cuando ya estaba criando malvas en el cementario de la Almudena bajo una lápida con su nombre y la fecha 1942-1950. Su tío propuso un epitafio que fue rechazado: "Te rogamos señor que lo recibas con la misma alegría con que te lo enviamos".
Amén.

(Continuará Dios mediante)

miércoles, 15 de enero de 2014

El Ángelus

A las doce y, a través de Radio Nacional, el Ángelus paralizaba por unos momentos la actividad de la casa y donde te pillaba, ahí te quedabas, en actitud recogida:

El Ángel del Señor anunció a María.Y concibió por obra del Espíritu Santo. Dios te salve, María... Santa María...

He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra. Dios te salve, María... Santa María...

Y el Verbo se hizo carne. Y habitó entre nosotros. Dios te salve, María... Santa María...

Ruega por nosotros, santa Madre de Dios. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo.

Oremos: Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del Ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Y volvía el repiqueteo del almirez y los zurriagazos que le atizaba Luci a la barandilla de la escalera con un palo al que estaban ceñidas cintas de paño.
A medida que avanzaba la mañana, el aire se iba llenando de olores extraordinarios que salían de la cocina. En ella, mi abuela ejercía de alquimista y de sus manos salían cosas tan ricas que casi daba pena comérselas.
Cuando yo acudía fiel al reclamo como el seter trás la perdiz, mi abuela botaba barquitos de pan en la salsa y me los daba en la boca.
En alguno naufragó mi infancia, pero recuerdo el viaje y sus paisajes.

PD He transcrito el Ángelus entero porque igual consigo indulgencia plenaria.

Enfermita


Un tímido sol de invierno se colaba a través de los visillos. La fiebre al marchar me había dejado una laxitud agradable en todo el cuerpo y cobijada bajo las mantas escuchaba lejanos los sonidos de la casa poniéndose en marcha.
Luci sacudiendo alfombras y limpiando el mirador donde hacíamos la vida, se entretenía hablando con su prima Nati que cruzaba la plaza camino de la panadería.
-Señora: que dice mi prima que si nos sube el pan.
Mi madre compraba siempre richis para los bocadillos (unos bollos pequeños) y una hogaza de medio kilo dorada y crujiente.
-Voy a abrir el balcón para ventilar, así que no asomes ni la nariz.
Mamá me tapaba hasta la cabeza y yo quedaba en un limbo cálido y seguro imaginando que la cama era un trineo que se desplazaba por la estepa helada (si la enfermedad tenía lugar en verano, la cama se transformaba en una balsa en la que navegaba segura en un río plagado de cocodrilos).
-Respira. No respires. Respira…
Cuando venía a casa a visitarme, D. Sabino Ardanza soplaba en el estetoscopio para darle calor antes de ponérmelo sobre el pecho y mi madre tenía siempre preparada sobre una bandeja con mantelito de hilo, una cuchara para que don Sabino me examinara la garganta.
-Di: AAAA
-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
-Esta criatura qué exagerada es para todo, Sabino.
D. Sabino, después de su examen, me daba un cachetito suave en la mejilla y me decía que lo que me pasaba era que no quería ser buena. Entonces sacaba su talonario de recetas y le entregaba éstas a mi madre mientras daba sus indicaciones:
-Dieta blanda y los sellos para bajar la fiebre. Las inyecciones; que le pongan hoy la primera y pasado mañana, si no hay novedad, vengo a verla sobre esta hora.
-Ah, Mª Luisa, vigila que no coja frío y que se quede en cama toda esta semana.
Entonces, mamá le alargaba un frasco de colonia Lavanda Inglesa y él se restregaba las manos y estrechaba las de mi madre cariñosamente.
Yo oía cómo se despedían en la puerta y a mi madre mandando a la farmacia a Luci y dejando el aviso por teléfono a Santitos, el practicante.
Santitos aparecía con sus lentes redondos y su maletín negro del que extraía una caja metálica ovalada en cuyo interior ponía a hervir la jeringuilla y las agujas. Santitos olía a alcohol y penicilina y tenía un acento cerrado de Mondoñedo.
-¿Onde a doe á nena?
-La garganta. Y tengo tos.
Mamá por cada inyección que me dejaba poner me daba dos reales. Y cuando tocaba lavativa me daba una peseta. Como estaba enferma cada dos por tres, me iba haciendo con un capitalito y el primer día que salía a la calle me lo gastaba todo en el carrito de chuches que ponía el señor Julián en los soportales de EL Arrabal, mi calle.
-Deme cuatro pastillas de leche de burra, una peseta de regaliz de palo, dos reales de lagrimitas y una careta de diablo cojonudo.
-¡Eso no se dice! No es de diablo cojonudo, sino de diablo cojudo.
-Pues eso.
-¿Y no te gusta más ésta de hada madrina? Luci intentando hacerme cambiar de opinión.
-No. ¡Quiero la de diablo cojonudo!
-Esta niña está tonta. Vamos; tira para casa que verás cuando vea tu madre en que te has gastado el dinero.
Actualmente cuando me pongo enferma echo muchísimo de menos que aparezca mamá con su taza de caldo y se siente a mi lado a contarme cosas de cuando ella era pequeña. He olvidado por un momento que soy yo quien debe contar ahora las historias.

Vicentín

Os presento uno de los capítulos de la triste historia de Vicentín (algunos ya lo conocéis).

Vicentín era un niño feróstico que se ponía imposible en cuanto le llevaban la contraria. Vicentín tenía una madre añosa y consentidora a la que hacían mucha gracia las travesuras de su niño.
-Señora; el niño le ha metido una perdigonada en el trasero al hijo del portero.
-Hijo; no tires con la carabina dentro de casa, no le vayas a dar a alguien importante.
Y la criatura se asomaba al balcón y disparaba a los gorriones que hacían sus nidos sobre las frondosas acacias del paseo. Los cadáveres ensangrentados de las pequeñas aves caían sobre los transeúntes, que no alcanzaban a ver al furtivo y aligeraban el paso para evitar ser heridos por alguna bala perdida.
Vicentín apenas estudiaba pero era experto en varios deportes: cazaba moscas con habilidad de entomólogo y gozaba arrancándoles las alas. Convertía en flechas las varillas de los paraguas viejos y con ellas practicaba el tiro con arco. Tenía el record de salto de tapias debido a la longitud y a la conformidad batracia de sus piernas, abiertas en paréntesis y llenas de mataduras y postillas en los más diversos estados de maduración. Era experto también en acuñar monedas colocando éstas al paso del expreso de Irún y en fabricar supositorios con escamas de jabón lagarto y metérselos por el culo a su primo Ramonchu de Rentería, dos años menor y con afición a disfrazarse con la ropa de su hermana.
Vicentín no estaba gordo; era gordo (como otros son estrábicos, o americanos, o retrasados). Vicentín, como iba diciendo; era gordo, circunstancia que llenaba de orgullo a Dña. Gracita, su mamá, que lo criaba a base de mantecadas de Astorga y tajadas de lomo en manteca.
Vicentín en la mesa mostraba unas habilidades que dejaban pasmada a la concurrencia: era capaz de introducirse en la boca una pila de catorce galletas María, sorber entero un flan de media docena de huevos y dejar de la sopa de letras la cantidad exacta de ellas para escribir en el fondo del plato “Vicentín es la hostia”.
La mamá de Vicentín solía preparar el “rin-rán” un plato típico de Murcia que se hace con tomate, pimiento, cebolla y pepino aliñados con aceite, vinagre y sal. Vicentín entonces se lanzaba a cantar esta copla para escandalizar a las señoras invitadas:
"A las mozas de este pueblo
las gusta mucho el rin-rán:
ellas ponen el tomate
y el pepino se lo dan".
Vicentín solía viajar en los topes del tranvía y se rompió la crisma un domingo de cuaresma en el que, en lugar de asistir a misa, se gastó peseta y media de su paga en la matiné del cine Rex, donde echaban Gilda.
Vicentín fue de cabeza al infierno, como es natural, pero allí, acostado en su ataúd forrado de seda y con sus manos cubiertas con el escapulario de la Virgen del Carmen parecía un ángel. ¡Hay que ver qué cosa tan rara!

Mañana de domingo

Los domingos nos poníamos la ropa más nueva, íbamos a misa de doce y, a la salida se tomaba el vermú en las terrazas de verano y se escuchaba el concierto de la banda municipal que, instalada en el templete central de la plaza, interpretaba "El sitio de Zaragoza".

Los niños rebuscaban por el suelo las chapas de Myrinda mientras las niñas, con nuestros zapatos de charol y calcetines blancos de ganchillo, intercambiábamos cromos de la colección "Vida y Color". Armadas con nuestra lista llena de tachaduras, íbamos recitando el "sile" o "nole" correspondiente.
-El 17
-Sile
-El 26
-Sile
-El 96
-¡NOLE!
-Como es doble, te lo cambio por 30 siles.
A Sorayita sólo le faltaba el 186, que era dificilísimo y acumulaba unos tacos tremendos de cromos que sujetaba con elásticos de los que usaba su padre, que era Cajero en el Hispano Americano.

Los domingos era también el día en que se comía pollo asado y se iba a la sesión de tarde a ver "Marisol rumbo a Río". En el cine no se tomaban palomitas sino chocolatinas... Pero esa es otra historia de la que ya hablaremos.

Doña Pepa

Doña Pepa tiene una pareja de periquitos que se llaman Colorín y Colorina y una caniche viejecita que atiende por Marilín. Doña Pepa lo primero que hace al levantarse es ventilar la casa y encender la lumbre, (ella sigue usando la cocina económica a pesar de la dificultad para conseguir carbón y astillas en este Madrid del siglo XXI). Hasta hace poco también ponía brasero de picón, pero le daban tufos y decidió hacerse con una estufa eléctrica que enciende sólo cuando el frío arrecia. Doña Pepa es amable y republicana. Limpia y discreta, lleva siempre en el pecho un pañuelo perfumado con Flor de Blasón y en los bolsillos, caramelos de café con leche de la viuda de Solano. Doña Pepa cría unos geranios hermosísimos en latas grandes de escabeche y en cubos de cinc echados a perder por el uso. Doña Pepa al telediario le llama "parte" y a la 2 "el UHF". Doña Pepa es una bendición sencilla y estupenda. Como el sol en invierno.

Patio de luces

Por el patio de luces flota un intenso olor a sardinas asadas. Una voz de mujer exasperada grita: ¡no hagas bola, traga! Desde arriba veo la calva liberada del bisoñé de don Jacinto que, echando medio cuerpo fuera de la ventana, fuma a escondidas de su madre nonagenaria unos cigarrillos enboquillados que huelen a tabaco de mujer. Dorita, la vecina del tercero hace escalas en el piano de pared, mientras su tía, doña Solita, se arregla una falda gastadísima sentada ante un brasero que languidece sin dar apenas calor. Trás los cristales del segundo piso de la casa de enfrente, un joven estudia a la luz de un flexo y, Marisol Centeno con la cabeza llena de rulos fabricados con el canuto del papel higiénico husmea trás las ajadas cortina como un depredador nocturno. Marisol sabe lo que se cena en cada casa. Con oído de tísica reconoce el batir de la tortilla y el borboteo del caldo en el puchero. Sabe también que doña Joaquina hoy se acostará sin echarse al cuerpo más que unas tristes sopas de leche aguada.  
Un patio de luces es un universo pequeño y manejable, lleno de historias sencillas que hacen mucha compañía y dan calorcito.

Luces amarillas

 




Las fiestas acabaron.
Un rastro desolado queda siempre después sobre las horas
y el silencio se apropia del espacio.
Un silencio que es más que la ausencia de ruido.
Un silencio que cuenta
lo solos que estuvimos y que estamos.
La fiesta es un paréntesis
que se abre para encerrar un tiempo ajeno
dejando en el asfalto serpentinas mojadas
y luces amarillas en la noche sin luna.

He subido al desván

He subido al desván y detrás de unas cajas cerradas estaba mi terapeuta de toda la vida.
-¿Cómo usted por aquí, doctora Mastuerzo?
-Ya ves, revolviendo en el pasado. Y tengo que decirte que el tuyo lo veo turbio. Aquí aparece por ejemplo esta cesta-punta que sin duda debió pertenecer a tu tío Paco de Rentería, junto a éstas sabatilles llenas de polvo de tu tieta Monserrat. Dentro del baúl que ves a la derecha están la faja y el cachirulo de jotero de tu abuelito Andreu que era de Girona pero veraneaba en Ateca, cerca de Zaragoza y las medias de cristal con costura de aquella vicetiple amante de tu tito Agustín, el esquizofrénico.
-Mi tito Agustín era lo mejor de la familia y porque era así, se hizo cargo el solito de todas las neuras colectivas y de las desavenencias autonómicas.
-¿Y estas bragas de esparto?
-Esas eran de mi tía Marisa, que fue monja de clausura y era mucho de autocastigarse. A la tía Marisa la violó de jovencita un feriante de los autos de choque y por eso se tuvo que meter a monja. Una contrariedad grandísima para toda la familia, ya que éramos todos protestantes.
-¿Y qué me dices de este irrigador y esta colección de bragueros ortopédicos junto a un montón de mazos de barajas francesas sin comodines?
-....
-¿Cree usted, doctora Mastuerzo, que estas historias tengan algo que ver con mis crisis de ansiedad y mis trastornos alimentarios?
-Pues podría ser. Yo ni afirmo ni niego, sino todo lo contrario.
-Supongo que no me cobrará usted la sesión después de lo entretenida que está pasando la tarde.
-Pues podría ser que sí.
-Ya me la venía venir.

Duda


Han pasado los años contra mí y ahora no sé la vida que me tiene.
Dónde se ocupa el tiempo que me agrieta, en qué lugar ya invisitable para mis pies cansados.

Día gris

 



 



El cielo se desprende de aquello que le sobra y forma charcos en la playa y en mí. Llora la vida unas lágrimas suaves, como de niña muerta y yo quedo asomada al espejo del agua, esperando una imagen más amable. Pero no viene, pero no viene.

Mariví

Mariví Peláez ha muerto debido a un cólico producido por las almendras garrapiñadas.
-¡Pues ya tuvo que comer almendras, oiga!
-Por lo visto más de cuatro kilos, o por ahí.
-Hay familias que llegan a esta vida a sufrir.
-¡Y usted que lo diga, doña Teresina!
La difunta Mariví, fue una niña que dio mucho que hablar porque nació completamente negra y tardó en clarear lo menos cuatro años. Su madre le daba friegas con estropajo de esparto y Blanco de España del que le sobraba de las juntas de los baldosines y le cortaba de cuajo unas greñas rizadísimas que no parecían pelo propio de la cabeza.

Entonces se cantaba mucho una letrilla que decía: "Qué pasa en el Congo, qué pasa en el Congo, que al blanco que pillan, que al blanco que pillan lo hacen mondongo". Si la cantábamos en su presencia, doña Bárbara, la madre de Mariví, se alborotaba toda y nos mandaba a chiflar a la vía.

Doña Bárbara tuvo también una muerte cruel porque la partió un rayo cuando estaba haciendo aguas mayores bajo una higuera. El verano siguiente llegó (como todos los años) el Circo Parisién y el levantador de pesas 'El Africano' se acercó al cementerio a llevar unos crisantemos a la tumba de doña Bárbara.

A veces en los pueblos pequeños ocurren cosas extraordinarias.


Empezando el año

En mi casa, la mañana de Año Nuevo sigue pautas estrictas de las que no se libran yernos ni visitantes: tradicional desayuno con Alka Seltzer y concierto en TV que escuchamos sólo por acompañar la Marcha Radetzky dando palmas sin equivocarnos (en mi familia somos así de primarios). Antes veíamos también los saltos de esquí para ver las caídas, pero este año TVE no retransmite el evento y las caídas por radio tienen menos gracia.

Después; traca final gastronómica y etílica con una servidora como celebrante y familia y amigos queridísimos como pueblo de dios. ¡Que él nos coja confesados y nos permita sobrevivir al último polvorón pringoso y al langostino revenido! Amén. Os quiero.


Soplando

Abuelochucho, abuelochucho haz que apruebe todo sin estudiar. (Y soplaba con fe. Y el abuelochucho se alejaba en el aire con mi ruego. Y en Junio me quedaban todas menos la gimnasia).

Pájaros en la cabeza

Yo tengo pájaros en la cabeza, las demás personas tienen ideas, elucubraciones, fórmulas matemáticas, versos endecasílabos, la receta de la sopa bullabesa y las letanías del rosario. En mi infancia tenía tántos que no me cabía nada más. Así que cuando me mandaban a un recado, salía recitando: un paquete de fideos cabellín, un paquete de fideos cabellín, un paquete de fideos cabellín....
-A ver, maja: ¿Qué va a ser?
-Yo me quedaba con la mente en blanco como los grandes yoguis y volvía a casa con las manos vacías.
Al entrar al portal me llegaba el olor a repollo del cocido y recordaba: Un paquete de fideos cabellín, un paquete de fideos cabellín, un paquete de fideos cabellín, un paquete de ?
-A ver maja: ¿Ya te has acordado?
-Una pastilla de jabón de olor.
-¡Cristo! ¿Pero no trae la tonta ésta jabón? ¿Y con qué hacemos ahora la sopa?
-Déjela usted, Luci, esta niña tiene la cabeza a pájaros.
Yo me asomaba a la ventana para echarlos a volar pero nunca se fueron. Aún escucho sus trinos.


Año nuevo

El tiempo, cada año, deja una marca más. En el pelo, en la piel, en la memoria. Todo parece ajado y polvoriento y ya no tengo fuerzas para entrar en reformas y limpiezas profundas. Me acomodo a lo viejo: mi sillón y mis chales de color desvahido, mis libros acunados, mis fotos sepia y la taza sin asa.

No me quiero asomar a este catorce incierto. Ya aprendí que no hay nadie, salvo yo, que me libre del miedo y de la angustia que acompaña el vivir.

Y me quedo pequeña ante lo nuevo, temerosa de abrir una caja de días que deberé llenar de esperanzas posibles, de paciencias, de voluntades que no me acompañan, de nuevos gestos para engañar de lado a la rutina.

Hoy me quedo en mi viejo sillón, viendo pasar las nubes y el cansancio de ser.


Trenes nocturnos

Hoy preparando maletas entre nieblas y frío. Recuerdo los eternos viajes de mi infancia, en trenes de asientos de madera y olor a carbonilla. Transbordos nocturnos en Medina del Campo y ese paisaje cambiante trás los cristales empañados, luces de caseríos en medio de la noche y amaneceres lentos que asomaban trás montes recortados.
Yo viajaba con todos mis sentidos y era el viaje en sí mismo la aventura. La llegada significaba salir de aquel vagón lleno de imágenes y dejar de volar.
Nunca fueron mis viajes como entonces, pero recorro a veces ese tiempo abrigado y el sonido del revisor avisa: ¡Medina del Campo. Parada y fonda!


Hay días...

No sé qué habrá al final del camino, no seguí las señales y decidí guiarme por mi instinto. Hay días en que llueve y la senda se borra y otros en los que el hielo me hace caer y quiebra pequeños huesos que conforman el alma... Sin embargo otros días amanecen espléndidos y el camino se abre como un canto a la vida. Y me paro a escucharlo.

Ángel de la Guarda

Mi Ángel de la guarda murió de un infarto. De los otros tres que guardaban las esquinitas de mi cama, supe que se habían hecho baptistas para no tener que proteger a niñas como yo.
A mí los accidentes se me superponían y las costras en las rodillas también se me superponían.
En otoño, los jardineros apilaban las hojas secas en grandes montones bajo las balaustradas del parque. La altura desde la parte superior de las mismas a los montones de hojas era considerable.
-La virgen se tiró y no se mató, yo me tiraré y tampoco me mataré.
Aquello era un decir, porque matarte no te matabas, pero te descalabrabas fijo. Y este era el tipo de juegos a los que me entregaba con mas devoción y ahínco, con la vocación autolesiva de un recluso de Alcalá Meco. En mi casa la Mercromina se compraba en garrafas, con eso está dicho todo.
Me trajeron los reyes un saltador Gorila y yo bajaba saltando escalones (que eran de madera barnizada con pinki) desde el tercer piso. Las vecinas se quejaban, pero como ya entonces era huérfana y, según ellas loca, me lo permitían todo.
-Pobrecita, cualquier día se parte la crisma
-Menos mal que los niños tienen un Ángel de la guarda, que si no...
-Menos mal, si señora. Ha dicho usted el evangelio.