(Mi
querida abuela Presen, sentada en su butaca acicalándose. Sobre la mesa,
su espejito trípode devolviéndole una cara llena de arrugas que ella
sigue combatiendo a base de leche de pepinos “Pond´s” y disimulando
con polvos “Maderas de Oriente”, tono “Delhi”. Usa un carmín rojo vivo y
lo extiende cuidadosamente para, a continuación, retirar la parte
sobrante con papel de seda. Antes de comenzar a maquillarse, ha colocado
una pinza de presión en una onda de pelo rebelde que no está en su
sitio. Lleva un peinador azul claro que retira al acabar de arreglarse.
Mi abuela no recibe a nadie hasta concluir esta operación de
restauración y mudar sus zapatillas por unos zapatos de tacón bajo).
Mi abuela no descubrió la electricidad, pero casi. En mi casa, la
instalación eléctrica es un caos y resulta verdaderamente milagroso que
nadie haya muerto electrocutado al intentar enchufar cualquier aparato.
Todo son empalmes a base de esparadrapo, resistencias quemadas y
planchas con láminas de amianto plateadas como lomos de sardinas.
Se funden los plomos por segunda vez en esta noche todavía fría, de primavera.
-¿Se puede saber qué habéis enchufado?
A medida que voy acercándome a la cocina, el olor a baquelita quemada se hace más intenso.
-Toma: pela este cable, a ver si consigues sacar unos hilos para arreglar los plomos.
-¿Cuántos quieres, abuela?
-Vamos a meterle un manojo gordo, así aguantará más.
-Abuela: dice el tío Miguel que parecemos una sucursal de la “Vasco-Alavesa” y que cualquier día vamos a tener una desgracia.
Entonces ella me larga una retahíla sobre electricidad negativa,
positiva, los filamentos y qué sé yo cuántas cosas más. Conviene
cortarla rápido cambiando de tema.
-Abuela: ¿Tú crees que llegarán a la luna los americanos?
-Hija; lo importante no es saber si van a llegar, sino para qué quieren llegar.
En momentos así, miro a mi abuela con respeto reverencial, como si
dentro de ella viviera una mujer extraordinaria que asomara sólo en
momentos mágicos como éste.