jueves, 26 de junio de 2014

Singladuras

Mi tía Marita ha seguido leyendo a Pereda y tiene el azúcar descontrolado, así que la acompaño a la consulta de don Sabino Ardanza y allí nos encontramos con mi vecina Patrocinio. A doña Patro lo que más le gusta es ir al médico y jugar al julepe y ganar. Ella presume de sus enfermedades como otros presumen de coche o de apartamento en Torrevieja. Doña Patrocinio empieza a contar y no acaba: tuvo sífilis allá por el año cincuenta (dicen que se la contagió su marido porque se aficionó a una puta de Las Cortes con la que hacía la carretilla) y se curó con “Neosalvarsán”. Unos años antes, a punto estuvo de palmarla cuando pilló un tifus exantemático que la dejo amarilla y exprimida como un limón. También se contagió de sarna y tuvo las axilas, los pezones y las ingles en carne viva. Lo único que le calmaba el picor era frotarse el cuerpo con harina de almortas que le dejaba la piel como a las chinas del teatro kabuki.
-Ahora me han descubierto un quiste mesentérico que lo tengo alojado mismamente en el recto.
-¡Qué risa! Digo… ¡Qué horror!
Doña Patrocinio suele echar la tarde en la sala de espera de don Sabino aunque no tenga cita. Allí intercambia tratamientos y aconseja a los demás pacientes sobre cualquier dolencia. Algunos quedan tan convencidos que se van sin ver al médico y compran en la farmacia lo que doña Patro les ha prescrito. A doña Patro le hubiera gustado tener poliomielitis, como su prima Adoración.
-¡Anda, qué burra!
-La verdad es que hay personas muy sicalípticas.
-Y muy marranas. Eso sobre todo.
-Pues, sí; marranas hay un rato. Ahí lleva usted razón.
Al salir del médico mi tía me compra una pelota con una goma que me anilla en el dedo anular. La hago rebotar contra mi mano diciendo los nombres de la familia Telerín: Cleo, Teté, Maripi, Pelusín, Colitas y Cuquín. Cada vez que no acierto con la pelota, comienzo de nuevo con los nombres. En la heladería Los Italianos mi tía Marita se compra un cucurucho de dos bolas.
-Como se lo digas a tu madre no te llevo más conmigo. Avisada estás.
Las golondrinas salen a esta hora de la tarde y hacen vuelos rasantes sobre El Arrabal. Se ha levantado un aire que arrastra las primeras hojas amarillas y hace que las sábanas tendidas en algunos balcones ondeen al viento como velas de barco. Velas que aún se agitan en el paisaje de la memoria haciéndome navegar hacia el pasado, hacia mi infancia, hacia la patria común a la que pertenecemos.

El bikini amarillo

Mi cuerpo es un mal conductor del calor. Es un hecho. El calor no pasa a través de mí con facilidad; se queda. Y sudo la gota gorda haciendo ejercicios de escritura y multiplicaciones en los cuadernos Rubio. Mandar tareas en las vacaciones es una costumbre muy arraigada en las monjas y en las familias torturadoras entre las que va discurriendo mi disparatada educación.
A mi tía Marita le ha subido el azúcar y yo creo que es porque se pasa el día leyendo, en una edición de Aguilar impresa en papel biblia, las obras completas de don José María de Pereda. Mi tía Marita es cursi, pero ella no lo sabe. Dice de sí misma que es rapsoda y nos mete unas turras de espanto recitando cosas de los Alvarez Quintero: “Era un jardiiín sonriente; era una tranquiiila fuente de cristal; era, a su borde asomada, una rosa inmaculada del rosal…” Pone los ojos en blanco y se lleva las manos hacia el pecho generoso en el que bascula una cruz de granates que parecen gotitas de sangre.
Mi tía Marita lleva los sostenes y las bragas de seda. A mi tía Marita, se conoce que para compensar las mieles de otras lecturas, suele comprar El Caso y disfruta leyéndome las noticias:
-Mira, aquí dice que la nena Josefina Vilaseca murió degollada como una santita de retablo. “Queriendo Josefina borrar todo resto de su lucha con la muerte, quiso que su madre se ocupara un poco de su aseo personal y que sujetara su cabello con lacitos”. Josefina, por lo visto, era pelirroja.
-¿Y degollada y todo le dio tiempo a pedirle todas esas cosas a su madre?
-Igual la degollaron poco a poco.
-¡Ah!
Mi madre aparece vestida con un traje ligero y topolinos de suela de corcho.
-Si has terminado los deberes, ponte el bañador que bajamos al río.
El sol está ya muy alto y los pájaros apenas cantan en este calor del mediodía. Tendemos las toallas bajo la sombra de los chopos y mamá me embadurna con Nivea. Lleva un discreto bañador con faldón y mi tía Marita uno sin tirantes y un gorro de baño adornado todo de margaritas. Algunas chicas jóvenes llevan bikini, pero son las menos. Sobre el tema del bikini ha salido una canción que todo el mundo conoce este verano: "Itsy Bitsy Teenie Weenie Yellow Polka Dot Bikini".

Yo tuve, años más tarde un bikini de lunares amarillos como el de la canción, pero lo demás había desaparecido disuelto en la memoria de los días sin sol.

Menestra

Volvemos del pueblo de Luci llenas de mataduras y picaduras de pulgas. En el coche de punto traemos tántos bultos que ha tenido que venir a recogerlos el empleado de la zapatería Lezana que tiene un carrito de mano. La madre de Luci ha preparado cestas con huevos, hortalizas y un cordero desollado que no tenía nombre.
Mamá, aprovechando que nos habíamos ido, ha pasado veinte días haciendo excursiones y recorriendo los santuarios más famosos de España, Francia y Portugal: Madrid, Monasterio de Piedra, Zaragoza, Barcelona, Monserrat, Lyon, Orleans, Lourdes, Burgos, Salamanca, Fátima y Lisboa. Le ha traído una vajilla de Duralex a mi tía pero el tío Miguel dice que eso de comer en cristal no le va, que parece que comes en el mantel.
-Tu abuela dice que vayas con la libreta.
En la cocina, bañada por el sol y entre cacerolas humeantes y nubes de vapor, la abuela trajina ataviada con un delantal blanquísimo.
-Abuela, huele de muerte ¿Qué estás guisando?
-Menestra.
-¡Virgen de la Vega! Entonces no comemos hasta las mil y tengo un hambre terrible.
Me alarga barquitos de pan mojados en la salsa y compartimos un vaso de vino mezclado con gaseosa Peña.
-Venga, coge el cuaderno y apunta la receta. Así cuando seas mayor te acordarás de tu abuela y tu marido, si te casas, más.
-Lo primero que tienes que hacer es poner a pochar en la cazuela bastante cebolla, dos dientes de ajo y sal. Cuando este bien pochado, echas los trozos de cordero lo remueves todo y añades agua y vino blanco –las dos cosas en poca cantidad- también pones guisantes y lo dejas hervir hasta que esté tierna la carne. Mientras tanto, se rebozan en harina y se fríen espárragos de lata y verduras que habrás hervido antes: pencas de acelga, alcachofas y coles de Bruselas. Hay que rebozar y freír también, después de hervirlos, sesos de cordero y lechecillas. Después, en una cacerola más grande vas colocando una capa de cordero y encima otra de lo que has rebozado y frito. Si quedara corto de salsa, le añades el caldo de la lata de espárragos. Lo dejas cocer todo a fuego lento otro rato más y ya está. Para chuparse los dedos.
Esos ratos llenos de luz, aromas y sabores quedaron en mí para siempre. Son un tesoro. Las únicas lecciones con las que disfruté y aprendí cosas realmente importantes para la vida.

Más de un cariño

El río que pasa por el pueblo de Luci se llama Tobillos y hace honor a su nombre porque el agua no te llega más arriba, salvo en algunas pozas que usan las mujeres para lavar la ropa. El Tobillos se abre paso entre farallones de piedra donde anida el buitre leonado. Por el camino pasa un hombre conduciendo una motocicleta que lleva sobre el manillar un atado de hierbas. Se apaga el rumor de su paso y retornan los sonidos del campo: el agua sobre las piedras y el canto de un autillo que consigue poner nerviosas las orejas del perro que se llama “Moro” porque es negro.
Cuando regresamos del río la madre de Luci nos recibe en la cocina. En la lumbre baja, y un poco apartado, hierve un puchero de garbanzos con bacalao y en una sartén honda, sobre una trébede, se cuaja una tortilla. De las vigas del techo cuelgan los chorizos y las morcillas que aún quedan de la pasada matanza.
La madre de Luci es gallega, de Cariño, un pueblo que pertenece a la comarca de Ortegal. El padre de Luci la conoció en El Ferrol, donde él hacía la mili y ella servía. La madre de Luci, canta mientras aviva el fuego:
- "Vexo Vigo, vexo Cangas, tamén vexo Redondela, vexo a Ponte de Sampaio, camiño da miña terra".
Ella no volvió a su tierra, pero sigue escuchando en su corazón las campanas de Bastavales.
La madre de Luci tiene un arca en la que guarda sus tesoros: el camisón de boda que le cosió su madre y que quiere le sirva de mortaja, un rosario de azabache y una caja con pañuelos bordados con la inicial de su nombre. Lo que más valora de sus pertenencias es un embudo de plástico y un impermeable de plexiglás, materiales casi desconocidos en el pueblo. También guarda los dientes de leche de Luci en una cajita de pastillas Valda y una estampa de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros.
A la caída de la tarde nos acercamos a llevar la merienda al padre de Luci. En la parte de la huerta más expuesta al sol arregla las cañas por las que van trepando las judías. Se acerca y nos señala un brote entre la hierba.
-Estas no dan trabajo porque salen solas, son collejas y aquí tenemos costumbre de guisarlas como cualquier verdura. Están buenas.
Uno de los arbolitos de la linde luce airoso en una de sus ramas una cura de vendas de hospital.
-Es un injerto. Verde-Doncella y Reineta. Veremos qué sale.
El cubo al chocar contra la superficie del agua hace brotar del pozo un eco de frescura en este secarral castellano de mediados de Agosto. Es un agua gorda, salina, tiene casi cuerpo de vino y hace pasar el bocadillo de tortilla que nos comemos bajo la parra.
La noche va cayendo sobre los cerros y las primeras estrellas apuntan en el cielo. Por el camino de vuelta a casa jugamos a las adivinanzas:
-“Yo los sesos me devano y en pensar me vuelvo loca: la suegra de mi cuñada, qué parentesco me toca”.
El padre de Luci me lleva subida en su espalda “a la pela” y yo acerco mi boca a su oído y le digo bajito:
-Yo le quiero mucho a usted, señor Juan José. Mucho.
Y era cierto.