viernes, 28 de marzo de 2014

No tocar

En mi casa hay dos objetos que me gustan muchísimo: una figurita de la virgen del Pilar que brilla en la oscuridad con un verde intenso como de central nuclear y una bola de cristal que, cada vez que la giras, hace nevar sobre la torre Eiffel (que está en Francia). Esta bola llegó a casa con la bajilla de Duralex y la botella de agua de la virgen de Lourdes. También me gusta mucho el cajoncito del molinillo de café, la lata de los botones, la caja con vitolas de puro y el tubo de Optalidón donde guarda mamá mis dientes de leche después de negociar con el ratón Pérez. Estos son los objetos que yo rescataría en un incendio (y no la cubertería de plata como advierte mi madre).
La mayoría de las cosas de mi casa no se pueden tocar. Mejor dicho; YO, no las puedo tocar. Es más, en mi casa las frases: “eso no se dice” y “eso no se toca” son las más usadas, junto al “porque lo digo yo” como cierre de la conversación. Cuando toco algo que no debo y me pillan, siempre me dicen que mejor me toque las narices y eso no me cuesta trabajo hacerlo porque me gusta pegar los mocos debajo del tablero de la mesa de la cocina.
-No vayas a tocar la plancha, que está caliente.
Luci almidona los visillos del mirador y en la cocina huele a potaje de cuaresma.
-Deja el botijo en su sitio y bebe agua en vaso, no sea que lo rompas.
Nada más decirlo, el botijo resbala de mis manos y se hace cascotes sobre los mosaicos negros y blancos.
-¡Esto es el acabose! Tú no tienes manos, tú tienes patas como los burros.
-¡Señoraaaaa!
Me saco a mí misma a la escalera antes de que me mande mi madre. Yo tengo iniciativas, aunque no se me valoren.
Hace poco, saqué de su cunita el niño Jesús de mi hermana para abrigarlo porque estaba en bragas y, nada más cogerlo, se le partió el brazo derecho por la ingle. Ha sido un drama grandísimo porque era un niño Jesús y, en mi casa, hasta besamos el pan cuando se cae al suelo, con eso lo digo todo. Yo lo del pan lo entendí tarde (como todo lo demás) cuando me explicaron que el pan era de Dios y las chuletas sin embargo no.
Al final, los motivos que te alejan de la iglesia son insondables, como los caminos del Señor.

El corazón

Camino del colegio los lápices despuntados suenan dentro del plumier de dos pisos. Un plumier de madera con un dibujo en la tapa corredera de la ratita presumida.
Salgo de casa con el uniforme planchado y el pelo tan estirado que voy a terminar teniendo cara de china. La camiseta me pica un horror y la faja intex se me enrolla en la cintura. La faja en mi casa es obligatoria y tiene la finalidad de abrigar lo que mi abuela llama “la caja del cuerpo”. Según ella, si llevas esa parte resguardada puedes ir con lo demás al aire sin peligro de catarros. Esto, en mi caso, está comprobado empíricamente que no funciona porque yo me los pillo mortales. En inviernos de fríos intensos y grandes nevadas y hasta que se inventaron lo leotardos, fuimos al colegio con calcetines y las piernas desnudas.
Entramos al colegio a través de una puerta verde metálica que se abre a un patio grande en el que hacemos la gimnasia, jugamos al baloncesto, al truquemé, al rescate, a la goma… A la izquierda del patio y subiendo dos escalones aparece una pequeña zona arbolada con un estanque. En su centro se yergue una figura de María Inmaculada y a sus pies, entre trozos de pan, hojas secas y algún envoltorio de caramelo, nadan peces anaranjados.
De abrir la puerta principal, ayudar en tareas del comedor y hacer recados se encarga Consuelito, una niña de las que estudian con beca. Consuelito tiene prohibido llevar uniforme para que no la confundan con “las de pago”. Consuelito es una niña listísima que saca las mejores calificaciones. Escribe con una letra muy pequeña y aprovecha toda la superficie del papel, incluso los márgenes. Ella no pone el punto sobre la i con forma de circulito, ella lo pone normal y corriente.

Consuelito ha llegado a ser una gran cirujana cardiovascular en el hospital Clínico San Carlos de Madrid. Es discreta y eficaz, no alardea, y su función principal es la de reforzar los graves. Consuelito es como el contrabajo en la orquesta.
Consuelito repara corazones de otros porque conoce en carne propia el sentimiento de tenerlo roto.
Consuelito sin embargo no ha tenido que reparárselo a ninguna de las monjas del colegio. Será porque ellas son paces de vivir sin él, como las medusas, los gusanos y los alienígenas.

La sandalia sin tacón

Pinedo, el zapatero, me quiere. Cuando nos persiguen los chicos para tirarnos chinas, él me deja pasar a su taller para esconderme. Me quedo absorta mirando cómo extiende el pegamento en un trozo de cuero y lo coloca sobre la suela estropeada recortando los bordes con la cuchilla. Después, mete el zapato en un soporte de hierro y aporrea la suela con el martillo.
La mesa está llena de celdillas de madera y en cada una hay clavos de distintos tamaños.
-Pinedo: me gusta mucho tu trabajo, cuando sea mayor me haré zapatera.
-Anda, anda, no digas tontadas.
Él saca la tartera del almuerzo envuelta en una servilleta de cuadros azules y un trozo de hogaza dorado y brillante.
-Hoy me ha puesto mi señora tortilla de escabeche. A mí es que el escabeche me gusta mucho.
-Y a mí también.
Pinedo corta un trozo de pan y le pone encima parte de su tortilla.
-Toma hija, verás que buena está.
Lleva en la bota un vino recio de cosechero y me la pasa advirtiéndome que beba solo un sorbito.
En la Rioja los niños probamos el vino desde pequeños. A veces, como merienda, sobre pan macizo con azúcar por encima o en las comidas mezclado con gaseosa o agua. El vino cría sangre y amor y respeto por la tierra que lo pare.
-Pinedo: ¿Tú eres feliz? Yo es que de mayor, aparte de zapatera, quisiera ser feliz.
-Pues, hija de mi vida, será mejor que te pongas ya a ello porque yo lo veo la mar de difícil. Igual estudiando…
-Pinedo: ¿Tú crees que mi madre resucitará si estudio y me como siempre las lentejas sin rechistar?
Pinedo pasa su mano por mi pelo con una ternura que desmiente su aspecto rudo y le pone los ojos brillantes.
-¡Cosas más raras se han visto, oye! Tú, mientras resucita, ponte a estudiar y eso que te llevarás por delante.
Me despide con una sonrisa forzada mientras se limpia una lágrima con gesto rápido.
Al salir me cruzo con una señora que lleva mal envuelta en papel de periódico una sandalia blanca sin tacón.

(Hasta en las infancias más tristes (y quizá sólo en estas) existe un “Portuga”*, un personaje adulto que nos consuela con su sola presencia. Un cómplice en el mundo de los mayores capaz de ver lo solos, temerosos, inseguros y culpables que nos sentimos por el hecho de ser niños.
La infancia es, a veces, un lugar deshabitado, un espacio en el que buscarse a través de la nada y en el que existimos en la medida en que somos amados.
Un tiempo al que, a pesar de todo, quisiera en ocasiones volver sólo para encontrarme con Pinedo, el zapatero amable de mi calle y contarle que un instante de mi felicidad le pertenece).

*Personaje de la novela “Mi planta de naranja-lima”. J.M. Vasconcelos.

lunes, 24 de marzo de 2014

Mi abuela y la electricidad

(Mi querida abuela Presen, sentada en su butaca acicalándose. Sobre la mesa, su espejito trípode devolviéndole una cara llena de arrugas que ella sigue combatiendo a base de leche de pepinos “Pond´s” y disimulando con polvos “Maderas de Oriente”, tono “Delhi”. Usa un carmín rojo vivo y lo extiende cuidadosamente para, a continuación, retirar la parte sobrante con papel de seda. Antes de comenzar a maquillarse, ha colocado una pinza de presión en una onda de pelo rebelde que no está en su sitio. Lleva un peinador azul claro que retira al acabar de arreglarse. Mi abuela no recibe a nadie hasta concluir esta operación de restauración y mudar sus zapatillas por unos zapatos de tacón bajo).

Mi abuela no descubrió la electricidad, pero casi. En mi casa, la instalación eléctrica es un caos y resulta verdaderamente milagroso que nadie haya muerto electrocutado al intentar enchufar cualquier aparato. Todo son empalmes a base de esparadrapo, resistencias quemadas y planchas con láminas de amianto plateadas como lomos de sardinas.
Se funden los plomos por segunda vez en esta noche todavía fría, de primavera.
-¿Se puede saber qué habéis enchufado?
A medida que voy acercándome a la cocina, el olor a baquelita quemada se hace más intenso.
-Toma: pela este cable, a ver si consigues sacar unos hilos para arreglar los plomos.
-¿Cuántos quieres, abuela?
-Vamos a meterle un manojo gordo, así aguantará más.
-Abuela: dice el tío Miguel que parecemos una sucursal de la “Vasco-Alavesa” y que cualquier día vamos a tener una desgracia.
Entonces ella me larga una retahíla sobre electricidad negativa, positiva, los filamentos y qué sé yo cuántas cosas más. Conviene cortarla rápido cambiando de tema.
-Abuela: ¿Tú crees que llegarán a la luna los americanos?
-Hija; lo importante no es saber si van a llegar, sino para qué quieren llegar.
En momentos así, miro a mi abuela con respeto reverencial, como si dentro de ella viviera una mujer extraordinaria que asomara sólo en momentos mágicos como éste.

sábado, 22 de marzo de 2014

Decido no ir al cielo

(Tengo que decirle a mamá que me guarde la caja de Nivea. La que me dio de pastillas Valda tiene poco peso y no sirve para jugar al truquemé).
Me encuentro con Ana Mari en la Plaza de la Cruz.
-¿Dónde vas?
-A comprar dos barras de tiza. Ayer tuvimos que pintar el truquemé con una piedra de cal y no se notaban las casillas en el suelo.



En la imprenta de Sagredo, una señora, vestida de negro y con una voz estridente, elige recordatorios de muerto. El empleado ha desplegado sobre el mostrador una colección enorme de modelos con orla negra y dorada pero la señora no se decide por ninguno. Así llevan una hora y el empleado muestra signos de estar perdiendo la paciencia.
-¿Qué le parece éste de Jesús crucificado?
-Un poco soso, pero podría valer. Vayamos ahora con el lema.
-Mire, se me ocurre éste. A ver qué le parece: “Crescencio: descansa hasta que volvamos a encontrarnos”.
La señora da el visto bueno sin captar la fina ironía. Yo, mientras tanto, doy vueltas sin parar en el espacio reducido del comercio al ritmo del “chacacha, chacacha…” que hace la enorme máquina imprimiendo menús de “Casa Terete”. Ese sonido y el del almirez siempre me hacen bailar.
-¿Y a ti que te pasa? ¿Te ha dado el baile San Vito? (El empleado me mira con cara de asesino en serie).

Salgo con las tizas en la mano y dejo un surco blanco por toda la fachada. Lo hago como venganza y para hacer méritos de maldad.

De vuelta a casa me ha dado por pensar en que igual, cuando me muera, me reúno en el cielo con la madre Culpógena para toda la eternidad eterna y, entre eso y el baile de San Vito he devuelto toda la merienda.
-Mamá: qué se puede hacer para no ir al cielo.
-Seguir así, hija. Seguir así.

A mí me pasa como a la señora de los recordatorios; que no capto la ironía.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Cambiando novelas (I)

Bajo el alero del tejado hay un nido de golondrinas primoroso y redondo como un bollo. Sus dueñas andan de viaje todavía. Sin embargo, en el de las cigüeñas del tejado del casino hay un trajín que convida a mirar: la pareja arregla el cristo que liaron los vientos y las nieves del invierno que no respetaron su residencia y la dejaron echa una lástima.

La tarde está cayendo y es agradable comprobar que son las siete y todavía hay claridad. Los días van alargándose y sobre la Sierra de Toloño baja una luz azul como de mar florido.

Respira el campo y respira mi pecho liberado al fin de la coraza de la camiseta de punto que abriga de los fríos. Una camiseta que se parece mucho a una prótesis, algo que no me salva y me hace débil. Mis miembros largos y sin armonía se alzan hacia la vida como los pajarillos en el nido y desde mis diez años crece dentro de mí una razón de ser, empecinada, una apuesta obstinada por la vida.

Voy camino del quiosco, a cambiarle novelas a mi abuela. Conozco todas por las portadas.
-Joaquina, traigo cuatro para cambiar.
-…
-Ésta ya la ha leído.
-A ver éstas: “Cuando el amor se aleja”, “Siempre tuya”, “Verano en Nápoles”…. Hija: ya no sé qué sacarte, tu abuela se ha leído medio quiosco.
-Me ha dicho que la que diste el otro día era muy emocionante. Que; ojito los dinerales que podía haberse llevado si se casa con el argentino embustero y vividor, pero ella prefirió al pobre, por honrado y de Burgos.

-Sí maja, sí. A tu abuela le daba yo emociones fuertes. Alabadoseadiosrecoñabenditaqueasco.

La se señora Joaquina utiliza esa frase para desahogarse, como otros se alivian diciendo: “Váyase usted a la mierda”, o “que le folle a usted un pez”. La señora Joaquina tiene un marido fumista y borracho, que le saltó un ojo tensando la varilla de un paraguas, un hijo con paralís, y una casa sin retrete. La señora Joaquina está cansada de vivir, pero no se tira del puente porque le da vértigo.

Cambiando novelas (II)

La penumbra hay ido ganando espacio y ya han encendido la farola de la esquina. Entre las casas de la calle Santa Lucía se deja ver un trozo de cielo hecho jirones malvas y rojizos.

Subo la escalera sin encender la luz, dejándome guiar por el pasamano y contando los escalones. Sé cuántos hay en cada tramo, así que no hay peligro de tropezar. Veo una silueta de un gato que está tumbado sobre la claraboya y, por un momento, deseo que se rompa el cristal y caiga por el hueco de la escalera.

La radio está dando la noticia de que S.E. el Jefe del Estado, acompañado de su esposa y del Vicepresidente del Gobierno y señora de Muñoz Grandes, presiden la sexta demostración sindical celebrada en el Estadio Santiago Bernabéu. También anuncian que en el Teatro Apolo, de Madrid, Rosita Tomás estrena “Espérame en el cielo” con Luis Cuenca y Pedrito Peña.

-.. Ésta ya la he leído.
-Bueno, abuela, pues la lees otra vez. Has leído tantas que todas las portadas me parecen iguales.
-¿Me has comprado los “Alcalinos Gelos”?
-Eso: te inflas a comer caracoles con la vecina y luego lo quieres arreglar con polvitos. Te has tomado ya como doscientos litines… Te van a dar unos gases que te vas a tener que atar a la cama para no salir volando.
-Pero: ¿La oye usted, Luci? ¡Déspota, que eres una déspota!
-Y tú una pedorra.
….
-Abuela: cuéntame el cuento de María Sarmiento, la que fue a cagar y se la llevó el viento.

Y me contaba el cuento mientras yo miraba encandilada su pelo blanco con reflejos azules y la noche caía sobre la casa de El Arrabal, 14.

lunes, 10 de marzo de 2014

Insomnio

De madrugada
aúllan los perros bajo las farolas de luz amarilla.

De madrugada
suena la campanilla que abre paso al viático del moribundo.

De madrugada
el borracho intenta encajar la llave en una puerta que no le conoce.

De madrugada
sale un vaho caliente por la puerta del obrador de la panadería.

De madrugada
suenan en el empedrado los tacones de doña Manolita que acude a velar al Santísimo.

De madrugada
el ratón muerde el queso y hace soltar el cepo que le aplasta la cabeza.

De madrugada
el ascensor se detiene en el piso de don Jacinto que regresa de ayudar a nacer al hijo de Asunción, la de la tienda de coloniales.

De madrugada
y media hora más tarde, el ascensor vuelve a parar un piso más arriba para dejar en su casa a don José María que ha pasado la noche de putas.

De madrugada
Joaquín y Pepa hacen un amor ruidoso, de somier oxidado, un amor que no parece amor.

De madrugada
comienzan a cantar los pájaros con brío, ilusionadamente, como si estrenaran el mundo.

De madrugada.

Disimulo

Doña Patrocinio ha dejado a su hija en casa esperando al cobrador de “El Ocaso”. Le ha dicho a Patrito que pasaba a echar la partida a casa de doña Presen pero, en realidad, ambas se están comiendo (a escondidas de sus respectivas úlceras de estómago), una cazuela de caracoles preparados por doña Presen que tiene mucha mano en la cocina.

-Mira, Patro, lo que tienes que hacer es tenerlos unos días al aire colgados en una red. Después los lavas muy bien con sal y, una vez lavados, los pones en un puchero con agua fría y les dejas que vayan sacando el cuerpo fuera, entonces enciendes el fuego y cuando ya están muertos lo atizas al máximo para que hiervan un poco, seguidamente cambias el agua y dejas que hiervan otra vez. En el tercer agua echas una hoja de laurel y sal y los dejas cocer otro ratito. Aparte, fríes bastante tomate con cebolla y ajo picaditos poniéndole media cucharadita de pimentón dulce-picante. En otra sartén, fríes también una buena cantidad de apaños de tocino de beta, jamón y chorizo. Escurres los caracoles, los pones en una cazuela de barro y les echas por encima el tomate y los apaños y los dejas que se hagan lentito un rato. Les puedes echar también una guindilla que la da otra gracia y, desde luego, hacerlos de un día para otro para que cojan la sustancia.

Las dos amigas se meten entre pecho y espalda, además de los caracoles, media hogaza de pan macizo y una botella de Muga.

Un par de horas después, doña Presen toma “Alcalinos Gelos” y doña Patrocinio rechaza la sopa de picadillo y los sesos rebozados que la he preparado Patrito con tánto amor y dedicación. Sólo bebe un vaso de agua de Vichy que le hace echar unos eruptos de cargador del muelle.
-¡Hija de mi vida! Total, para un cafelito que me ha puesto doña Presen y fíjate cómo se me han revuelto todas las bilis del cuerpo.

Patrito no responde porque su corazón y entendimiento han escapado escaleras abajo tras Joaquín, el cobrador de “El Ocaso”, que le ha robado un beso suave y tibio. Un beso parecido a eso que dicen que es la felicidad.

domingo, 9 de marzo de 2014

Cuestión de gustos

La peluquería de don Abelardo Murgoitia huele al líquido de las permanentes y al perfume que usa él (según mi abuela, de mujer). Don Abelardo lleva el pelo de un negro violento y gasta un bigotito recortado al estilo de Doménico Modugno. Don Abelardo, los domingos va al fútbol no porque sea aficionado a este deporte, sino para verles las piernas a los jugadores.

-Abelardo: ¿Sabe usted si viene hoy a peinarse doña Elvira?
-Claro que sí, doña Mª Luisa, ya sabe usted que mañana se le casa la niña.
Doña Elvira tiene un lunar con pelos en la aleta de la nariz y hace un cloqueo con la garganta de lo más desagradable, como si tuviera siempre una flema atascada. Doña Elvira tiene una hija gordísima, cejijunta y renegrida que se llama Clara, y un marido que toca la tuba en la banda municipal. El novio de la niña se llama Abundio y hacer honor a su nombre. Abundio se ha librado de hacer a mili por memo y por tener veinte dioptrías en cada ojo.

-Fíjate, le acabo de preguntar a Abelardo por ti.
Doña Elvira aparece con la cara roja y sudorosa como si le fuera a dar una apoplejía.
-Pues, hija, vengo muerta. Un auténtico viacrucis de tiendas y encargos. Lo último ha sido recoger mi vestido en la modista.
-¿Qué tal ha quedado?
-Una divinidad: la tela es color salmón con un topo marrón. La falda va con una nesga en diagonal y una lazada en torno al talle. El cuerpo lleva mangas abullonadas y una pechera toda de entredoses. En el hombro llevo prendida una camelia de organdí. De tocado llevaré una pamela de seda salvaje en el tono del topo. ¡El golpe! ¡Voy a dar el golpe!
Mi madre la mira con cara de estupor imaginándola compitiendo con la tarta y pensando que el golpe se lo debieran dar a ella por elegir ese atuendo con sus cien kilos de peso.
-¡Ay, Elvira: vas a parecer Imelda Marcos!
Doña Elvira no capta la fina ironía de mi madre, pero Abelardo desde el espejo guiña un ojo cómplice.

viernes, 7 de marzo de 2014

Redacciones

En el colegio era felicitada por mis redacciones, lo único en lo que destacaba. El único ejercicio para inventar un mundo paralelo en el que no morir. Redacciones en letra redondilla, llenas de luz imaginada en sombras. Llenas de días desplegados al sol entre la niebla de un presente yerto. Llenas de carne amable y olorosa que permanece solo en la memoria. Redacciones de pacto con la vida. Con chiribitas que nacen en un campo segado por la ausencia. Redacciones para tensar el arco del destino aunque las flechas caigan en el agua.

Recordatorio

"Hoy es siempre todavía."
A. Machado
DEP Leopoldo María Panero. Poeta

Don Jacinto en el casino

DON JACINTO EN EL CASINO

La puerta del primero izquierda se abre cada tarde a las cinco para dar paso a don Jacinto que acude a la tertulia del casino. Antes de poner pie en la calle se santigua y recoloca el pañuelo en el bolsillo superior de la americana. Don Jacinto siempre sale de casa hecho un brazo de mar y acompañado de su bastoncito que, más que servirle de apoyo, lo usa para aparentar un donjuanismo de zarzuela a la que es tan aficionado.

Don Jacinto, como ganó en su día “La flor natural” con su poesía a la Virgen de la Peña, se las da de orador y, en cuanto don Marcelino le da pie en la tertulia quejándose sobre la falta de moral de este país nuestro, don Jacinto arrea con un encendido discurso que le dilata las aletas de la nariz y le eriza los pelos del cogote: “La sociedad que ahora se estila, solamente proclama oradores a la turbamulta de charlatanes sacamuelas que, despotricando por doquier chaparradas de disparates, expectoran sin vergüenza suciedades contra la moral, blasfemando contra la religión, infamando los altares, atacando las instituciones venerandas y calumniando contra todo lo santo, contra todo lo justo, contra todo lo bueno que la patria encierra. ¡Pobre Europa y pobre España!”

Don Jacinto hoy está muy subido porque ayer triunfó con “la Cañailla”, una puta de Sanlúcar de Barrameda que pasa consulta en Bilbao, en un burdel de la calle de las Cortes. Don Jacinto permite que “la Cañailla” le llame por su mote: “Solfeo” y, sin embargo él la llama a ella por su nombre de pila: Carmen.

Don Jacinto, de haber vivido unos años más, quizá se hubiera casado con Carmen. Los tiempos cambiaron mucho y en el casino, Germán, el hojalatero afiliado a la UGT, canta a grito pelado: “Calahorra ya no es Calahoraaaa, que parece Guasintoooon, tiene obispo y to la hostiaaaaa, casa putas y frontóooon”

-Vaya. ¡Menos mal que se murió antes!
-¡Y usted que lo diga!

Solita Garmendia

En la pared frontal del vestíbulo, al que ellas llaman “hall”, cuelga un tapiz apolillado con el escudo nobiliario de los Garmendia en oro, un roble de sinople y, a su pie, un jabalí andante, de su color natural, y a cada lado de la copa del árbol, un roel de azur. Bajo el tapiz y sobre una consola adosada a la pared, un quinqué proyecta una luz mortecina que apenas se adentra por el largo pasillo en el que, una sucesión de puertas, dan paso a habitaciones en las que se ha instalado una pobreza vergonzante que se hace ver en la escasez de mobiliario y en las marcas que han dejado en la pared los cuadros descolgados.

En el comedor, doña Solita Garmendia repasa una combinación a la que no le cabe ya un zurcido más, a sus pies el brasero apenas calienta y al remover las ascuas con la badila éstas aparecen grises y sin vida. Su sobrina Dorita hace escalas en el piano de pared con los dedos entumecidos por el frío. En el aparador hay un plato con un huevo y un paquete lleno de manchas de grasa que contiene unos recortes de jamón rancio y en el cajón, junto a las servilletas y el mantel, un trozo de pan seco. Con él saldrán del apuro de esta noche preparando unas sopas de ajo con el huevo batido. La pobreza del plato contrasta con la ceremonia con la que es servido y apurado. Los cubiertos de plata hace tiempo que tomaron camino del Monte de Piedad, junto a los platos de porcelana checa y las cristalería de Bohemia. No obstante ambas, tía y sobrina, alzan el brazo para llevarse la cuchara a la boca sin agachar la cabeza y se limpian los labios con la servilleta antes de beber. A la sopa de ajo se le llama sopa castellana y a la que prepararán mañana con los restos del pescado que les regalarán para el gato inexistente, Bullabesa.

Doña Solita, duerme con redecilla, camisón de franela y una botella de agua caliente. Sobre las mantas que han sobrevivido a la casa de empeños coloca su abrigo y en la oscuridad del cuarto reza sus oraciones hasta quedar dormida. Dorita sin embargo no reza, repite mentalmente: Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si, como un mantra. Dorita cuida mucho sus manos y todas las noches antes de acostarse se aplica crema “Kaloderma” y se pone unos guantes de algodón. Dorita imagina que es pianista de la orquesta del Teatro Real. Y doña Solita sueña con una fuente de cocochas en salsa verde, con sus almejas y todo. ¡Que variedad de sus sueños y esperanzas habitan en la noche!

lunes, 3 de marzo de 2014

Las cigüeñas


 Por San Blas volvían a sus nidos las cigüeñas y si permanecían vacíos era augurio de nieves y mal año de campos y cosechas. Yo las veía sobre el tejado del casino y sentía una alegría mansa que confirmaba mi lugar en el mundo, que las cosas eran como debían ser: repetidas, fiables. Y pedía en silencio que no faltaran nunca a aquella cita que traía en sus alas vientos de primavera que templaban el aire y habrían las ventanas a la vida.

Luci se asoma a mi lado en el mirador y sacude el trapo del polvo.
-He pedido a la cigüeña que me traiga un hermanito.
-¡Estás tu fresca! ¿Cómo te va a traer un hermano, si tu madre es viuda?
-Pues trayéndomelo, ¡mira ésta!
-A tí lo que te va a traer es un correquetecagasyunalevita.
Luci utilizaba esa retahíla cada vez que pedías algo.

Yo me enteré tarde de todo: del misterio de la maternidad, de que los Reyes Magos eran los padres, que donde cantábamos "pomporrutas imperiales" era "voy por rutas imperiales" y que mi madre no estaba internada en el hospital, sino en el cementerio. No recuerdo cuántos días me lo ocultaron, sé que antes encontré en un cajón del buró, unas cintas negras y doradas. Una de ellas decía "recuerdo de sus hijas". Y así lo supe. Y desde entonces no volví a esperar el regreso de las cigüeñas.

Vicentín se va de la OJE

Vicentín ha entrado en su casa tirando la boina al suelo y diciendo que no vuelve a la OJE, que le importa una mierda quedarse en "flecha" y no llegar a ser "arquero". Lo dice porque ha recibido estopa del delegado, que le ha escuchado blasfemar cagándose en la Virgen. El tortazo le ha dejado como lelo, del dolor y la humillación.

Vicentín, como siempre, lo paga con el servicio y se pone cargante hasta no poder más.
-Yo no pienso cenar tortilla: quiero una codorniz escabechada.
-¡No te jiba; y yo un mercedes!
-Mira, tía asquerosa, o me pones la codorniz escabechada o le digo a mi madre que le sisas en la compra.
Jacinta lleva sirviendo en la casa más de veinte años y es la única que no se arredra ante Vicentín.
-Mira mierdalsol: la caza es para tu padre, así que: o te comes la tortilla, o no cenas.
Por supuesto, Vicentín tomará no una codorniz, sino dos, que le pondrá su mamá llena de amor y comprensión.

Don Vicente ha vuelto de Zaragoza y le ha traído un adoquín de caramelo que pesa medio kilo y un bastón, también de caramelo, de fresa y rayas blancas que andará pesando otro kilo por lo menos. Vicentín tiene casi todas las muelas cariadas, pero no va al dentista porque no quiere.

Por la noche a Vicentín le dan unas bascas tremendas y echa del cuerpo hasta la primera papilla. A la luz tenue de la lámpara de la mesilla, la cara pálida de Vicentín es la de un niño dócil y tranquilo. Una hasta dejaría un beso tierno en su frente. El corazón de las mujeres es así: blandito y con poca memoria.

Mitomanía

Esta chica es mi ídola. Me haré un póster.

La primavera

La primavera llega de repente, la sientes en el aire y en la sangre como un mensaje de vida renovada. Las chiribitas manchan de blanco las praderas verdes y el diente de león asoma en las cunetas. En las tapias florecen las glicinias y los caracoles empiezan a asomar trás el invierno. Los mejores se cogen en abril, porque, como dice el refrán: los caracoles de abril, para mí; los de mayo para mi amo, y los de junio para ninguno.

-Dile a tu madre que le traeré los primeros, hoy llevo escarolas muy tiernas criadas en mi venajo.
-Mamá: dice el señor Ramiro que lleva escarolas.
-Que deje dos y le dices a Luci que le dé lo corriente y los vestidos tuyos que he dejado en la cocina.
"Lo corriente" son los dos huevos y la peseta. Los vestidos, son los que ya no disponen de dobladillo que sacar debido a mi crecimiento constante. Ramiro, da las gracias y pasa sin llamar por la puerta de doña Patrocinio porque ella tiene otro pobre distinto.

El uniforme del colegio me queda corto y exhibo mis rodillas llenas de postillas que me arranco y se superponen a nuevas caídas y desconchones. Yo me caigo una barbaridad. Es un rasgo de mi personalidad, como la estatura o el color verde de los ojos. La lazada de la chalina me asoma por el cogote, los pelos han escapado de la coleta al pegarme con Conchitin y los calcetines me los han comido los ratones (eso dice mi abuela cuando los llevo más dentro del zapato, que fuera). Traigo un chichón en la frente porque me he tragado una farola por andar evitando pisar raya.

Mi madre me atiza una torta nada más verme y después me aprieta el chichón con una moneda para que me baje la hinchazón.
-Cualquier día, si no te matas tú sola, te mataré yo.

Al final no cumple nunca su amenaza; por pena y por lo que diría la gente, que en este pueblo es muy dada a criticar.

Azotea

Desde el portal,
la escalera es un camino en sombra que nos lleva a luz.
En la azotea bailan las sábanas la música del viento
y de las chimeneas sale el rumor caliente de la vida,
zurean las palomas
y hacen las golondrinas nidos en los aleros.

La azotea es más cielo que tierra,
es frontera entre el miedo
y la patria del corazón que será siempre nuestra.
Allí me escondo de los cuartos callados y en penumbra,
de las ausencias que vendrán
y cubrirán mi vida de cenizas sin sol.
Aquí me pongo nombre y elijo mi destino.
Por hoy
por este instante
sobrevivo,
y es bastante. 


 (Entonces se solía decir: “está de la azotea”… Ahora lo entiendo)