
Luci se ríe, pero mi madre sale del comedor, desde donde ha oído el “piropo” del fontanero.
-Diga qué se le debe y márchese, en mi casa no admito ese lenguaje. Y tú –señalándome- vete a tu cuarto a hacer los deberes.
El fontanero lleva un mono azul y unas alpargatas de esparto, se llama Abundio y no es tonto, sólo es un hombre echao palante al que le gusta requebrar a las mujeres de forma rústica. Abundio, sin embargo, quiere enmendarse y aplica siempre mal lo que el llama un lenguaje “fino”.
-Le he cambiado el bote “sinfónico”, asín que me tiene que dar usted veinte duros.
Mi madre, arreglada para salir, saca el billete del bolso y se lo tiende con cara de asco.
-Está muy elegante la señora. ¿Va usted de “pasedo”?.
Abundio también dice “bacalado” y “Bilbado”, se peina con brillantina, lleva la raya tirada a cordel y, bajo su bigote fino, luce una sonrisa blanca y perfecta.
Mientras recoge sus herramientas canta de forma afinada y melodiosa:
-“Por ir a tu lado a verte, mi más leal compañera, me hice novio de la muerte, la estreché con lazo fuerte y su amor fue mi bandera”.
Abundio tiene un cuerpo fornido y musculoso e iba para legionario pero lo expulsaron del cuerpo por “piropear” a la señora del comandante Espiroz.
-¿El mismo piropo que le ha dedicado a Luci?
-Peor.
Las familias a veces engendran seres extraños. Seres que, con un poco de lustre y educación harían un buen papel hasta en la aristocracia.
-No sé qué decirle: tánto como en la aristocracia…
-O como Embajador en Guinea Ecuatorial.
-Ahí ya no le digo yo que no.
Abundio al pasar por la puerta le dice a Luci algo al oído.
-¿Qué le ha dicho?
-¡Y yo qué sé! ¿No le acabo de decir que se lo ha dicho al oído?
-¡Toma, claro! Pero como usted es quien escribe la historia, igual sabe lo que le dijo.
-Pues casi seguro que sí. Es lo que tiene ésto de escribir; que una cuenta lo que le da la gana.
-Y se queda usted tan ancha.
-A veces, no. A veces hasta lloro y se me pone el corazón encogido como una ciruela pasa.
-¡Vaya por Dios! ¡Pues será porque usted quiere!
-Pues sí, ahí lleva usted toda la razón.
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