Aunque yo haya estado estos días de mi corazón
a mis asuntos, el primero ha permanecido en la escalera, huérfano de
palabras y expulsado de un paraíso en el que Eva desertó de manzanas. Y,
en mis asuntos, las manos han trajinado salsas, cuajado
postres, encandilado asados, pero el aroma no atravesó el zaguán y en
mi escalera seguía oliendo tercamente a ausencia. A veces, llamar a las
palabras por su nombre resulta un imposible cuajado de haches mudas.
Sólo los perros las pronuncian y nos salvan de hablar de tonterías.
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