miércoles, 4 de junio de 2014

Sin pecado concebida

El sacristán camina por el pasillo central haciendo resonar su manojo de llaves, hace la genuflexión ante el altar y se pierde por la puerta de la sacristía.
Sentada en el banco voy repasando las estampas y recordatorios que guardo en el misal. El más bonito es el de la comunión de Rafael Salvatierra, primo de mamá. Un ángel protege con sus alas el Copón que descansa sobre una nube, más abajo figura el nombre, la iglesia donde comulgó y la fecha: 23 de Mayo de 1942.
Mari Vega lleva un velo negro sencillo y corto que hace de marco a su carita de rasgos dulces y finos. Ana Mari no lleva velo y estrena zapatos de charol con una hebilla dorada. Menchu luce una melena suelta retirada de la cara por una diadema y tiene cara de enfado porque está castigada sin paga. No ha querido decir por qué.
Comento que quiero comulgar, pero que antes debo confesarme y todas me acompañan al pasillo lateral donde están situados los confesionarios.
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida.
-Padre, hace un mes que no me he confesado y me acuso de haber mentido a mi madre y a mi abuela, de haber faltado al colegio y de tener malos pensamientos.
La celosía deja pasar algo de luz y observo a don Abilio que permanece con los ojos cerrados y murmura algún “hum, hum” como haciendo ver que me escucha. Ante mi última confesión yergue la cabeza en actitud interesada y la inclina hacia mí.
-Qué malos pensamientos, vamos a ver.
-Pues que se me moría mi madre y que a la perra de mi vecina doña Pepa la atropellaba un camión y también se moría la pobre.
-Hija, esos no son malos pensamientos, los malos pensamientos siempre son contra el sexto y el noveno mandamiento.
-¡Ah!
Me da la absolución haciendo una cruz en el aire y me manda que rece cuatro Credos y un Ave María. Después de rezar mi penitencia siento que lo de estar en gracia de Dios es una cosa estupenda y que si me muero ahora mismo, voy derechita al cielo sin pasar por el purgatorio ni nada. La sensación me dura poco porque Menchu, señalando un agujero en el asiento delantero, dice que lo hizo un pedo que se tiró Marisol Centeno, nuestra vecina puerca del número doce. Mari Vega lanza una carcajada ahogada que hace que se oiga chistar a los de atrás recriminándonos.
En la fila para recibir la comunión tengo delante a Ana Mari que cojea y lleva colgando del talón una tirita casi despegada. A medida que la fila avanza comienzo a sentir remordimientos de conciencia por lo del pedo. Eso sí debe ser un mal pensamiento porque tiene que ver con el culo. Así que cuando don Abilio alarga la mano diciéndome “el cuerpo de Cristo” no abro la boca y me retiro dejándole perplejo y con la hostia suspendida en el aire.
Finalizada la misa, las puertas de la iglesia comienzan a vomitar el gentío que ocupaba de pie los pasillos y el ábside. La misa de doce es la más concurrida por acabar a la hora del vermut. Finalmente, los bancos también se van desocupando y al final solo quedan media docena de beatas, no se sabe si dormidas o en profunda meditación.
El personal se desperdiga por las cuestas de bajada. Unos hacia los bares, otros a paseo y nosotras a jugar a la comba bajo los soportales hasta que llegue la hora de comer.
Los matrimonios salen de las confiterías con su paquete de pasteles pendiendo de los dedos. Las calles los domingos a mediodía huelen a pollo asado y a Varón Dandy. Un olor parecido a la felicidad.

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