miércoles, 4 de junio de 2014

De merienda

-Mañana a las cinco en “Berrozpe”, porque si vamos más tarde sólo quedan de chico y yo con la barra no me apaño.
Este año vale a cinco pesetas la hora de alquiler. Yo, como llevo la bicicleta de mi hermana me ahorro el dinero.
Veo a Berta subiendo la cuesta y me admiro de que pueda pedalear de pie con lo gorda que está. En cambio yo, nada más salir de casa ya me he clavado el pedal en el tobillo no sé cuántas veces.
-Me ha dicho mi madre que otro día salgamos más tarde, que con este calor nos puede dar una congestión.
En la carretera de Anguciana los árboles forman una bóveda verde por la que se filtran los rayos del sol haciendo de la carretera un túnel refrescante en esta tarde calurosa de verano. Hemos dejado atrás las huertas y los venajos y aparecen a nuestra derecha los campos de viñas y frutales.
Bajamos hasta la ribera del río y nos sentamos a merendar bajo los chopos. Las bicicletas quedan tiradas en el ribazo.
-¡Me cago en la leche! ¿Qué pasa, es que no hay otro sitio en el río para venir a joder la marrana? Aquí sin incomodar y calladas como en misa, que nos espantáis la pesca.
Mi tío Miguel y su amigo Carlos vigilan el movimiento del sedal y sobre la hierba brillan varias loinas y un barbo que todavía se arquea dando coletazos.
Estamos calladas como muertas. Sólo se escucha el canto del jilguero y del tordo de agua.
Los dos pescadores han preparado reteles con cebos de sardina arenque para pescar cangrejos y cuando los han echado en un remanso cerca de la orilla se han hundido blandamente, dejando círculos en el espejo de agua. Solo se ve de cada aparejo una cuerda que queda amarrada en las ramas de la orilla.
Mi tío, después de merendar, saca el paquete de “Ideales” y los dos hombres fuman en silencio.
En mi bolsa de rafia hay un bocadillo de filete empanado, un plátano y una cantimplora con agua. Mi tío se acerca y nos pasa la bota y unas tajadas de melón enfriado en el río.
-Si no salimos ya, a la vuelta se nos hará de noche y yo no tengo faro, dice Berta.
Cogemos las bicicletas y atravesamos un campo de rastrojos. De pronto, levantamos una perdiz que se posa y corretea seguida por media docena de crías de andar borracho que se atropellan por seguir a la madre sin quedarse atrás.

Así me veía yo desde que ella se fue, como una cría de perdiz buscando entre rastrojos.

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