miércoles, 19 de marzo de 2014

Cambiando novelas (I)

Bajo el alero del tejado hay un nido de golondrinas primoroso y redondo como un bollo. Sus dueñas andan de viaje todavía. Sin embargo, en el de las cigüeñas del tejado del casino hay un trajín que convida a mirar: la pareja arregla el cristo que liaron los vientos y las nieves del invierno que no respetaron su residencia y la dejaron echa una lástima.

La tarde está cayendo y es agradable comprobar que son las siete y todavía hay claridad. Los días van alargándose y sobre la Sierra de Toloño baja una luz azul como de mar florido.

Respira el campo y respira mi pecho liberado al fin de la coraza de la camiseta de punto que abriga de los fríos. Una camiseta que se parece mucho a una prótesis, algo que no me salva y me hace débil. Mis miembros largos y sin armonía se alzan hacia la vida como los pajarillos en el nido y desde mis diez años crece dentro de mí una razón de ser, empecinada, una apuesta obstinada por la vida.

Voy camino del quiosco, a cambiarle novelas a mi abuela. Conozco todas por las portadas.
-Joaquina, traigo cuatro para cambiar.
-…
-Ésta ya la ha leído.
-A ver éstas: “Cuando el amor se aleja”, “Siempre tuya”, “Verano en Nápoles”…. Hija: ya no sé qué sacarte, tu abuela se ha leído medio quiosco.
-Me ha dicho que la que diste el otro día era muy emocionante. Que; ojito los dinerales que podía haberse llevado si se casa con el argentino embustero y vividor, pero ella prefirió al pobre, por honrado y de Burgos.

-Sí maja, sí. A tu abuela le daba yo emociones fuertes. Alabadoseadiosrecoñabenditaqueasco.

La se señora Joaquina utiliza esa frase para desahogarse, como otros se alivian diciendo: “Váyase usted a la mierda”, o “que le folle a usted un pez”. La señora Joaquina tiene un marido fumista y borracho, que le saltó un ojo tensando la varilla de un paraguas, un hijo con paralís, y una casa sin retrete. La señora Joaquina está cansada de vivir, pero no se tira del puente porque le da vértigo.

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