En la puerta, la aldaba tenía forma de mano y sobre ella relucía la chapita con el corazón de Jesús.
-¡Por Dios; cuántas veces te he dicho que no des portazos!
-Es que vengo contentísima porque se ha muerto la madre Sinfónica.
-¿Pero, qué dice esta niña? (mi abuela mirando a mi madre).
-Que se ha muerto Sor Marcelina Subirús, la que daba clase de música.
La madre Sinfónica tenía una verruga peluda cerca de la boca y un ojo estrábico que despistaba.
-Como brotes de olivoooooooooo....
(Yo detrás de ella hacía aspavientos con las manos poniéndome bizca. Y
ella, con aquel ojo que giraba 180º, debía verme y se giraba lanzándome
un tortazo que me dejaba medio lela).
-Está muy feo alegrarse de la muerte de nadie
-Depende
-Ni depende, ni dependa (así acostumbraba mi madre a zanjar los temas:
"Ni luego, ni luega: ahora". "Ni por favor, ni sin favor: hoy no sales,
estás castigada". "Ni con fulana, ni con mengana: tú, no vas".... Y así
sucesivamente. Este es un lenguaje universal de las madres que yo he
aplicado con fran eficacia cuando me ha tocado ejercer.
La madre Sinfónica en su caja de pino y con los ojos cerrados daba menos miedo que viva (y también menos asco).
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