Los viernes por la noche era el día del baño.
El agua se iba quedando fría y la yema de mis dedos como garbanzos en
remojo. Mi madre me refregaba con una manopla que me dejaba la piel
enrojecida. El pijama de franela y la bata de cuadros escoceses.
El olor a Heno de Pravia flotaba en el aire y el espejo empañado me
devolvía una imagen mía vulnerable y mojada, como del pato que sabía que
jamás sería cisne. Mientras tomaba la sopa me vencía el sueño y me
alegraba no ver el uniforme del colegio preparado en la silla para el
día siguiente. El lunes era algo lejano y estaba en medio un largo fin
de semana. Era feliz y no lo sabía.
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