Los lunes era día de colada y durante toda la
mañana se oía el girar del émbolo de la lavadora, la ropa oliendo a
jabón en escamas. Más tarde había que escurrir, aclarar y sumergir en
azulete las prendas blancas. Cuando podía participar de aquella
alquimia lo hacía, y me encantaba escuchar la cantinela sobre los
tiempos en que había que lavar en el río y la comodidad que representaba
aquella lavadora eléctrica para mí tan ruidosa e incómoda. Mañanas de
lunes con sábanas flotando bajo un sol que aún calienta ahí, en un lugar
resplandeciente de la memoria.
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