En el colegio, los viernes teníamos clase de
labor (un pañito de tela blanca en que habíamos de representar las
diferentes posibilidades de costura. Desde la vainica ciega, al bodoque,
pasando por el punto de cruz, el de cangrejo,
el filtiré, el petipuán y el punto pelota a mano -las vascas-). Yo
tenía una particular aversión al tiempo entre costuras y, donde mis
compañeras lucían muestras de alienación perfecta, lo mío era la bala
que mató a Kennedy (y casi con las mismas consecuencias, debido a la
errática trayectoria de mis filas y a las manchas que salpicaban
mironianamente mi absurda labor).
-Le voy a poner a usted un uno por no ponerle un cero.
-Ah; pues entonces mejor. No vea lo contentos que se van a poner en mi casa. (Yo era una optimista impenitente).
Bueno, gente querida. Le voy a pasar unos hilvanes al día, a ver si aguanta sin que se me descuelgue el bajo.
Mi trapito era exactamente igual...
ResponderEliminarY estrecho para que las filas duraran menos.
Un beso,