Mi tía Marita ha seguido leyendo a Pereda y
tiene el azúcar descontrolado, así que la acompaño a la consulta de don
Sabino Ardanza y allí nos encontramos con mi vecina Patrocinio. A doña
Patro lo que más le gusta es ir al médico
y jugar al julepe y ganar. Ella presume de sus enfermedades como otros
presumen de coche o de apartamento en Torrevieja. Doña Patrocinio
empieza a contar y no acaba: tuvo sífilis allá por el año cincuenta
(dicen que se la contagió su marido porque se aficionó a una puta de Las
Cortes con la que hacía la carretilla) y se curó con “Neosalvarsán”.
Unos años antes, a punto estuvo de palmarla cuando pilló un tifus
exantemático que la dejo amarilla y exprimida como un limón. También se
contagió de sarna y tuvo las axilas, los pezones y las ingles en carne
viva. Lo único que le calmaba el picor era frotarse el cuerpo con harina
de almortas que le dejaba la piel como a las chinas del teatro kabuki.
-Ahora me han descubierto un quiste mesentérico que lo tengo alojado mismamente en el recto.
-¡Qué risa! Digo… ¡Qué horror!
Doña Patrocinio suele echar la tarde en la sala de espera de don Sabino
aunque no tenga cita. Allí intercambia tratamientos y aconseja a los
demás pacientes sobre cualquier dolencia. Algunos quedan tan convencidos
que se van sin ver al médico y compran en la farmacia lo que doña Patro
les ha prescrito. A doña Patro le hubiera gustado tener poliomielitis,
como su prima Adoración.
-¡Anda, qué burra!
-La verdad es que hay personas muy sicalípticas.
-Y muy marranas. Eso sobre todo.
-Pues, sí; marranas hay un rato. Ahí lleva usted razón.
Al salir del médico mi tía me compra una pelota con una goma que me
anilla en el dedo anular. La hago rebotar contra mi mano diciendo los
nombres de la familia Telerín: Cleo, Teté, Maripi, Pelusín, Colitas y
Cuquín. Cada vez que no acierto con la pelota, comienzo de nuevo con los
nombres. En la heladería Los Italianos mi tía Marita se compra un
cucurucho de dos bolas.
-Como se lo digas a tu madre no te llevo más conmigo. Avisada estás.
Las golondrinas salen a esta hora de la tarde y hacen vuelos rasantes
sobre El Arrabal. Se ha levantado un aire que arrastra las primeras
hojas amarillas y hace que las sábanas tendidas en algunos balcones
ondeen al viento como velas de barco. Velas que aún se agitan en el
paisaje de la memoria haciéndome navegar hacia el pasado, hacia mi
infancia, hacia la patria común a la que pertenecemos.
las que me habitan
Blog de Nené Ortiz
jueves, 26 de junio de 2014
El bikini amarillo
Mi cuerpo es un mal conductor del calor. Es un
hecho. El calor no pasa a través de mí con facilidad; se queda. Y sudo
la gota gorda haciendo ejercicios de escritura y multiplicaciones en los
cuadernos Rubio. Mandar tareas en las
vacaciones es una costumbre muy arraigada en las monjas y en las
familias torturadoras entre las que va discurriendo mi disparatada
educación.
A mi tía Marita le ha subido el azúcar y yo creo que es porque se pasa el día leyendo, en una edición de Aguilar impresa en papel biblia, las obras completas de don José María de Pereda. Mi tía Marita es cursi, pero ella no lo sabe. Dice de sí misma que es rapsoda y nos mete unas turras de espanto recitando cosas de los Alvarez Quintero: “Era un jardiiín sonriente; era una tranquiiila fuente de cristal; era, a su borde asomada, una rosa inmaculada del rosal…” Pone los ojos en blanco y se lleva las manos hacia el pecho generoso en el que bascula una cruz de granates que parecen gotitas de sangre.
Mi tía Marita lleva los sostenes y las bragas de seda. A mi tía Marita, se conoce que para compensar las mieles de otras lecturas, suele comprar El Caso y disfruta leyéndome las noticias:
-Mira, aquí dice que la nena Josefina Vilaseca murió degollada como una santita de retablo. “Queriendo Josefina borrar todo resto de su lucha con la muerte, quiso que su madre se ocupara un poco de su aseo personal y que sujetara su cabello con lacitos”. Josefina, por lo visto, era pelirroja.
-¿Y degollada y todo le dio tiempo a pedirle todas esas cosas a su madre?
-Igual la degollaron poco a poco.
-¡Ah!
Mi madre aparece vestida con un traje ligero y topolinos de suela de corcho.
-Si has terminado los deberes, ponte el bañador que bajamos al río.
El sol está ya muy alto y los pájaros apenas cantan en este calor del mediodía. Tendemos las toallas bajo la sombra de los chopos y mamá me embadurna con Nivea. Lleva un discreto bañador con faldón y mi tía Marita uno sin tirantes y un gorro de baño adornado todo de margaritas. Algunas chicas jóvenes llevan bikini, pero son las menos. Sobre el tema del bikini ha salido una canción que todo el mundo conoce este verano: "Itsy Bitsy Teenie Weenie Yellow Polka Dot Bikini".
Yo tuve, años más tarde un bikini de lunares amarillos como el de la canción, pero lo demás había desaparecido disuelto en la memoria de los días sin sol.
A mi tía Marita le ha subido el azúcar y yo creo que es porque se pasa el día leyendo, en una edición de Aguilar impresa en papel biblia, las obras completas de don José María de Pereda. Mi tía Marita es cursi, pero ella no lo sabe. Dice de sí misma que es rapsoda y nos mete unas turras de espanto recitando cosas de los Alvarez Quintero: “Era un jardiiín sonriente; era una tranquiiila fuente de cristal; era, a su borde asomada, una rosa inmaculada del rosal…” Pone los ojos en blanco y se lleva las manos hacia el pecho generoso en el que bascula una cruz de granates que parecen gotitas de sangre.
Mi tía Marita lleva los sostenes y las bragas de seda. A mi tía Marita, se conoce que para compensar las mieles de otras lecturas, suele comprar El Caso y disfruta leyéndome las noticias:
-Mira, aquí dice que la nena Josefina Vilaseca murió degollada como una santita de retablo. “Queriendo Josefina borrar todo resto de su lucha con la muerte, quiso que su madre se ocupara un poco de su aseo personal y que sujetara su cabello con lacitos”. Josefina, por lo visto, era pelirroja.
-¿Y degollada y todo le dio tiempo a pedirle todas esas cosas a su madre?
-Igual la degollaron poco a poco.
-¡Ah!
Mi madre aparece vestida con un traje ligero y topolinos de suela de corcho.
-Si has terminado los deberes, ponte el bañador que bajamos al río.
El sol está ya muy alto y los pájaros apenas cantan en este calor del mediodía. Tendemos las toallas bajo la sombra de los chopos y mamá me embadurna con Nivea. Lleva un discreto bañador con faldón y mi tía Marita uno sin tirantes y un gorro de baño adornado todo de margaritas. Algunas chicas jóvenes llevan bikini, pero son las menos. Sobre el tema del bikini ha salido una canción que todo el mundo conoce este verano: "Itsy Bitsy Teenie Weenie Yellow Polka Dot Bikini".
Yo tuve, años más tarde un bikini de lunares amarillos como el de la canción, pero lo demás había desaparecido disuelto en la memoria de los días sin sol.
Menestra
Volvemos del pueblo de Luci llenas de
mataduras y picaduras de pulgas. En el coche de punto traemos tántos
bultos que ha tenido que venir a recogerlos el empleado de la zapatería
Lezana que tiene un carrito de mano. La madre de Luci ha preparado cestas con huevos, hortalizas y un cordero desollado que no tenía nombre.
Mamá, aprovechando que nos habíamos ido, ha pasado veinte días haciendo excursiones y recorriendo los santuarios más famosos de España, Francia y Portugal: Madrid, Monasterio de Piedra, Zaragoza, Barcelona, Monserrat, Lyon, Orleans, Lourdes, Burgos, Salamanca, Fátima y Lisboa. Le ha traído una vajilla de Duralex a mi tía pero el tío Miguel dice que eso de comer en cristal no le va, que parece que comes en el mantel.
-Tu abuela dice que vayas con la libreta.
En la cocina, bañada por el sol y entre cacerolas humeantes y nubes de vapor, la abuela trajina ataviada con un delantal blanquísimo.
-Abuela, huele de muerte ¿Qué estás guisando?
-Menestra.
-¡Virgen de la Vega! Entonces no comemos hasta las mil y tengo un hambre terrible.
Me alarga barquitos de pan mojados en la salsa y compartimos un vaso de vino mezclado con gaseosa Peña.
-Venga, coge el cuaderno y apunta la receta. Así cuando seas mayor te acordarás de tu abuela y tu marido, si te casas, más.
-Lo primero que tienes que hacer es poner a pochar en la cazuela bastante cebolla, dos dientes de ajo y sal. Cuando este bien pochado, echas los trozos de cordero lo remueves todo y añades agua y vino blanco –las dos cosas en poca cantidad- también pones guisantes y lo dejas hervir hasta que esté tierna la carne. Mientras tanto, se rebozan en harina y se fríen espárragos de lata y verduras que habrás hervido antes: pencas de acelga, alcachofas y coles de Bruselas. Hay que rebozar y freír también, después de hervirlos, sesos de cordero y lechecillas. Después, en una cacerola más grande vas colocando una capa de cordero y encima otra de lo que has rebozado y frito. Si quedara corto de salsa, le añades el caldo de la lata de espárragos. Lo dejas cocer todo a fuego lento otro rato más y ya está. Para chuparse los dedos.
Esos ratos llenos de luz, aromas y sabores quedaron en mí para siempre. Son un tesoro. Las únicas lecciones con las que disfruté y aprendí cosas realmente importantes para la vida.
Mamá, aprovechando que nos habíamos ido, ha pasado veinte días haciendo excursiones y recorriendo los santuarios más famosos de España, Francia y Portugal: Madrid, Monasterio de Piedra, Zaragoza, Barcelona, Monserrat, Lyon, Orleans, Lourdes, Burgos, Salamanca, Fátima y Lisboa. Le ha traído una vajilla de Duralex a mi tía pero el tío Miguel dice que eso de comer en cristal no le va, que parece que comes en el mantel.
-Tu abuela dice que vayas con la libreta.
En la cocina, bañada por el sol y entre cacerolas humeantes y nubes de vapor, la abuela trajina ataviada con un delantal blanquísimo.
-Abuela, huele de muerte ¿Qué estás guisando?
-Menestra.
-¡Virgen de la Vega! Entonces no comemos hasta las mil y tengo un hambre terrible.
Me alarga barquitos de pan mojados en la salsa y compartimos un vaso de vino mezclado con gaseosa Peña.
-Venga, coge el cuaderno y apunta la receta. Así cuando seas mayor te acordarás de tu abuela y tu marido, si te casas, más.
-Lo primero que tienes que hacer es poner a pochar en la cazuela bastante cebolla, dos dientes de ajo y sal. Cuando este bien pochado, echas los trozos de cordero lo remueves todo y añades agua y vino blanco –las dos cosas en poca cantidad- también pones guisantes y lo dejas hervir hasta que esté tierna la carne. Mientras tanto, se rebozan en harina y se fríen espárragos de lata y verduras que habrás hervido antes: pencas de acelga, alcachofas y coles de Bruselas. Hay que rebozar y freír también, después de hervirlos, sesos de cordero y lechecillas. Después, en una cacerola más grande vas colocando una capa de cordero y encima otra de lo que has rebozado y frito. Si quedara corto de salsa, le añades el caldo de la lata de espárragos. Lo dejas cocer todo a fuego lento otro rato más y ya está. Para chuparse los dedos.
Esos ratos llenos de luz, aromas y sabores quedaron en mí para siempre. Son un tesoro. Las únicas lecciones con las que disfruté y aprendí cosas realmente importantes para la vida.
Más de un cariño
El río que pasa por el pueblo de Luci se llama
Tobillos y hace honor a su nombre porque el agua no te llega más
arriba, salvo en algunas pozas que usan las mujeres para lavar la ropa.
El Tobillos se abre paso entre
farallones de piedra donde anida el buitre leonado. Por el camino pasa
un hombre conduciendo una motocicleta que lleva sobre el manillar un
atado de hierbas. Se apaga el rumor de su paso y retornan los sonidos
del campo: el agua sobre las piedras y el canto de un autillo que
consigue poner nerviosas las orejas del perro que se llama “Moro” porque
es negro.
Cuando regresamos del río la madre de Luci nos recibe en la cocina. En la lumbre baja, y un poco apartado, hierve un puchero de garbanzos con bacalao y en una sartén honda, sobre una trébede, se cuaja una tortilla. De las vigas del techo cuelgan los chorizos y las morcillas que aún quedan de la pasada matanza.
La madre de Luci es gallega, de Cariño, un pueblo que pertenece a la comarca de Ortegal. El padre de Luci la conoció en El Ferrol, donde él hacía la mili y ella servía. La madre de Luci, canta mientras aviva el fuego:
- "Vexo Vigo, vexo Cangas, tamén vexo Redondela, vexo a Ponte de Sampaio, camiño da miña terra".
Ella no volvió a su tierra, pero sigue escuchando en su corazón las campanas de Bastavales.
La madre de Luci tiene un arca en la que guarda sus tesoros: el camisón de boda que le cosió su madre y que quiere le sirva de mortaja, un rosario de azabache y una caja con pañuelos bordados con la inicial de su nombre. Lo que más valora de sus pertenencias es un embudo de plástico y un impermeable de plexiglás, materiales casi desconocidos en el pueblo. También guarda los dientes de leche de Luci en una cajita de pastillas Valda y una estampa de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros.
A la caída de la tarde nos acercamos a llevar la merienda al padre de Luci. En la parte de la huerta más expuesta al sol arregla las cañas por las que van trepando las judías. Se acerca y nos señala un brote entre la hierba.
-Estas no dan trabajo porque salen solas, son collejas y aquí tenemos costumbre de guisarlas como cualquier verdura. Están buenas.
Uno de los arbolitos de la linde luce airoso en una de sus ramas una cura de vendas de hospital.
-Es un injerto. Verde-Doncella y Reineta. Veremos qué sale.
El cubo al chocar contra la superficie del agua hace brotar del pozo un eco de frescura en este secarral castellano de mediados de Agosto. Es un agua gorda, salina, tiene casi cuerpo de vino y hace pasar el bocadillo de tortilla que nos comemos bajo la parra.
La noche va cayendo sobre los cerros y las primeras estrellas apuntan en el cielo. Por el camino de vuelta a casa jugamos a las adivinanzas:
-“Yo los sesos me devano y en pensar me vuelvo loca: la suegra de mi cuñada, qué parentesco me toca”.
El padre de Luci me lleva subida en su espalda “a la pela” y yo acerco mi boca a su oído y le digo bajito:
-Yo le quiero mucho a usted, señor Juan José. Mucho.
Y era cierto.
Cuando regresamos del río la madre de Luci nos recibe en la cocina. En la lumbre baja, y un poco apartado, hierve un puchero de garbanzos con bacalao y en una sartén honda, sobre una trébede, se cuaja una tortilla. De las vigas del techo cuelgan los chorizos y las morcillas que aún quedan de la pasada matanza.
La madre de Luci es gallega, de Cariño, un pueblo que pertenece a la comarca de Ortegal. El padre de Luci la conoció en El Ferrol, donde él hacía la mili y ella servía. La madre de Luci, canta mientras aviva el fuego:
- "Vexo Vigo, vexo Cangas, tamén vexo Redondela, vexo a Ponte de Sampaio, camiño da miña terra".
Ella no volvió a su tierra, pero sigue escuchando en su corazón las campanas de Bastavales.
La madre de Luci tiene un arca en la que guarda sus tesoros: el camisón de boda que le cosió su madre y que quiere le sirva de mortaja, un rosario de azabache y una caja con pañuelos bordados con la inicial de su nombre. Lo que más valora de sus pertenencias es un embudo de plástico y un impermeable de plexiglás, materiales casi desconocidos en el pueblo. También guarda los dientes de leche de Luci en una cajita de pastillas Valda y una estampa de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros.
A la caída de la tarde nos acercamos a llevar la merienda al padre de Luci. En la parte de la huerta más expuesta al sol arregla las cañas por las que van trepando las judías. Se acerca y nos señala un brote entre la hierba.
-Estas no dan trabajo porque salen solas, son collejas y aquí tenemos costumbre de guisarlas como cualquier verdura. Están buenas.
Uno de los arbolitos de la linde luce airoso en una de sus ramas una cura de vendas de hospital.
-Es un injerto. Verde-Doncella y Reineta. Veremos qué sale.
El cubo al chocar contra la superficie del agua hace brotar del pozo un eco de frescura en este secarral castellano de mediados de Agosto. Es un agua gorda, salina, tiene casi cuerpo de vino y hace pasar el bocadillo de tortilla que nos comemos bajo la parra.
La noche va cayendo sobre los cerros y las primeras estrellas apuntan en el cielo. Por el camino de vuelta a casa jugamos a las adivinanzas:
-“Yo los sesos me devano y en pensar me vuelvo loca: la suegra de mi cuñada, qué parentesco me toca”.
El padre de Luci me lleva subida en su espalda “a la pela” y yo acerco mi boca a su oído y le digo bajito:
-Yo le quiero mucho a usted, señor Juan José. Mucho.
Y era cierto.
miércoles, 4 de junio de 2014
Regalo de la vida
El pasillo de doña Pepa está flanqueado por
macetas de aspidistras y recorrido por una cinta de linóleum sujeta con
remaches. Una figura del corazón de Jesús portando en la mano la bola
del mundo es iluminada por una bujía
encendida a perpetuidad. En la sala, la luz de la mañana entra por el
balcón y doña Pepa, a pesar de que a esta hora ya comienza a apretar el
calor, lleva sobre sus hombros una mañanita blanca que hace juego con
su pelo y su sonrisa. La perrita Marilín duerme en su regazo y Colorín y
Colorina picotean una hoja de lechuga en la jaula. En la radio, Monna
Bell canta “El telegrama”.
-Me traes dos bacaladillas y una rodaja de merluza, cuarto de vainas, una pella pequeña y carne de falda para guisar. ¡Ah; y el preparado de la farmacia que encargamos, ayer!
Luci echa mano de la bolsa de malla y del monedero y vamos juntas a los recados. Doña Pepa no sale a la calle desde hace más de un mes debido a un ataque de gota.
-“Antes de que tus labios me confirmaran que me querías, ya lo sabíaaa, ya lo sabíaaa, porque con la mirada tú me pusiste un telegrama, que me decía, que me decíaaa...”
Luci baja las escaleras cantando y yo saltando los peldaños de tres en tres. Por la calle, el afilador va empujando su bicicleta y haciendo sonar la siringa para avisar a las vecinas.
En la farmacia hay un anuncio que dice: “Dr. Agustín Barandiarán. Pecho, estómago, venéreas, sífilis, medicina general. C/ San Francisco, 17. Logroño. Consulta diaria de 10 a 2 y de 4 a 6. Consulta económica los lunes y viernes de 8 a 9. Teléfono 1139”. Y otro: “Hemocircol, preparado de extractos de plantas que se muestra eficacísimo para combatir las varices y todos los trastornos derivados de la deficiente circulación venosa: hemorroides, flebitis, congestiones prostáticas y desarreglos menstruales”.
A Luci, cuando está con la regla, mi abuela no le deja tocar las plantas ni hacer la mayonesa porque se corta. ¡Ah; y Luci tampoco se lava la cabeza porque es muy peligroso! Aunque parece ser que lo peor de la regla es que no te venga. Yo, estoy echa un lío con estas cosas, pero cuando pregunto nadie me explica nada y me dejan que siga siendo analfabeta en estos asuntos. Sin embargo si lo soy en otros se molestan una barbaridad y me dicen que, cuando no sepa, pregunte. Misterios insondables de la educación.
De regreso, Luci deja los paquetes en la cocina y ajusta las cuentas con doña Pepa que lleva un control riguroso del gasto repasando todas las notas que nos han dado en las tiendas: las de la pescadería “El Pecas” son tiras de papel de estraza con alguna escama pegada, las de la carnicería son de bobina de calcular con el total en tinta roja y tan limpias como la cajera que también gasta un nombre limpio porque se llama Albina. Las de don Próculo, el farmacéutico, llevan su nombre: “D. Próculo Sabanalarga” con el dibujo de una urna de la que sale una culebra retorcida. Don Próculo, a quien se chotea de su apellido le llama ignorante. Según él, Sabanalarga procede de América, de una población entre Cartagena de Indias y Barranquilla (a donde dicen que se va el caimán).
Nos despedimos de doña Pepa. Huele a crema “Visnú” y cuando la beso y me llama niña mía siento un calorcito tan grande dentro del corazón que me entran ganas de llorar. A veces que te quieran es una cosa muy emocionante y extraña. Un regalo inesperado de la vida.
-Me traes dos bacaladillas y una rodaja de merluza, cuarto de vainas, una pella pequeña y carne de falda para guisar. ¡Ah; y el preparado de la farmacia que encargamos, ayer!
Luci echa mano de la bolsa de malla y del monedero y vamos juntas a los recados. Doña Pepa no sale a la calle desde hace más de un mes debido a un ataque de gota.
-“Antes de que tus labios me confirmaran que me querías, ya lo sabíaaa, ya lo sabíaaa, porque con la mirada tú me pusiste un telegrama, que me decía, que me decíaaa...”
Luci baja las escaleras cantando y yo saltando los peldaños de tres en tres. Por la calle, el afilador va empujando su bicicleta y haciendo sonar la siringa para avisar a las vecinas.
En la farmacia hay un anuncio que dice: “Dr. Agustín Barandiarán. Pecho, estómago, venéreas, sífilis, medicina general. C/ San Francisco, 17. Logroño. Consulta diaria de 10 a 2 y de 4 a 6. Consulta económica los lunes y viernes de 8 a 9. Teléfono 1139”. Y otro: “Hemocircol, preparado de extractos de plantas que se muestra eficacísimo para combatir las varices y todos los trastornos derivados de la deficiente circulación venosa: hemorroides, flebitis, congestiones prostáticas y desarreglos menstruales”.
A Luci, cuando está con la regla, mi abuela no le deja tocar las plantas ni hacer la mayonesa porque se corta. ¡Ah; y Luci tampoco se lava la cabeza porque es muy peligroso! Aunque parece ser que lo peor de la regla es que no te venga. Yo, estoy echa un lío con estas cosas, pero cuando pregunto nadie me explica nada y me dejan que siga siendo analfabeta en estos asuntos. Sin embargo si lo soy en otros se molestan una barbaridad y me dicen que, cuando no sepa, pregunte. Misterios insondables de la educación.
De regreso, Luci deja los paquetes en la cocina y ajusta las cuentas con doña Pepa que lleva un control riguroso del gasto repasando todas las notas que nos han dado en las tiendas: las de la pescadería “El Pecas” son tiras de papel de estraza con alguna escama pegada, las de la carnicería son de bobina de calcular con el total en tinta roja y tan limpias como la cajera que también gasta un nombre limpio porque se llama Albina. Las de don Próculo, el farmacéutico, llevan su nombre: “D. Próculo Sabanalarga” con el dibujo de una urna de la que sale una culebra retorcida. Don Próculo, a quien se chotea de su apellido le llama ignorante. Según él, Sabanalarga procede de América, de una población entre Cartagena de Indias y Barranquilla (a donde dicen que se va el caimán).
Nos despedimos de doña Pepa. Huele a crema “Visnú” y cuando la beso y me llama niña mía siento un calorcito tan grande dentro del corazón que me entran ganas de llorar. A veces que te quieran es una cosa muy emocionante y extraña. Un regalo inesperado de la vida.
Serafín
A través de los cristales del mirador veo a mi tía Petra haciéndome gestos con la mano para que me asome.
Ella vive en la casa de enfrente con mi tío Miguel y mis primos: Carmen, Javier, Mari Presen y Mari Vega. Raúl, el mayor, hace tiempo que vive fuera.
Mi tía Petra es la mujer más guapa del pueblo y probablemente del contorno. Tiene los ojos del color del mar y la piel blanca y aterciopelada como la de las japonesas de la China. Mis primas también son muy guapas y siempre las nombran reinas de las fiestas y así.
-Pasa un ratito, hija, que te voy a dar una cosa.
En casa hemos comido hace un rato pero, a pesar de todo, la tía me pone delante un plato de loza humeante rebosando de caparrones espesitos, guisados con su hoja de laurel, su cebolla, su cabeza de ajos y su chorrito de aceite de oliva. Ella sabe que me encantan y disfruta ofreciéndome algo en su lucha por hacerme engordar.
-Tía, no puedo más.
-Venga, no seas melindres, que ahora te voy a poner entre pan un torreznito que te vas a chupar los dedos.
-¡Ala; ahora vete a casa a echarte la siesta!
Ya acostada tengo la misma sensación que cuando me mareé en el viaje que hicimos en autobús a Quintana Martín Galíndez –un pueblo pegado a Traspaderne por un lado y a Frías por otro- para el entierro del primo Serafín que se murió el pobre por no tener ganas de nada. En verano se pasaba el día contando las moscas pegadas en el papel engomado que colgaba del techo y en invierno se dedicaba a rascarse los sabañones hasta hacerse sangre, entonces su padre le medía las costillas de un garrotazo para que parara. Su madre quería casarlo y le buscó de novia a Maravillas, una chica algo retrasada pero higiénica que acabó dejándole porque, al no tener ganas de nada, Serafín tampoco se bañaba y además se dejaba largas las uñas de los meñiques para sacarse las cascarrias de las orejas y de las narices. Así que Maravillas, muerta de asco y de aburrimiento, lo dejó por otro de Santurdejo que criaba gallinas muy ponedoras y tenía tractor.
Serafín al final acabó bañándose porque se echó al Ebro desde el puente y dejó que se lo llevara la corriente sin mover pie ni pata.
En el entierro su madre exclamaba:
-El consuelo que me queda es que mi Serafín se ha ido de este mundo muy descansado.
-¡Y usted que lo diga, señora! ¡Y más que va a descansar ahora!
-Ya, ya. Eso sí es verdad.
Ella vive en la casa de enfrente con mi tío Miguel y mis primos: Carmen, Javier, Mari Presen y Mari Vega. Raúl, el mayor, hace tiempo que vive fuera.
Mi tía Petra es la mujer más guapa del pueblo y probablemente del contorno. Tiene los ojos del color del mar y la piel blanca y aterciopelada como la de las japonesas de la China. Mis primas también son muy guapas y siempre las nombran reinas de las fiestas y así.
-Pasa un ratito, hija, que te voy a dar una cosa.
En casa hemos comido hace un rato pero, a pesar de todo, la tía me pone delante un plato de loza humeante rebosando de caparrones espesitos, guisados con su hoja de laurel, su cebolla, su cabeza de ajos y su chorrito de aceite de oliva. Ella sabe que me encantan y disfruta ofreciéndome algo en su lucha por hacerme engordar.
-Tía, no puedo más.
-Venga, no seas melindres, que ahora te voy a poner entre pan un torreznito que te vas a chupar los dedos.
-¡Ala; ahora vete a casa a echarte la siesta!
Ya acostada tengo la misma sensación que cuando me mareé en el viaje que hicimos en autobús a Quintana Martín Galíndez –un pueblo pegado a Traspaderne por un lado y a Frías por otro- para el entierro del primo Serafín que se murió el pobre por no tener ganas de nada. En verano se pasaba el día contando las moscas pegadas en el papel engomado que colgaba del techo y en invierno se dedicaba a rascarse los sabañones hasta hacerse sangre, entonces su padre le medía las costillas de un garrotazo para que parara. Su madre quería casarlo y le buscó de novia a Maravillas, una chica algo retrasada pero higiénica que acabó dejándole porque, al no tener ganas de nada, Serafín tampoco se bañaba y además se dejaba largas las uñas de los meñiques para sacarse las cascarrias de las orejas y de las narices. Así que Maravillas, muerta de asco y de aburrimiento, lo dejó por otro de Santurdejo que criaba gallinas muy ponedoras y tenía tractor.
Serafín al final acabó bañándose porque se echó al Ebro desde el puente y dejó que se lo llevara la corriente sin mover pie ni pata.
En el entierro su madre exclamaba:
-El consuelo que me queda es que mi Serafín se ha ido de este mundo muy descansado.
-¡Y usted que lo diga, señora! ¡Y más que va a descansar ahora!
-Ya, ya. Eso sí es verdad.
Fila siete
La tienda de dulces “La Casita” está
abarrotada. La chiquillería acostumbra a comprar cacahuetes, pipas y
golosinas antes de entrar en el cine situado justo en frente.
Berta hace cola en la taquilla todavía cerrada. Amparito, además de coger puntos a las medias, ejerce de taquillera los domingos. Amparito viene andando despacio vestida con falda tubo, conjunto Pulligan beige, collar de perlas Majórica y zapatos de tacón de aguja. Del brazo le cuelga un bolsito Grace Kelly de piel marrón.
La sesión de las cinco es sin numerar y nos agolpamos todos en la puerta para coger buen sitio. Corro por el pasillo y me coloco en el centro de la fila siete con los brazos extendidos a derecha e izquierda y gritando histérica: ¡Están ocupadas!
Se descorren las cortinas de terciopelo verde, se apagan las luces y la sala se libra de quedar enteramente a oscuras gracias a los pilotos de color rojo que señalan las puertas de salida y a la linterna del acomodador que recorre el pasillo arriba y abajo tratando de localizar asientos libres para los rezagados.
En el Nodo dicen que Jackeline Kennedy dio a luz prematuramente un niño que no puedo sobrevivir y que treinta enmascarados asaltaron un tren postal en Glasgow, apoderándose de cuatrocientos veinticinco millones de pesetas.
-¡Caray que tíos!
Berta en el Nodo se relaja y no hace esfuerzos para distinguir a nadie. Berta tiene catorce dioptrías en cada ojo y se queja siempre de que no ve bien la pantalla. Hoy confunde a Marisol con Isabel Garcés, la actriz que hace de su madre.
En el descanso subimos al ambigú.
-Dos jariguays de naranja, por favor.
Dejo los dos reales en el mostrador plagado de charquitos del líquido pegajoso.
Después de los tres timbrazos de aviso volvemos a nuestros asientos caminando sobre una alfombra de cáscaras de pipas y cacahuetes.
-¿Queréis Sacis?
Yo me he comprado un tubo de monedas de chocolate Nestlé y con el papel dorado vamos formando pelotillas que lanzamos durante la película tratando de colocar alguna sobre el moño cardado de Margarita, hermana de Berta a la que profesamos un odio africano por ser acusica y metomentodo.
A la salida, las farolas del paseo derraman una luz amarillenta sobre el asfalto mojado. El domingo se acaba y una tristeza honda se instala en mi interior, como si desprenderse del día fuera algo más profundo que abandonar la luz y las horas gastadas. Remotas despedidas de las que solo sabe el corazón.
Berta hace cola en la taquilla todavía cerrada. Amparito, además de coger puntos a las medias, ejerce de taquillera los domingos. Amparito viene andando despacio vestida con falda tubo, conjunto Pulligan beige, collar de perlas Majórica y zapatos de tacón de aguja. Del brazo le cuelga un bolsito Grace Kelly de piel marrón.
La sesión de las cinco es sin numerar y nos agolpamos todos en la puerta para coger buen sitio. Corro por el pasillo y me coloco en el centro de la fila siete con los brazos extendidos a derecha e izquierda y gritando histérica: ¡Están ocupadas!
Se descorren las cortinas de terciopelo verde, se apagan las luces y la sala se libra de quedar enteramente a oscuras gracias a los pilotos de color rojo que señalan las puertas de salida y a la linterna del acomodador que recorre el pasillo arriba y abajo tratando de localizar asientos libres para los rezagados.
En el Nodo dicen que Jackeline Kennedy dio a luz prematuramente un niño que no puedo sobrevivir y que treinta enmascarados asaltaron un tren postal en Glasgow, apoderándose de cuatrocientos veinticinco millones de pesetas.
-¡Caray que tíos!
Berta en el Nodo se relaja y no hace esfuerzos para distinguir a nadie. Berta tiene catorce dioptrías en cada ojo y se queja siempre de que no ve bien la pantalla. Hoy confunde a Marisol con Isabel Garcés, la actriz que hace de su madre.
En el descanso subimos al ambigú.
-Dos jariguays de naranja, por favor.
Dejo los dos reales en el mostrador plagado de charquitos del líquido pegajoso.
Después de los tres timbrazos de aviso volvemos a nuestros asientos caminando sobre una alfombra de cáscaras de pipas y cacahuetes.
-¿Queréis Sacis?
Yo me he comprado un tubo de monedas de chocolate Nestlé y con el papel dorado vamos formando pelotillas que lanzamos durante la película tratando de colocar alguna sobre el moño cardado de Margarita, hermana de Berta a la que profesamos un odio africano por ser acusica y metomentodo.
A la salida, las farolas del paseo derraman una luz amarillenta sobre el asfalto mojado. El domingo se acaba y una tristeza honda se instala en mi interior, como si desprenderse del día fuera algo más profundo que abandonar la luz y las horas gastadas. Remotas despedidas de las que solo sabe el corazón.
Sin pecado concebida
El sacristán camina por el pasillo central
haciendo resonar su manojo de llaves, hace la genuflexión ante el altar y
se pierde por la puerta de la sacristía.
Sentada en el banco voy repasando las estampas y recordatorios que guardo en el misal. El más bonito es el de la comunión de Rafael Salvatierra, primo de mamá. Un ángel protege con sus alas el Copón que descansa sobre una nube, más abajo figura el nombre, la iglesia donde comulgó y la fecha: 23 de Mayo de 1942.
Mari Vega lleva un velo negro sencillo y corto que hace de marco a su carita de rasgos dulces y finos. Ana Mari no lleva velo y estrena zapatos de charol con una hebilla dorada. Menchu luce una melena suelta retirada de la cara por una diadema y tiene cara de enfado porque está castigada sin paga. No ha querido decir por qué.
Comento que quiero comulgar, pero que antes debo confesarme y todas me acompañan al pasillo lateral donde están situados los confesionarios.
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida.
-Padre, hace un mes que no me he confesado y me acuso de haber mentido a mi madre y a mi abuela, de haber faltado al colegio y de tener malos pensamientos.
La celosía deja pasar algo de luz y observo a don Abilio que permanece con los ojos cerrados y murmura algún “hum, hum” como haciendo ver que me escucha. Ante mi última confesión yergue la cabeza en actitud interesada y la inclina hacia mí.
-Qué malos pensamientos, vamos a ver.
-Pues que se me moría mi madre y que a la perra de mi vecina doña Pepa la atropellaba un camión y también se moría la pobre.
-Hija, esos no son malos pensamientos, los malos pensamientos siempre son contra el sexto y el noveno mandamiento.
-¡Ah!
Me da la absolución haciendo una cruz en el aire y me manda que rece cuatro Credos y un Ave María. Después de rezar mi penitencia siento que lo de estar en gracia de Dios es una cosa estupenda y que si me muero ahora mismo, voy derechita al cielo sin pasar por el purgatorio ni nada. La sensación me dura poco porque Menchu, señalando un agujero en el asiento delantero, dice que lo hizo un pedo que se tiró Marisol Centeno, nuestra vecina puerca del número doce. Mari Vega lanza una carcajada ahogada que hace que se oiga chistar a los de atrás recriminándonos.
En la fila para recibir la comunión tengo delante a Ana Mari que cojea y lleva colgando del talón una tirita casi despegada. A medida que la fila avanza comienzo a sentir remordimientos de conciencia por lo del pedo. Eso sí debe ser un mal pensamiento porque tiene que ver con el culo. Así que cuando don Abilio alarga la mano diciéndome “el cuerpo de Cristo” no abro la boca y me retiro dejándole perplejo y con la hostia suspendida en el aire.
Finalizada la misa, las puertas de la iglesia comienzan a vomitar el gentío que ocupaba de pie los pasillos y el ábside. La misa de doce es la más concurrida por acabar a la hora del vermut. Finalmente, los bancos también se van desocupando y al final solo quedan media docena de beatas, no se sabe si dormidas o en profunda meditación.
El personal se desperdiga por las cuestas de bajada. Unos hacia los bares, otros a paseo y nosotras a jugar a la comba bajo los soportales hasta que llegue la hora de comer.
Los matrimonios salen de las confiterías con su paquete de pasteles pendiendo de los dedos. Las calles los domingos a mediodía huelen a pollo asado y a Varón Dandy. Un olor parecido a la felicidad.
Sentada en el banco voy repasando las estampas y recordatorios que guardo en el misal. El más bonito es el de la comunión de Rafael Salvatierra, primo de mamá. Un ángel protege con sus alas el Copón que descansa sobre una nube, más abajo figura el nombre, la iglesia donde comulgó y la fecha: 23 de Mayo de 1942.
Mari Vega lleva un velo negro sencillo y corto que hace de marco a su carita de rasgos dulces y finos. Ana Mari no lleva velo y estrena zapatos de charol con una hebilla dorada. Menchu luce una melena suelta retirada de la cara por una diadema y tiene cara de enfado porque está castigada sin paga. No ha querido decir por qué.
Comento que quiero comulgar, pero que antes debo confesarme y todas me acompañan al pasillo lateral donde están situados los confesionarios.
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida.
-Padre, hace un mes que no me he confesado y me acuso de haber mentido a mi madre y a mi abuela, de haber faltado al colegio y de tener malos pensamientos.
La celosía deja pasar algo de luz y observo a don Abilio que permanece con los ojos cerrados y murmura algún “hum, hum” como haciendo ver que me escucha. Ante mi última confesión yergue la cabeza en actitud interesada y la inclina hacia mí.
-Qué malos pensamientos, vamos a ver.
-Pues que se me moría mi madre y que a la perra de mi vecina doña Pepa la atropellaba un camión y también se moría la pobre.
-Hija, esos no son malos pensamientos, los malos pensamientos siempre son contra el sexto y el noveno mandamiento.
-¡Ah!
Me da la absolución haciendo una cruz en el aire y me manda que rece cuatro Credos y un Ave María. Después de rezar mi penitencia siento que lo de estar en gracia de Dios es una cosa estupenda y que si me muero ahora mismo, voy derechita al cielo sin pasar por el purgatorio ni nada. La sensación me dura poco porque Menchu, señalando un agujero en el asiento delantero, dice que lo hizo un pedo que se tiró Marisol Centeno, nuestra vecina puerca del número doce. Mari Vega lanza una carcajada ahogada que hace que se oiga chistar a los de atrás recriminándonos.
En la fila para recibir la comunión tengo delante a Ana Mari que cojea y lleva colgando del talón una tirita casi despegada. A medida que la fila avanza comienzo a sentir remordimientos de conciencia por lo del pedo. Eso sí debe ser un mal pensamiento porque tiene que ver con el culo. Así que cuando don Abilio alarga la mano diciéndome “el cuerpo de Cristo” no abro la boca y me retiro dejándole perplejo y con la hostia suspendida en el aire.
Finalizada la misa, las puertas de la iglesia comienzan a vomitar el gentío que ocupaba de pie los pasillos y el ábside. La misa de doce es la más concurrida por acabar a la hora del vermut. Finalmente, los bancos también se van desocupando y al final solo quedan media docena de beatas, no se sabe si dormidas o en profunda meditación.
El personal se desperdiga por las cuestas de bajada. Unos hacia los bares, otros a paseo y nosotras a jugar a la comba bajo los soportales hasta que llegue la hora de comer.
Los matrimonios salen de las confiterías con su paquete de pasteles pendiendo de los dedos. Las calles los domingos a mediodía huelen a pollo asado y a Varón Dandy. Un olor parecido a la felicidad.
Tormenta de verano
La terraza del Café Suizo está desierta y
sobre los veladores aparecen todavía los restos del vermut. En el
velador más cercano a la puerta giratoria han estado sentadas la mamá de
Víctor de la Rosa, las viudas de Asenjo y Bonilla y la señora de Retuerto. Todas haciendo labor de punto.
Una oleada de aire caliente baja por El Arrabal arrastrando las primeras hojas secas y haciendo que la sotana de don Abilio se agite tras él como las alas de un cuervo. Viene de dar clase en el seminario y entra en el portal de casa de su hermana, que deja caer las cortinas del mirador y se mete hacia adentro al verlo llegar.
Don Abilio tiene maneras de gendarme de la iglesia, de abanderado de la carcundia y de engatusador de infantes. Todo junto y a la vez. Don Abilio, cuando dirige los ejercicios espirituales, nos llama zorras y sepulcros blanqueados, pero a mí no me importa porque en casa estamos todos bendecidos por el Papa Pío XII (mi abuela lo consiguió hace años pagando doscientas pesetas) y tenemos indulgencia plenaria.
Bajo los soportales de la plaza y en las vitrinas adosadas a los arcos se exponen las carteleras de los cines. En el Bretón de los Herreros echan una del oeste (que descartamos porque casi no salen chicas) y en el Gonzalo de Berceo ponen “Marisol rumbo a Río” que ya la hemos visto, así que decidimos ir a merendar a mi casa y quedarnos a jugar en la solana.
Al salir de los soportales comienzan a caer unas gotas gordas como garbanzos y un trueno rasga el aire. Doña Concha, que sale en ese instante de su casa, se santigua dos veces; la primera por hacerlo siempre al poner el pie en la calle y la segunda para rogar a Santa Bárbara que no la parta un rayo. Nos saluda al pasar con una exclamación de agobio.
-¡Hola, majas! ¡Vaya sofoco de tarde! A ver si consigo llegar a la mercería sin ponerme como una sopa.
El olor a tierra mojada que brota de los jardines que rodean el templete de la musica, se mezcla con el que ha dejado a su paso doña Concha, un olor violento a perfume barato.
-No se preocupe usted, serán cuatro gotas.
Pero las cuatro gotas se convierten pronto en un aguacero descomunal que convierte la calle del Arrabal en un torrente. Las rejas de las alcantarillas están cegadas por la acumulación de hojas, y el agua buscando camino, arrea por la calle de La Vega arrastrando cientos de palillos del suelo de la terraza del café y una pluma de paloma gris que navega rápida y pronto se pierde de vista.
Las tardes de verano suelen quedar dormidas en la piel de la memoria. A veces basta una gota de lluvia para despertarlas y llevarnos ahí, al lugar donde el rayo iluminó el corto espacio que fue nuestro.
Una oleada de aire caliente baja por El Arrabal arrastrando las primeras hojas secas y haciendo que la sotana de don Abilio se agite tras él como las alas de un cuervo. Viene de dar clase en el seminario y entra en el portal de casa de su hermana, que deja caer las cortinas del mirador y se mete hacia adentro al verlo llegar.
Don Abilio tiene maneras de gendarme de la iglesia, de abanderado de la carcundia y de engatusador de infantes. Todo junto y a la vez. Don Abilio, cuando dirige los ejercicios espirituales, nos llama zorras y sepulcros blanqueados, pero a mí no me importa porque en casa estamos todos bendecidos por el Papa Pío XII (mi abuela lo consiguió hace años pagando doscientas pesetas) y tenemos indulgencia plenaria.
Bajo los soportales de la plaza y en las vitrinas adosadas a los arcos se exponen las carteleras de los cines. En el Bretón de los Herreros echan una del oeste (que descartamos porque casi no salen chicas) y en el Gonzalo de Berceo ponen “Marisol rumbo a Río” que ya la hemos visto, así que decidimos ir a merendar a mi casa y quedarnos a jugar en la solana.
Al salir de los soportales comienzan a caer unas gotas gordas como garbanzos y un trueno rasga el aire. Doña Concha, que sale en ese instante de su casa, se santigua dos veces; la primera por hacerlo siempre al poner el pie en la calle y la segunda para rogar a Santa Bárbara que no la parta un rayo. Nos saluda al pasar con una exclamación de agobio.
-¡Hola, majas! ¡Vaya sofoco de tarde! A ver si consigo llegar a la mercería sin ponerme como una sopa.
El olor a tierra mojada que brota de los jardines que rodean el templete de la musica, se mezcla con el que ha dejado a su paso doña Concha, un olor violento a perfume barato.
-No se preocupe usted, serán cuatro gotas.
Pero las cuatro gotas se convierten pronto en un aguacero descomunal que convierte la calle del Arrabal en un torrente. Las rejas de las alcantarillas están cegadas por la acumulación de hojas, y el agua buscando camino, arrea por la calle de La Vega arrastrando cientos de palillos del suelo de la terraza del café y una pluma de paloma gris que navega rápida y pronto se pierde de vista.
Las tardes de verano suelen quedar dormidas en la piel de la memoria. A veces basta una gota de lluvia para despertarlas y llevarnos ahí, al lugar donde el rayo iluminó el corto espacio que fue nuestro.
Cuestión de mulas
Luci y Antonia comen pipas sentadas en los
escalones de piedra a la entrada del portal (haciendo poco caso del
refrán). La calle está desierta a esta hora de la siesta y un vaho
caliente flota en el aire quieto. Los balcones
de doña Pepa son un vergel y las surfinias rojas y moradas se alternan
con las plantas de olor, los pendientes de la reina y los rosales de
pitiminí. Los periquitos Colorín y Colorina picotean contentos la
lechuga en su jaula y la perrita Marilín, duerme tendida sobre las
frescas baldosas del comedor.
De Antonia, la criada de don Jacinto el vecino del primero izquierda, dice mi abuela que es una mula parda pero Luci y yo decimos que sí es bruta, pero graciosa. Antonia es, además, refranera, malhablada y buena persona.
Antonia se queja de su cuñada Marisol.
-Mi tío Angelito la colocó el mes pasao en una casa mu güena de Briones y ya la han echao por floja y apamplá.
-Pues, hija, se da unos aires la tía que parece la duquesa de Alba. Aquí, cuando sirvió con tu señorito antes de que tú vinieras, se quejaba siempre de lo cansada que estaba.
-Como dice mi madre: "A la que no está hecha a bragas, las costuras le hacen llagas".
Deben levantarse para ceder el paso a los papás de Vicentín que salen cargados de maletas y con prisas a coger el coche de punto de las cinco, que les llevará a tomar las aguas al balneario de Arnedillo. Don Vicente Mendiguren anda amarillo y con gran pérdida de carnes que pareciera se han ido todas, mal colocadas, al cuerpo de su señora.
-Hay que ver, Luci de mi vida, en lo que se ha quedao este hombre, parece una carcamonía. A ese, el año que viene le están llevando crisantelmos al cementerio y si no, al tiempo.
Por la escalera baja olor a café. Doña Pepa ha prendido la radio y la voz de Elena Francis, leyendo la carta de una atribulada radioyente, se cuela a través de lo visillos.
-“Mi querida y apreciada señora Francis, sospecho que mi marido me es infiel con un hombre y no sé qué hacer, estoy desesperada”.
-Luci, ese tío es lo mismo que mi señorito.
-¿Homosexual?
-No, maricón.
Tratándose de mulas y, a pesar de la rudeza de Antonia, yo prefiero las pardas a las Francis. Son como más de fiar.
De Antonia, la criada de don Jacinto el vecino del primero izquierda, dice mi abuela que es una mula parda pero Luci y yo decimos que sí es bruta, pero graciosa. Antonia es, además, refranera, malhablada y buena persona.
Antonia se queja de su cuñada Marisol.
-Mi tío Angelito la colocó el mes pasao en una casa mu güena de Briones y ya la han echao por floja y apamplá.
-Pues, hija, se da unos aires la tía que parece la duquesa de Alba. Aquí, cuando sirvió con tu señorito antes de que tú vinieras, se quejaba siempre de lo cansada que estaba.
-Como dice mi madre: "A la que no está hecha a bragas, las costuras le hacen llagas".
Deben levantarse para ceder el paso a los papás de Vicentín que salen cargados de maletas y con prisas a coger el coche de punto de las cinco, que les llevará a tomar las aguas al balneario de Arnedillo. Don Vicente Mendiguren anda amarillo y con gran pérdida de carnes que pareciera se han ido todas, mal colocadas, al cuerpo de su señora.
-Hay que ver, Luci de mi vida, en lo que se ha quedao este hombre, parece una carcamonía. A ese, el año que viene le están llevando crisantelmos al cementerio y si no, al tiempo.
Por la escalera baja olor a café. Doña Pepa ha prendido la radio y la voz de Elena Francis, leyendo la carta de una atribulada radioyente, se cuela a través de lo visillos.
-“Mi querida y apreciada señora Francis, sospecho que mi marido me es infiel con un hombre y no sé qué hacer, estoy desesperada”.
-Luci, ese tío es lo mismo que mi señorito.
-¿Homosexual?
-No, maricón.
Tratándose de mulas y, a pesar de la rudeza de Antonia, yo prefiero las pardas a las Francis. Son como más de fiar.
Cistitis
A mí las conjunciones que más me gustan son
las adversativas, porque de adversidades en mi casa sabemos un rato. Sin
embargo de morfemas ando mal porque a mí, de las palabras (y de todo en
general) me gustan las partes gordas y amplias.
La gramática es una ciencia a la que algunos sacan un provecho de miedo. Por ejemplo, Don Benito Pérez de Navas y González de Setién ha convertido sus corrientes apellidos en una retahíla con sonido aristocrático a base de atizarles conjunciones y preposiciones entremedias.
Don Benito empezó de chupatintas en el Ayuntamiento de la Villa y Corte escribiendo a mano los diarios de sesiones y acabó siendo Gobernador de Guadalajara. Allí contrajo matrimonio con una señorita de la alta sociedad arriacense.
Don Benito es especialista en letras capitulares góticas y lombardas y también en soplar afinadas melodías con papel de liar y un peine. Don Benito, al haber ascendido de tan abajo en la escala social, a veces pierde el norte y comete torpezas imperdonables a los ojos de doña Milagros, su señora.
El matrimonio nos recibe en el salón de su casa. Una estancia recargada y ostentosa presidida por un retrato de la madre de doña Milagros, que hoy no asiste a la reunión por hallarse indispuesta.
Los pesados cortinajes de terciopelo apenas dejan entrar la luz de la tarde, calurosa y deslumbrante en la calle. Un gato gordo y con un ojo de cada color, dormita entre cojines de petit point y la señora de la casa se da aire con un abanico de varillas de nácar y una maja pintada en el país. La criada, con cofia y guantes, nos sirve té helado con unas pastas gomosas y revenidas.
-Deben ustedes disculpar a mamá. Qué más hubiera querido ella que recibirlas, pero un problema en las vías urinarias la tiene postrada en la cama. Debió coger frío ayer sentada en los bancos del paseo. Las tardes refrescan mucho.
Don Benito apoya la intervención de su esposa y, atusándose las guías del bigote exclama:
-Ya lo decía mi madre, que en gloria esté: “Ni en invierno ni en verano, pongas piedra bajo el ano”.
Doña Mercedes deja en suspenso el gesto de llevarse la taza a la boca y descarga sobre su marido una mirada turbia y asesina.
Don Benito tiene la costumbre de reír sus propias gracias y se desternilla atizándose palmadas en los muslos, que suenan como un “arre borrico” dirigido a sí mismo.
Cuando bajamos la escalera, mamá tampoco puede contener la risa.
-De qué te ríes.
-De que menos mal que ha rimado, hija, y ha dicho ano.
La gramática es como la sal… ¡Cambia tanto las cosas según cómo la uses!
La gramática es una ciencia a la que algunos sacan un provecho de miedo. Por ejemplo, Don Benito Pérez de Navas y González de Setién ha convertido sus corrientes apellidos en una retahíla con sonido aristocrático a base de atizarles conjunciones y preposiciones entremedias.
Don Benito empezó de chupatintas en el Ayuntamiento de la Villa y Corte escribiendo a mano los diarios de sesiones y acabó siendo Gobernador de Guadalajara. Allí contrajo matrimonio con una señorita de la alta sociedad arriacense.
Don Benito es especialista en letras capitulares góticas y lombardas y también en soplar afinadas melodías con papel de liar y un peine. Don Benito, al haber ascendido de tan abajo en la escala social, a veces pierde el norte y comete torpezas imperdonables a los ojos de doña Milagros, su señora.
El matrimonio nos recibe en el salón de su casa. Una estancia recargada y ostentosa presidida por un retrato de la madre de doña Milagros, que hoy no asiste a la reunión por hallarse indispuesta.
Los pesados cortinajes de terciopelo apenas dejan entrar la luz de la tarde, calurosa y deslumbrante en la calle. Un gato gordo y con un ojo de cada color, dormita entre cojines de petit point y la señora de la casa se da aire con un abanico de varillas de nácar y una maja pintada en el país. La criada, con cofia y guantes, nos sirve té helado con unas pastas gomosas y revenidas.
-Deben ustedes disculpar a mamá. Qué más hubiera querido ella que recibirlas, pero un problema en las vías urinarias la tiene postrada en la cama. Debió coger frío ayer sentada en los bancos del paseo. Las tardes refrescan mucho.
Don Benito apoya la intervención de su esposa y, atusándose las guías del bigote exclama:
-Ya lo decía mi madre, que en gloria esté: “Ni en invierno ni en verano, pongas piedra bajo el ano”.
Doña Mercedes deja en suspenso el gesto de llevarse la taza a la boca y descarga sobre su marido una mirada turbia y asesina.
Don Benito tiene la costumbre de reír sus propias gracias y se desternilla atizándose palmadas en los muslos, que suenan como un “arre borrico” dirigido a sí mismo.
Cuando bajamos la escalera, mamá tampoco puede contener la risa.
-De qué te ríes.
-De que menos mal que ha rimado, hija, y ha dicho ano.
La gramática es como la sal… ¡Cambia tanto las cosas según cómo la uses!
Velas sin viento
Don Máximo de Aran pertenece a esa casta de
personas que hacen de lo inútil un arte como, por ejemplo, don Sabino
Ardanza que aúna el ejercicio de la medicina con la construcción de
catedrales hechas con palillos de dientes,
o como don Venancio Requejo, vecino también de la calle del Arrabal,
que mete barcos dentro de botellas y los deja varados para siempre sobre
la repisa de la chimenea. Hoy ha terminado de recluir en su casa de
cristal a “El Bounty”, velero británico del famoso motín.
Don Máximo de Aran se dedica a recopilar hijos Célebres de Albelda de Iregua y le va pasando las noticias a don Constantino Garrán quien ya tiene casi ultimado el primer tomo de la “Galería de Riojanos Ilustres” con licencia del Arzobispado de Valladolid.
Don Constantino Garrán, después de dedicarle el libro a su padre, hace un ofrecimiento muy sentido y escolástico: “Al poner la pluma en el papel para comenzar a escribir este libro, le ofrezco muy de corazón a mayor gloria de Dios y en honor y honra de San Millán de la Cogolla, Santo Domingo de Silos, fundadores, y Santa Auria, Virgen, najerinos insignes y esclarecidos hijos del gran Patriarca San Benito. Su celestial protección me valga para darle feliz término, y su asistencia preciosa me sea constante hasta el postrer suspiro de mi vida”.
A don Constantino Garrán le huele la boca a pies.
-Sí, claro. No tiene nada de particular. A los que escriben estas cosas les suele pasar.
-¡Ah, ya!
Don Venancio Requejo (el embotellador de barcos) se acuesta pronto, después de cenar un huevo duro y una sardina escabechada.
Don Venancio tiene un sueño profundo y roncador y cae en él escuchando el tintineo de las jarcias de los veleros amarrados en los puertos de cristal. Navíos a los que respeta el temporal y no hunde la galerna. Puertos tristes y sin viento, como el corazón de don Venancio, que no conoce el mar.
Don Máximo de Aran se dedica a recopilar hijos Célebres de Albelda de Iregua y le va pasando las noticias a don Constantino Garrán quien ya tiene casi ultimado el primer tomo de la “Galería de Riojanos Ilustres” con licencia del Arzobispado de Valladolid.
Don Constantino Garrán, después de dedicarle el libro a su padre, hace un ofrecimiento muy sentido y escolástico: “Al poner la pluma en el papel para comenzar a escribir este libro, le ofrezco muy de corazón a mayor gloria de Dios y en honor y honra de San Millán de la Cogolla, Santo Domingo de Silos, fundadores, y Santa Auria, Virgen, najerinos insignes y esclarecidos hijos del gran Patriarca San Benito. Su celestial protección me valga para darle feliz término, y su asistencia preciosa me sea constante hasta el postrer suspiro de mi vida”.
A don Constantino Garrán le huele la boca a pies.
-Sí, claro. No tiene nada de particular. A los que escriben estas cosas les suele pasar.
-¡Ah, ya!
Don Venancio Requejo (el embotellador de barcos) se acuesta pronto, después de cenar un huevo duro y una sardina escabechada.
Don Venancio tiene un sueño profundo y roncador y cae en él escuchando el tintineo de las jarcias de los veleros amarrados en los puertos de cristal. Navíos a los que respeta el temporal y no hunde la galerna. Puertos tristes y sin viento, como el corazón de don Venancio, que no conoce el mar.
Para tí, Lucía
Los periódicos en mi infancia tenían más
aprovechamiento que ahora. Ahora, un periódico apenas sirve para
informar mal y si embargo entonces, una vez leídos, se cortaban y
pinchaban en un gancho en la pared del retrete. El único
papel que no se reciclaba para este fin era la hoja parroquial. En las
páginas de “El Correo Español/El Pueblo Vasco” se envolvían los
bocadillos y las castañas en otoño. Con las del diario “Ya”, al ser de
mayor tamaño, se abrigaban el pecho los que andaban en moto.
Me recuerdo sentada en el váter, leyendo en el TBO los inventos del profesor Franz de Copenhague e imaginando cómo sería esa máquina que conseguiría hacer vino con los zapatos viejos.
Luci entra sin llamar.
-¡Cagona!
Luci, en combinación, se lava los sobacos con “Heno de Pravia” y lo hace cantando el “El bayón de Ana”: “Ahí viene el negro zumbón, bailando alegre el bayón…”. Se contonea, hermosa y joven ante el espejo y, de pronto, sus viejas zapatillas me dan tanta pena que me echo a llorar.
-Luci: cuando sea mayor te voy a comprar unas zapatillas de bailarina.
Luci me limpia el culo con papel del “El elefante” y me da un beso sonoro y apretado, un beso de labios calientes por ser de los que suben directamente del corazón hasta la boca.
-Señora: yo cualquier día me como a esta niña.
-¿Y no podría ser hoy mismo?
Mamá es la reina del sarcasmo, pero ahora no me importa porque en los brazos de Luci me siento a salvo.
-Luci: ¿Por qué cuando te enfadas me dices que me vaya a cagar a la vía?
Luci no contesta y se lanza conmigo en brazos por el pasillo:
-“… Tengo ganas de bailar el nuevo compás, dicen todos cuando me ven pasar: ¿Chica, dónde vas? ¡Me voy a bailar, el bayón!”.
Lucía hizo honor a su nombre y su recuerdo quedó encendido en mí como una estrella fugaz que se descuelga en el cielo de la memoria.
Me recuerdo sentada en el váter, leyendo en el TBO los inventos del profesor Franz de Copenhague e imaginando cómo sería esa máquina que conseguiría hacer vino con los zapatos viejos.
Luci entra sin llamar.
-¡Cagona!
Luci, en combinación, se lava los sobacos con “Heno de Pravia” y lo hace cantando el “El bayón de Ana”: “Ahí viene el negro zumbón, bailando alegre el bayón…”. Se contonea, hermosa y joven ante el espejo y, de pronto, sus viejas zapatillas me dan tanta pena que me echo a llorar.
-Luci: cuando sea mayor te voy a comprar unas zapatillas de bailarina.
Luci me limpia el culo con papel del “El elefante” y me da un beso sonoro y apretado, un beso de labios calientes por ser de los que suben directamente del corazón hasta la boca.
-Señora: yo cualquier día me como a esta niña.
-¿Y no podría ser hoy mismo?
Mamá es la reina del sarcasmo, pero ahora no me importa porque en los brazos de Luci me siento a salvo.
-Luci: ¿Por qué cuando te enfadas me dices que me vaya a cagar a la vía?
Luci no contesta y se lanza conmigo en brazos por el pasillo:
-“… Tengo ganas de bailar el nuevo compás, dicen todos cuando me ven pasar: ¿Chica, dónde vas? ¡Me voy a bailar, el bayón!”.
Lucía hizo honor a su nombre y su recuerdo quedó encendido en mí como una estrella fugaz que se descuelga en el cielo de la memoria.
Abundio
-¡Morena! Tienes los ojos como dos sartenes, que cuando te miro se me fríen los huevos.
Luci se ríe, pero mi madre sale del comedor, desde donde ha oído el “piropo” del fontanero.
-Diga qué se le debe y márchese, en mi casa no admito ese lenguaje. Y tú –señalándome- vete a tu cuarto a hacer los deberes.
El fontanero lleva un mono azul y unas alpargatas de esparto, se llama Abundio y no es tonto, sólo es un hombre echao palante al que le gusta requebrar a las mujeres de forma rústica. Abundio, sin embargo, quiere enmendarse y aplica siempre mal lo que el llama un lenguaje “fino”.
-Le he cambiado el bote “sinfónico”, asín que me tiene que dar usted veinte duros.
Mi madre, arreglada para salir, saca el billete del bolso y se lo tiende con cara de asco.
-Está muy elegante la señora. ¿Va usted de “pasedo”?.
Abundio también dice “bacalado” y “Bilbado”, se peina con brillantina, lleva la raya tirada a cordel y, bajo su bigote fino, luce una sonrisa blanca y perfecta.
Mientras recoge sus herramientas canta de forma afinada y melodiosa:
-“Por ir a tu lado a verte, mi más leal compañera, me hice novio de la muerte, la estreché con lazo fuerte y su amor fue mi bandera”.
Abundio tiene un cuerpo fornido y musculoso e iba para legionario pero lo expulsaron del cuerpo por “piropear” a la señora del comandante Espiroz.
-¿El mismo piropo que le ha dedicado a Luci?
-Peor.
Las familias a veces engendran seres extraños. Seres que, con un poco de lustre y educación harían un buen papel hasta en la aristocracia.
-No sé qué decirle: tánto como en la aristocracia…
-O como Embajador en Guinea Ecuatorial.
-Ahí ya no le digo yo que no.
Abundio al pasar por la puerta le dice a Luci algo al oído.
-¿Qué le ha dicho?
-¡Y yo qué sé! ¿No le acabo de decir que se lo ha dicho al oído?
-¡Toma, claro! Pero como usted es quien escribe la historia, igual sabe lo que le dijo.
-Pues casi seguro que sí. Es lo que tiene ésto de escribir; que una cuenta lo que le da la gana.
-Y se queda usted tan ancha.
-A veces, no. A veces hasta lloro y se me pone el corazón encogido como una ciruela pasa.
-¡Vaya por Dios! ¡Pues será porque usted quiere!
-Pues sí, ahí lleva usted toda la razón.
Luci se ríe, pero mi madre sale del comedor, desde donde ha oído el “piropo” del fontanero.
-Diga qué se le debe y márchese, en mi casa no admito ese lenguaje. Y tú –señalándome- vete a tu cuarto a hacer los deberes.
El fontanero lleva un mono azul y unas alpargatas de esparto, se llama Abundio y no es tonto, sólo es un hombre echao palante al que le gusta requebrar a las mujeres de forma rústica. Abundio, sin embargo, quiere enmendarse y aplica siempre mal lo que el llama un lenguaje “fino”.
-Le he cambiado el bote “sinfónico”, asín que me tiene que dar usted veinte duros.
Mi madre, arreglada para salir, saca el billete del bolso y se lo tiende con cara de asco.
-Está muy elegante la señora. ¿Va usted de “pasedo”?.
Abundio también dice “bacalado” y “Bilbado”, se peina con brillantina, lleva la raya tirada a cordel y, bajo su bigote fino, luce una sonrisa blanca y perfecta.
Mientras recoge sus herramientas canta de forma afinada y melodiosa:
-“Por ir a tu lado a verte, mi más leal compañera, me hice novio de la muerte, la estreché con lazo fuerte y su amor fue mi bandera”.
Abundio tiene un cuerpo fornido y musculoso e iba para legionario pero lo expulsaron del cuerpo por “piropear” a la señora del comandante Espiroz.
-¿El mismo piropo que le ha dedicado a Luci?
-Peor.
Las familias a veces engendran seres extraños. Seres que, con un poco de lustre y educación harían un buen papel hasta en la aristocracia.
-No sé qué decirle: tánto como en la aristocracia…
-O como Embajador en Guinea Ecuatorial.
-Ahí ya no le digo yo que no.
Abundio al pasar por la puerta le dice a Luci algo al oído.
-¿Qué le ha dicho?
-¡Y yo qué sé! ¿No le acabo de decir que se lo ha dicho al oído?
-¡Toma, claro! Pero como usted es quien escribe la historia, igual sabe lo que le dijo.
-Pues casi seguro que sí. Es lo que tiene ésto de escribir; que una cuenta lo que le da la gana.
-Y se queda usted tan ancha.
-A veces, no. A veces hasta lloro y se me pone el corazón encogido como una ciruela pasa.
-¡Vaya por Dios! ¡Pues será porque usted quiere!
-Pues sí, ahí lleva usted toda la razón.
Chamberí
El reloj de pared de tía Marita tiene un
carrillón tan profundo y grave que deja caer sobre los hombros el peso
de las horas y te deja baldada. De noche paran el péndulo y en el aire
queda suspendida la última campanada de las doce
como un eco que se cuela por todos los rincones de la casa, pasa bajo
la puerta de mi cuarto y se queda prendido en los visillos que ondean al
aire de la noche.
Al amanecer, la Luisi baja a la vaquería de la calle Eguilaz a comprar la leche y me trae el desayuno a la cama porque el doctor ha dicho que debo reposar todas las comidas. Mamá y tía Marita desayunan en el comedor. Ella vivió dos años en Londres cuando mi tío fue destinado allí como agregado de la Embajada y, desde entonces, comienzan el día a la inglesa, con huevos revueltos, pan tostado, bacon y porridge (una especie de papilla de avena asquerosa). Todo servido en porcelana de Worcester. Yo tomo tostadas con mermelada y dos cucharadas de “Ceregumil”.
Mientras Luisi limpia la casa, me deja la caja de “Vasquitos y Nesquitas” en la que guarda programas de cine y teatro y recortes del diario “Ya” con noticias que le parecen curiosas: “Sensacional presentación en el Teatro Fuencarral del más famoso hipnotizador de todos los tiempos: el Profesor Alba, con su enigmática y sugestiva médium Gioconda”.
En el cine Avenida proyectan “La mujer marcada” con Elizabeth Taylor, Laurence Harvey y Eddie Fischer.
También guarda recortes de anuncios: “Aprenda a disecar aves, mamíferos, peces y toda clase de animales. Le enseñaremos por correspondencia. Pida folleto informativo al Instituto Jungla. Goya 118. Madrid. (Centro autorizado por el Ministerio de Educación Nacional)”.
En otro dice que el Ministro de Asuntos Exteriores, señor Castiella, le ha puesto a Kubala la cruz de caballero de Isabel la Católica.
“Parte meteorológico: lluvias en Galicia, Cantábrico y cuenca baja del Duero y en el curso alto del Ebro, algunas tormentas en los montes de León, en la sierra de la Demanda y en la cordillera Ibérica. Riesgo de chubascos en el Sistema Central”.
El criterio de selección de recortes de la Luisi es un misterio.
-Luisi: por qué guardas los partes del tiempo.
-Porque sí.
-¡Ah, ya!
Mamá me pone un vestido blanco almidonado y una chaquetita ligera de angora para salir con tía Marita a pasear por los bulevares y a tomar el vermú. Ellas toman “Cinzano” con aceituna y yo mosto con guinda.
Después del paseo, nos acercamos a la tienda de ultramarinos “La taza de plata” que está en la calle de Apodaca esquina a Churruca. El dependiente anota el pedido para enviarlo después a casa. Yo meto la mano en la cuba de las sardinas de bota y después me la restriego en la falda del vestido.
-Marita: esta niña me trae por la calle de la amargura.
Por esa calle pasean mucho las madres estén donde estén. Debe ser tan universal como la calle de enmedio por donde dicen siempre que tiro yo.
Al amanecer, la Luisi baja a la vaquería de la calle Eguilaz a comprar la leche y me trae el desayuno a la cama porque el doctor ha dicho que debo reposar todas las comidas. Mamá y tía Marita desayunan en el comedor. Ella vivió dos años en Londres cuando mi tío fue destinado allí como agregado de la Embajada y, desde entonces, comienzan el día a la inglesa, con huevos revueltos, pan tostado, bacon y porridge (una especie de papilla de avena asquerosa). Todo servido en porcelana de Worcester. Yo tomo tostadas con mermelada y dos cucharadas de “Ceregumil”.
Mientras Luisi limpia la casa, me deja la caja de “Vasquitos y Nesquitas” en la que guarda programas de cine y teatro y recortes del diario “Ya” con noticias que le parecen curiosas: “Sensacional presentación en el Teatro Fuencarral del más famoso hipnotizador de todos los tiempos: el Profesor Alba, con su enigmática y sugestiva médium Gioconda”.
En el cine Avenida proyectan “La mujer marcada” con Elizabeth Taylor, Laurence Harvey y Eddie Fischer.
También guarda recortes de anuncios: “Aprenda a disecar aves, mamíferos, peces y toda clase de animales. Le enseñaremos por correspondencia. Pida folleto informativo al Instituto Jungla. Goya 118. Madrid. (Centro autorizado por el Ministerio de Educación Nacional)”.
En otro dice que el Ministro de Asuntos Exteriores, señor Castiella, le ha puesto a Kubala la cruz de caballero de Isabel la Católica.
“Parte meteorológico: lluvias en Galicia, Cantábrico y cuenca baja del Duero y en el curso alto del Ebro, algunas tormentas en los montes de León, en la sierra de la Demanda y en la cordillera Ibérica. Riesgo de chubascos en el Sistema Central”.
El criterio de selección de recortes de la Luisi es un misterio.
-Luisi: por qué guardas los partes del tiempo.
-Porque sí.
-¡Ah, ya!
Mamá me pone un vestido blanco almidonado y una chaquetita ligera de angora para salir con tía Marita a pasear por los bulevares y a tomar el vermú. Ellas toman “Cinzano” con aceituna y yo mosto con guinda.
Después del paseo, nos acercamos a la tienda de ultramarinos “La taza de plata” que está en la calle de Apodaca esquina a Churruca. El dependiente anota el pedido para enviarlo después a casa. Yo meto la mano en la cuba de las sardinas de bota y después me la restriego en la falda del vestido.
-Marita: esta niña me trae por la calle de la amargura.
Por esa calle pasean mucho las madres estén donde estén. Debe ser tan universal como la calle de enmedio por donde dicen siempre que tiro yo.
San Antonio
Mamá ha pedido una conferencia con Madrid y
después nos ha contado que Luisi, la muchacha de mi tía Marita, se ha
casado de la noche a la mañana con un señor de Aranda de Duero que tiene
una fábrica de morcillas. Mi tía Marita, atroz devota de San Antonio, ya está hablando de milagro porque Luisi; además de entrada en años y carnes es más fea que Picio.
Y habla de milagro porque en Junio me tocaba revisión con el doctor Ruíz de Embito y fuimos mamá y yo a Madrid. El día trece, mi tía nos llevó a la Luisi y a mí a la ermita de San Antonio de la Florida. Fuimos en taxi desde la plaza de Barceló porque la Luisi se empeñó en ir disfrazada de chulapa con gafas. Su prima Remedios, que también sirve en Chamberí en la calle de Luchana, le dejó el vestido y mi tía Marita un mantón de Manila de seda rojo que le iba como un tiro al vestido de percal con lunares amarillos. Daban ganas de cuadrarse como los quintos ante la bandera. Como no había clavel para la cabeza, se puso uno de plástico de los que tiene en su habitación en un jarrón de barro con un lema que dice: “Recuerdo de Torrelodones”. Mi madre viendo el panorama decidió quedarse, más que nada porque mi madre a lo que más teme en el mundo es a hacer el ridículo.
A las puertas de la ermita se forman cada trece de Junio unas colas larguísimas de mujeres que quieren sacarse novio. Vuelcan trece alfileres en la pila bautismal y ponen la mano sobre el montón. Según los que te queden clavados en la palma, ese será el número de novios que te saques ese año.
Hay alguna que saca clavados hasta seis alfileres.
-¡Que vergüenza!
-¡Caray, qué tía!
-¿Qué quieren ustedes que haga? ¡Suerte que tiene una!
La Luisi sale de la ermita con la cara arrebolada y sonriente. Lleva un único alfiler en su mano cerrada. Ella sabe que no vale cuando se prenden muchos, el bueno es el que se clava fuerte, duele y hace sangre. Como el amor.
Y habla de milagro porque en Junio me tocaba revisión con el doctor Ruíz de Embito y fuimos mamá y yo a Madrid. El día trece, mi tía nos llevó a la Luisi y a mí a la ermita de San Antonio de la Florida. Fuimos en taxi desde la plaza de Barceló porque la Luisi se empeñó en ir disfrazada de chulapa con gafas. Su prima Remedios, que también sirve en Chamberí en la calle de Luchana, le dejó el vestido y mi tía Marita un mantón de Manila de seda rojo que le iba como un tiro al vestido de percal con lunares amarillos. Daban ganas de cuadrarse como los quintos ante la bandera. Como no había clavel para la cabeza, se puso uno de plástico de los que tiene en su habitación en un jarrón de barro con un lema que dice: “Recuerdo de Torrelodones”. Mi madre viendo el panorama decidió quedarse, más que nada porque mi madre a lo que más teme en el mundo es a hacer el ridículo.
A las puertas de la ermita se forman cada trece de Junio unas colas larguísimas de mujeres que quieren sacarse novio. Vuelcan trece alfileres en la pila bautismal y ponen la mano sobre el montón. Según los que te queden clavados en la palma, ese será el número de novios que te saques ese año.
Hay alguna que saca clavados hasta seis alfileres.
-¡Que vergüenza!
-¡Caray, qué tía!
-¿Qué quieren ustedes que haga? ¡Suerte que tiene una!
La Luisi sale de la ermita con la cara arrebolada y sonriente. Lleva un único alfiler en su mano cerrada. Ella sabe que no vale cuando se prenden muchos, el bueno es el que se clava fuerte, duele y hace sangre. Como el amor.
Reencuentro
Luci dice que en casa a veces hay un ambiente
en el que “se masca la tragedia”. Nadie sabe por qué, pero el territorio
pasa de ser “hogar” a “campo de minas”. Y cualquier cosa puede desatar
la guerra.
-Me voy.
-¿Dónde vas?
-Por ahí.
-Pues mira que bien; te vas a encontrar con tu hermana porque me ha dicho que iba al mismo sitio.
Yo en esas ironías de mi madre no entro. Es más: salgo y me tiro a la calle como quien se arroja al pozo de la normalidad.
Para mí la normalidad es la casa de los Pérez Aguilar, que son catorce hermanos y allí las tragedias no se mascan: se viven. En el chalet de dos plantas cualquier niño puede, por ejemplo, caer por el hueco de la escalera y levantarse como si tal cosa. Las brechas en la casa de los Pérez Aguilar se cosen con el hilo de zurcir los calcetines. En la casa de los Pérez Aguilar no se pierde ningún niño porque comen como limas y no faltan jamás al recuento del mediodía. En casa de los Pérez Aguilar las tortas se reparten de mayor a menor y aquí paz y después gloria. Se sabe quien manda y las ironías se utilizan poco, se tiende más al insulto sano y directo.
-¡Adoquín!
-¡Tarugo!
-¡Tontolaba!
-¡Gilipuertas!
En mi casa no, en mi casa los insultos llevan carga de profundidad como los torpedos de un submarino.
-Dios dame paciencia, porque si me das fuerzas la mato.
-Dios: te la llevas o te la mando.
En mi casa lo de que Dios está en todas partes se prueba empíricamente.
Las Pérez Aguilar tenían una tata que las dormía cantándoles “Perfidia” y, tras cuarenta años sin vernos, me he reencontrado en estos días con mis queridas amigas y comprobado que siguen siendo para mí como un bolero: “Ese sentimiento disparatado que se canta”.
-Me voy.
-¿Dónde vas?
-Por ahí.
-Pues mira que bien; te vas a encontrar con tu hermana porque me ha dicho que iba al mismo sitio.
Yo en esas ironías de mi madre no entro. Es más: salgo y me tiro a la calle como quien se arroja al pozo de la normalidad.
Para mí la normalidad es la casa de los Pérez Aguilar, que son catorce hermanos y allí las tragedias no se mascan: se viven. En el chalet de dos plantas cualquier niño puede, por ejemplo, caer por el hueco de la escalera y levantarse como si tal cosa. Las brechas en la casa de los Pérez Aguilar se cosen con el hilo de zurcir los calcetines. En la casa de los Pérez Aguilar no se pierde ningún niño porque comen como limas y no faltan jamás al recuento del mediodía. En casa de los Pérez Aguilar las tortas se reparten de mayor a menor y aquí paz y después gloria. Se sabe quien manda y las ironías se utilizan poco, se tiende más al insulto sano y directo.
-¡Adoquín!
-¡Tarugo!
-¡Tontolaba!
-¡Gilipuertas!
En mi casa no, en mi casa los insultos llevan carga de profundidad como los torpedos de un submarino.
-Dios dame paciencia, porque si me das fuerzas la mato.
-Dios: te la llevas o te la mando.
En mi casa lo de que Dios está en todas partes se prueba empíricamente.
Las Pérez Aguilar tenían una tata que las dormía cantándoles “Perfidia” y, tras cuarenta años sin vernos, me he reencontrado en estos días con mis queridas amigas y comprobado que siguen siendo para mí como un bolero: “Ese sentimiento disparatado que se canta”.
Tumbada bajo el cielo
Nos reciben los ladridos de los perros y el
sonido de las chicharras en los pinos. El calor es sofocante y el azul
del cielo solo es manchado por jirones de nubes. Han segado los campos
de trigo y al caminar entre rastrojos
las piernas se arañan con las cañas cortadas. Junto al silo, aparece una
inmensa montaña de grano por la que trepamos para dejarnos caer
envueltas en una nube de polvo dorado que se pega a la piel y la
garganta.
Junto a la caseta del pozo, mi madre nos hace señas para que volvamos.
Nos refrescamos con el agua del cubo y vamos a jugar bajo el cerezo.
-Yo era la tendera y vosotras veníais a comprar.
Teresina al ser sobrina de Manolita, la dueña de la tienda de coloniales, siempre quiere ser ella quien que venda, pero como es medio lerda no se lo permitimos.
De mala gana, Teresina recoge piedras que harán de dinero.
-Señora Teresina, estas chuletas son buenísimas. ¿Cuántas le pongo?
-Póngame veinte kilos.
Le explicamos que las señoras no compran jamás veinte kilos de chuletas, ni de nada. Pero ella se conoce que barre para adentro y vela por los intereses de su tía Manolita. Estas cosas son cuestión de razas. Por ejemplo: Teresina es de la raza de vendedores de coloniales, mi primo Ramonchu (el de Rentería) es de la raza vasca y mi vecino Vicentín es de la raza mostrenca. Sin embargo yo soy de la raza de las princesas ocultas (como la zarina Anastasia), pero mi madre no me quiere reconocer ese privilegio para poder seguir dándome tortas con total impunidad.
En un lateral de la caseta, y al resguardo del viento, se alzan las llamas de una hoguera de sarmientos que, rápidamente, queda reducida a unas brasas de color rojo vivísimo sobre las que acuestan las parrillas con las chuletas de cordero.
Bajo el cerezo han tendido el mantel y en él descansa una fuente de porcelana blanca llena de ensalada, un plato con una tortilla grande y redonda como una luna, una cazuela de pimientos asados, las botellas de gaseosas “Peña” y el porrón velado por el frescor del vino.
Tras la comida, cada cual busca una sombra para echarse la siesta.
Y así me recuerdo: tumbada sobre la hierba viendo pasar las nubes, mi cuerpo tan pequeño bajo un cielo tan grande y un sol tan amarillo.
Hoy, sobre la nueva hierba del presente, sigo mirando al cielo en la esperanza de ser yo, desde allí, la observada.
Junto a la caseta del pozo, mi madre nos hace señas para que volvamos.
Nos refrescamos con el agua del cubo y vamos a jugar bajo el cerezo.
-Yo era la tendera y vosotras veníais a comprar.
Teresina al ser sobrina de Manolita, la dueña de la tienda de coloniales, siempre quiere ser ella quien que venda, pero como es medio lerda no se lo permitimos.
De mala gana, Teresina recoge piedras que harán de dinero.
-Señora Teresina, estas chuletas son buenísimas. ¿Cuántas le pongo?
-Póngame veinte kilos.
Le explicamos que las señoras no compran jamás veinte kilos de chuletas, ni de nada. Pero ella se conoce que barre para adentro y vela por los intereses de su tía Manolita. Estas cosas son cuestión de razas. Por ejemplo: Teresina es de la raza de vendedores de coloniales, mi primo Ramonchu (el de Rentería) es de la raza vasca y mi vecino Vicentín es de la raza mostrenca. Sin embargo yo soy de la raza de las princesas ocultas (como la zarina Anastasia), pero mi madre no me quiere reconocer ese privilegio para poder seguir dándome tortas con total impunidad.
En un lateral de la caseta, y al resguardo del viento, se alzan las llamas de una hoguera de sarmientos que, rápidamente, queda reducida a unas brasas de color rojo vivísimo sobre las que acuestan las parrillas con las chuletas de cordero.
Bajo el cerezo han tendido el mantel y en él descansa una fuente de porcelana blanca llena de ensalada, un plato con una tortilla grande y redonda como una luna, una cazuela de pimientos asados, las botellas de gaseosas “Peña” y el porrón velado por el frescor del vino.
Tras la comida, cada cual busca una sombra para echarse la siesta.
Y así me recuerdo: tumbada sobre la hierba viendo pasar las nubes, mi cuerpo tan pequeño bajo un cielo tan grande y un sol tan amarillo.
Hoy, sobre la nueva hierba del presente, sigo mirando al cielo en la esperanza de ser yo, desde allí, la observada.
Qué pasa en el Congo
A doña
Escolástica García Pérez de Araciel y Rada, vecina de El Ferrol, le
dicen “Tica”. Su abuelo acompañó al coronel Oscáriz en sus expediciones
contra los Igorrotes, en las Islas Filipinas.
Tica, a pesar de sus rimbombantes apellidos, es una señora despistada, cercana y cariñosa y su distracción favorita es meterse en la cocina con mi abuela para aprender recetas que jamás pondrá en práctica.
-Tica: aprovechando que me los trajo ayer mi hijo Miguel, hoy te voy a enseñar a cocinar cangrejos, una receta sencilla que no lleva más que la salsa de tomate, que ha de ser natural y con los apaños muy medidos. Los tomates han de estar muy maduros. Los lavas y los pones en la cazuela cortados en trozos con cebolla picada muy fina, ajo y sal. La salsa debe hacerse muy despacio. Después se pasa por el chino y se le añade aceite, pimentón y guindilla, dejándolo cocer otro poco.
-Ahora vamos a capar los cangrejos antes de echarlos a la salsa. Mira Tica: los agarras con la mano izquierda por los costados para que no te pellizquen con las pinzas, levantas la aleta central del final de la cola y tiras. Así sale esta espacie de tripa negra y se mueren. Seguidamente los echas en la salsa y cuando se pongan rojos apagas el fuego.
Los cangrejos recién capados colean desesperados en el fregadero.
-¡Filla mia, eu mórrome antes de tocar eses bichos!
Tica, mientras mi abuela cocina se ha pegado dos lingotazos de zurracapote que le han puesto las mejillas coloradas y los ojos brillantes.
Yo, a pesar del almuerzo de media mañana, echo barcos de pan en la salsa de tomate.
-Presen: ¿Esta neta túa non terá a solitaria? Porque a nena come como unha lima.
Tica me ha traído una caja forrada por fuera de conchas y caracolas y una botellita pequeña con arena de la playa de Valdoviño.
Luci está de mal humor porque siente que han ocupado su territorio en la cocina.
-A esta señora no se le entiende nada y, encima, todo lo acaba en iña: Luciña me llama, como si fuera yo portuguesa del Brasil.
-¿Y mamá dónde está?
-Tu madre se ha marchado al Congo por no aguantarte.
Luci sale por la puerta, se vuelve y me saca la lengua mientras va canturreando por el pasillo:
“Qué pasa en el Congo, qué pasa en el Congo, que al blanco que pillan, que al blanco que pillan lo hacen mondongo”.
Tica, a pesar de sus rimbombantes apellidos, es una señora despistada, cercana y cariñosa y su distracción favorita es meterse en la cocina con mi abuela para aprender recetas que jamás pondrá en práctica.
-Tica: aprovechando que me los trajo ayer mi hijo Miguel, hoy te voy a enseñar a cocinar cangrejos, una receta sencilla que no lleva más que la salsa de tomate, que ha de ser natural y con los apaños muy medidos. Los tomates han de estar muy maduros. Los lavas y los pones en la cazuela cortados en trozos con cebolla picada muy fina, ajo y sal. La salsa debe hacerse muy despacio. Después se pasa por el chino y se le añade aceite, pimentón y guindilla, dejándolo cocer otro poco.
-Ahora vamos a capar los cangrejos antes de echarlos a la salsa. Mira Tica: los agarras con la mano izquierda por los costados para que no te pellizquen con las pinzas, levantas la aleta central del final de la cola y tiras. Así sale esta espacie de tripa negra y se mueren. Seguidamente los echas en la salsa y cuando se pongan rojos apagas el fuego.
Los cangrejos recién capados colean desesperados en el fregadero.
-¡Filla mia, eu mórrome antes de tocar eses bichos!
Tica, mientras mi abuela cocina se ha pegado dos lingotazos de zurracapote que le han puesto las mejillas coloradas y los ojos brillantes.
Yo, a pesar del almuerzo de media mañana, echo barcos de pan en la salsa de tomate.
-Presen: ¿Esta neta túa non terá a solitaria? Porque a nena come como unha lima.
Tica me ha traído una caja forrada por fuera de conchas y caracolas y una botellita pequeña con arena de la playa de Valdoviño.
Luci está de mal humor porque siente que han ocupado su territorio en la cocina.
-A esta señora no se le entiende nada y, encima, todo lo acaba en iña: Luciña me llama, como si fuera yo portuguesa del Brasil.
-¿Y mamá dónde está?
-Tu madre se ha marchado al Congo por no aguantarte.
Luci sale por la puerta, se vuelve y me saca la lengua mientras va canturreando por el pasillo:
“Qué pasa en el Congo, qué pasa en el Congo, que al blanco que pillan, que al blanco que pillan lo hacen mondongo”.
A por espárragos
Mamá me despierta cuando aún es de noche.
-¿Tú no querías ver cómo se cogen los espárragos? Pues anoche vino el tío Miguel a traer cangrejos y dijo que a las seis estuvieras en el portal.
Luci ha metido papel y unas astillas en la cocina y el fuego prende alegre y alto antes de sofocarlo con una paletada de carbón y colocar los discos para cerrar la hornilla.
La leche deja una capa de nata en el tazón de loza, que retiro para tomarla más tarde con azúcar. Mientras; Luci corta finas lascas de pan apoyando la hogaza contra el pecho.
-Las sopas de leche tienen mucho alimento.
-Pues pa ti todas. Yo quiero un hornazo.
-¡Ay que maja! ¡En este mismo momento estaba pensando yo en llegarme hasta el obrador a comprarle un hornazo y un poco de mierda en bote a la niña!
La lata del “Cola Cao” tiene dibujos de chinos y en el frente de ésta pone “Botiquín”. También tenemos otra que pone “Pañuelos”. La que ponía “Cartas” se la quedó Luci para guardar las que le manda su madre.
La madre de Luci es una señora muy graciosa y vestida de negro que cuando baja del pueblo siempre viene a visitarnos por ver a su hija.
A veces mamá tiene que hacer esfuerzos tremendos para no reírse.
-¡Ay señora, yo las cosas las digo siempre con la boca bien alta! Y así me va, porque hay quien que se agarra a un ascua ardiendo, o a una sardina y a mí eso no me va porque esto ya exclama al cielo.
A mí, cuando viene la madre de Luci me mandan a chiflar a la vía no vaya a ser que me ría y tengamos un disgusto con Luci.
El tío Miguel silba desde la calle y bajo los escalones de tres en tres. Cuando llego al principal Laika y Marilín, las perras de Vicentín y de doña Pepa se ponen a ladrar frenéticamente.
Mi prima Vega lleva una cesta con el almuerzo y mi tío, de buen humor, me revuelve el pelo y me da una colleja en el culo.
-¡Andando!
Al rebasar las últimas casas del pueblo, comienza a amanecer. El aire es fresco y húmedo y los montes Obarenes se dibujan en un horizonte que arropa amorosamente el valle. Sobre los robles y quejigos, vuelan alimoches y halcones peregrinos. El campo huele casi a mar, de tan azul el día.
Los espárragos hay que sacarlos antes de que la punta salga de la tierra y la luz del sol ponga oscura su blanca y delicada yema.
Mi prima y yo, enseguida nos cansamos de cogerlos y nos dedicamos a explorar el terreno. Nos acercamos a la linde de una viña donde hay un melocotonero cargado de fruta. Los melocotones de viña son pecosos, perfumados y dulces. Como el rincón del cuello de las madres.
Mi tío, en cuclillas señala un brote entre la hierba:
-Son ajetes, están buenos en revuelto.
No sentamos en el lindero a almorzar de una tartera con jibias que ha preparado mi tía Petra y media hogaza de pan rellena de unos trozos hermosos de chorizo frito. El sol ya está alto y la bota pasa de mano en mano.
-¡A ver si os vais a poner piripis y voy a tener que cargar con las dos hasta casa!
Mi tío Miguel empuja su boina hacía la coronilla dejando ver un espacio de frente no tocado por el sol. Las arrugas de su cara parecen cortes de navaja y bajo sus ojos expresivos y alegres aparece una nariz potente y con carácter.
Ojos, manos queridas que ahora tampoco están, pero que mi memoria rescata revolviendo mi pelo, posándose en los días con más luz de mi infancia.
-¿Tú no querías ver cómo se cogen los espárragos? Pues anoche vino el tío Miguel a traer cangrejos y dijo que a las seis estuvieras en el portal.
Luci ha metido papel y unas astillas en la cocina y el fuego prende alegre y alto antes de sofocarlo con una paletada de carbón y colocar los discos para cerrar la hornilla.
La leche deja una capa de nata en el tazón de loza, que retiro para tomarla más tarde con azúcar. Mientras; Luci corta finas lascas de pan apoyando la hogaza contra el pecho.
-Las sopas de leche tienen mucho alimento.
-Pues pa ti todas. Yo quiero un hornazo.
-¡Ay que maja! ¡En este mismo momento estaba pensando yo en llegarme hasta el obrador a comprarle un hornazo y un poco de mierda en bote a la niña!
La lata del “Cola Cao” tiene dibujos de chinos y en el frente de ésta pone “Botiquín”. También tenemos otra que pone “Pañuelos”. La que ponía “Cartas” se la quedó Luci para guardar las que le manda su madre.
La madre de Luci es una señora muy graciosa y vestida de negro que cuando baja del pueblo siempre viene a visitarnos por ver a su hija.
A veces mamá tiene que hacer esfuerzos tremendos para no reírse.
-¡Ay señora, yo las cosas las digo siempre con la boca bien alta! Y así me va, porque hay quien que se agarra a un ascua ardiendo, o a una sardina y a mí eso no me va porque esto ya exclama al cielo.
A mí, cuando viene la madre de Luci me mandan a chiflar a la vía no vaya a ser que me ría y tengamos un disgusto con Luci.
El tío Miguel silba desde la calle y bajo los escalones de tres en tres. Cuando llego al principal Laika y Marilín, las perras de Vicentín y de doña Pepa se ponen a ladrar frenéticamente.
Mi prima Vega lleva una cesta con el almuerzo y mi tío, de buen humor, me revuelve el pelo y me da una colleja en el culo.
-¡Andando!
Al rebasar las últimas casas del pueblo, comienza a amanecer. El aire es fresco y húmedo y los montes Obarenes se dibujan en un horizonte que arropa amorosamente el valle. Sobre los robles y quejigos, vuelan alimoches y halcones peregrinos. El campo huele casi a mar, de tan azul el día.
Los espárragos hay que sacarlos antes de que la punta salga de la tierra y la luz del sol ponga oscura su blanca y delicada yema.
Mi prima y yo, enseguida nos cansamos de cogerlos y nos dedicamos a explorar el terreno. Nos acercamos a la linde de una viña donde hay un melocotonero cargado de fruta. Los melocotones de viña son pecosos, perfumados y dulces. Como el rincón del cuello de las madres.
Mi tío, en cuclillas señala un brote entre la hierba:
-Son ajetes, están buenos en revuelto.
No sentamos en el lindero a almorzar de una tartera con jibias que ha preparado mi tía Petra y media hogaza de pan rellena de unos trozos hermosos de chorizo frito. El sol ya está alto y la bota pasa de mano en mano.
-¡A ver si os vais a poner piripis y voy a tener que cargar con las dos hasta casa!
Mi tío Miguel empuja su boina hacía la coronilla dejando ver un espacio de frente no tocado por el sol. Las arrugas de su cara parecen cortes de navaja y bajo sus ojos expresivos y alegres aparece una nariz potente y con carácter.
Ojos, manos queridas que ahora tampoco están, pero que mi memoria rescata revolviendo mi pelo, posándose en los días con más luz de mi infancia.
De merienda
-Mañana a las cinco en “Berrozpe”, porque si vamos más tarde sólo quedan de chico y yo con la barra no me apaño.
Este año vale a cinco pesetas la hora de alquiler. Yo, como llevo la bicicleta de mi hermana me ahorro el dinero.
Veo a Berta subiendo la cuesta y me admiro de que pueda pedalear de pie con lo gorda que está. En cambio yo, nada más salir de casa ya me he clavado el pedal en el tobillo no sé cuántas veces.
-Me ha dicho mi madre que otro día salgamos más tarde, que con este calor nos puede dar una congestión.
En la carretera de Anguciana los árboles forman una bóveda verde por la que se filtran los rayos del sol haciendo de la carretera un túnel refrescante en esta tarde calurosa de verano. Hemos dejado atrás las huertas y los venajos y aparecen a nuestra derecha los campos de viñas y frutales.
Bajamos hasta la ribera del río y nos sentamos a merendar bajo los chopos. Las bicicletas quedan tiradas en el ribazo.
-¡Me cago en la leche! ¿Qué pasa, es que no hay otro sitio en el río para venir a joder la marrana? Aquí sin incomodar y calladas como en misa, que nos espantáis la pesca.
Mi tío Miguel y su amigo Carlos vigilan el movimiento del sedal y sobre la hierba brillan varias loinas y un barbo que todavía se arquea dando coletazos.
Estamos calladas como muertas. Sólo se escucha el canto del jilguero y del tordo de agua.
Los dos pescadores han preparado reteles con cebos de sardina arenque para pescar cangrejos y cuando los han echado en un remanso cerca de la orilla se han hundido blandamente, dejando círculos en el espejo de agua. Solo se ve de cada aparejo una cuerda que queda amarrada en las ramas de la orilla.
Mi tío, después de merendar, saca el paquete de “Ideales” y los dos hombres fuman en silencio.
En mi bolsa de rafia hay un bocadillo de filete empanado, un plátano y una cantimplora con agua. Mi tío se acerca y nos pasa la bota y unas tajadas de melón enfriado en el río.
-Si no salimos ya, a la vuelta se nos hará de noche y yo no tengo faro, dice Berta.
Cogemos las bicicletas y atravesamos un campo de rastrojos. De pronto, levantamos una perdiz que se posa y corretea seguida por media docena de crías de andar borracho que se atropellan por seguir a la madre sin quedarse atrás.
Así me veía yo desde que ella se fue, como una cría de perdiz buscando entre rastrojos.
Este año vale a cinco pesetas la hora de alquiler. Yo, como llevo la bicicleta de mi hermana me ahorro el dinero.
Veo a Berta subiendo la cuesta y me admiro de que pueda pedalear de pie con lo gorda que está. En cambio yo, nada más salir de casa ya me he clavado el pedal en el tobillo no sé cuántas veces.
-Me ha dicho mi madre que otro día salgamos más tarde, que con este calor nos puede dar una congestión.
En la carretera de Anguciana los árboles forman una bóveda verde por la que se filtran los rayos del sol haciendo de la carretera un túnel refrescante en esta tarde calurosa de verano. Hemos dejado atrás las huertas y los venajos y aparecen a nuestra derecha los campos de viñas y frutales.
Bajamos hasta la ribera del río y nos sentamos a merendar bajo los chopos. Las bicicletas quedan tiradas en el ribazo.
-¡Me cago en la leche! ¿Qué pasa, es que no hay otro sitio en el río para venir a joder la marrana? Aquí sin incomodar y calladas como en misa, que nos espantáis la pesca.
Mi tío Miguel y su amigo Carlos vigilan el movimiento del sedal y sobre la hierba brillan varias loinas y un barbo que todavía se arquea dando coletazos.
Estamos calladas como muertas. Sólo se escucha el canto del jilguero y del tordo de agua.
Los dos pescadores han preparado reteles con cebos de sardina arenque para pescar cangrejos y cuando los han echado en un remanso cerca de la orilla se han hundido blandamente, dejando círculos en el espejo de agua. Solo se ve de cada aparejo una cuerda que queda amarrada en las ramas de la orilla.
Mi tío, después de merendar, saca el paquete de “Ideales” y los dos hombres fuman en silencio.
En mi bolsa de rafia hay un bocadillo de filete empanado, un plátano y una cantimplora con agua. Mi tío se acerca y nos pasa la bota y unas tajadas de melón enfriado en el río.
-Si no salimos ya, a la vuelta se nos hará de noche y yo no tengo faro, dice Berta.
Cogemos las bicicletas y atravesamos un campo de rastrojos. De pronto, levantamos una perdiz que se posa y corretea seguida por media docena de crías de andar borracho que se atropellan por seguir a la madre sin quedarse atrás.
Así me veía yo desde que ella se fue, como una cría de perdiz buscando entre rastrojos.
Llega el calor
Mi hermana se ha ido al pueblo con Luci por
sacar buenas notas. Y a mí me han apuntado a una academia por suspender
seis por los pelos. Lo digo porque cuando apruebo algo siempre me dicen
que ha sido por los pelos, pues digo yo que tendrá que valer también para suspender.
A falta de campo y playa, bajo al río armada con un bañador de tela de algodón, fruncido por tiras de gomas que lo ciñen al cuerpo. El bañador tarda años en secar y me deja las ingles desolladas. Llevo también un gorro de baño con estribo bajo la barbilla y unas sandalias de goma con hebillas.
Mamá, con un sombrero de paja en forma de cono, permanece a la sombra, sentada en una silla de tijera y charlando con una señora que viene cada año de veraneo con su hijo Antxon. Su marido se queda en Amorebieta al cuidado del comercio y viene solo los domingos.
Mamá, cada tanto, cuenta las vueltas de la labor.
-Este perlé me da mala espina, creo que hará bolas a la primera lavada.
-¡Ené, Mª Luisa, pero si ya te dije no compraras!
Mamá me hace señas para que me acerque a saludar.
-Kaixo, Nené.
-Hola.
-Báñate con Antxonito, neska. Como nadar sabes tú, tranquila me quedo.
La madre de Antxonito habla castellano como los indios navajos de las películas americanas.
En la orilla hay piedras cubiertas de un musgo resbaladizo y hay que andar con cuidado. El río baja manso en esta zona y conozco cada tramo. Sé que debajo del segundo arco del puente no se hace pie, así que nos quedamos bajo el primero, donde el agua nos llega a la cintura.
Antxonito mueve brazos y piernas como si le estuviera dando un ataque. No se hunde porque lleva un flotador con forma de pato.
-¡Ama: mira, ya nado!
Su madre hace gestos con las manos y lo mira embelesada con la cara cubierta con varios kilos de Nivea.
Antxonito lleva un moco asqueroso colgando y una expresión de triunfo que da más asco todavía. En ese momento me posee un odio terrorífico y aprovecho que su madre no mira y le hago una aguadilla prácticamente mortal. Cuando consigue sacar la cabeza del agua ya no tiene el moco pero sí un berrinche que no le deja romper a llorar.
La vasca gorda y mi madre vienen corriendo y yo salgo huyendo mientras escucho a mi madre gritar:
-¡Verás cuando te pille!
De vuelta en casa, y antes de que la zapatilla de mi madre entre en acción, subo al desván y me escondo en el armario. He descubierto que puedo llegar a ser una asesina de niños vascos con mocos y eso me asusta un poco, pero menos que la zapatilla de mi madre.
A falta de campo y playa, bajo al río armada con un bañador de tela de algodón, fruncido por tiras de gomas que lo ciñen al cuerpo. El bañador tarda años en secar y me deja las ingles desolladas. Llevo también un gorro de baño con estribo bajo la barbilla y unas sandalias de goma con hebillas.
Mamá, con un sombrero de paja en forma de cono, permanece a la sombra, sentada en una silla de tijera y charlando con una señora que viene cada año de veraneo con su hijo Antxon. Su marido se queda en Amorebieta al cuidado del comercio y viene solo los domingos.
Mamá, cada tanto, cuenta las vueltas de la labor.
-Este perlé me da mala espina, creo que hará bolas a la primera lavada.
-¡Ené, Mª Luisa, pero si ya te dije no compraras!
Mamá me hace señas para que me acerque a saludar.
-Kaixo, Nené.
-Hola.
-Báñate con Antxonito, neska. Como nadar sabes tú, tranquila me quedo.
La madre de Antxonito habla castellano como los indios navajos de las películas americanas.
En la orilla hay piedras cubiertas de un musgo resbaladizo y hay que andar con cuidado. El río baja manso en esta zona y conozco cada tramo. Sé que debajo del segundo arco del puente no se hace pie, así que nos quedamos bajo el primero, donde el agua nos llega a la cintura.
Antxonito mueve brazos y piernas como si le estuviera dando un ataque. No se hunde porque lleva un flotador con forma de pato.
-¡Ama: mira, ya nado!
Su madre hace gestos con las manos y lo mira embelesada con la cara cubierta con varios kilos de Nivea.
Antxonito lleva un moco asqueroso colgando y una expresión de triunfo que da más asco todavía. En ese momento me posee un odio terrorífico y aprovecho que su madre no mira y le hago una aguadilla prácticamente mortal. Cuando consigue sacar la cabeza del agua ya no tiene el moco pero sí un berrinche que no le deja romper a llorar.
La vasca gorda y mi madre vienen corriendo y yo salgo huyendo mientras escucho a mi madre gritar:
-¡Verás cuando te pille!
De vuelta en casa, y antes de que la zapatilla de mi madre entre en acción, subo al desván y me escondo en el armario. He descubierto que puedo llegar a ser una asesina de niños vascos con mocos y eso me asusta un poco, pero menos que la zapatilla de mi madre.
Silencios
Aunque yo haya estado estos días de mi corazón
a mis asuntos, el primero ha permanecido en la escalera, huérfano de
palabras y expulsado de un paraíso en el que Eva desertó de manzanas. Y,
en mis asuntos, las manos han trajinado salsas, cuajado
postres, encandilado asados, pero el aroma no atravesó el zaguán y en
mi escalera seguía oliendo tercamente a ausencia. A veces, llamar a las
palabras por su nombre resulta un imposible cuajado de haches mudas.
Sólo los perros las pronuncian y nos salvan de hablar de tonterías.
Cansancio
Estoy con un cansancio de varias vidas. Ha
salido el sol, pero sólo en el cielo. Todas las puertas de mis
personajes están cerradas y en la escalera reina un silencio hondo.
Sobran tinta y papel si no me habla la voz que necesito y calla. Hoy
estaré esperando, esperando sentada en el cuarto peldaño.
Vicentín jotero
Aquí tenemos de nuevo a Vicentín, sus
cualidades han crecido con el paso del tiempo y ahora tiene como únicas
rivales en brutalidad y pesadez a las mulas.
Sentado en el bonito secreter de doña Gracita, se dedica a rizar las puntas de las hojas de la Enciclopedia Álvarez hasta convertirla en lo más parecido a una escarola. Su mamá le toma la lección.
-Vamos a ver Vicentín, hijo, si me dices el futuro imperfecto del verbo ser.
-Yo seriese, tú serieses, él seriese…
Don Vicente alza la vista del periódico y mira a su hijo con cara de conmiseración.
-Si hijo, di que sí, tú que lo que vas a ser es más tonto que un cerrojo si Dios no lo remedia.
Sin embargo, Vicentín es muy hábil a la hora de retener e inventar jotas y canciones. Ahora su madre anda preocupada porque al chaval se le ha metido en la cabeza participar en el concurso de joteros: “La Oportunidad”, que convoca Radio Rioja.
-Mamá: mira que estrofa tan bien traída.
Vicentín se coloca en jarras y su madre le alisa el flequillo con saliva.
“Asómate a la ventana,
cara de melón podrido,
que según tienes la cara,
similar tendrás el higo.”
-¡Dios de mi vida! Vicentín, hijo, eso no lo puedes cantar en la radio ni en broma.
-Espera, que la estrofa final es la mejor:
“Chulita, más que chulita,
Por muy chulita que seas,
no dejarán de mojarse
tus pelillos cuando meas”.
Don Vicente cierra los ojos y se persigna. Doña Gracita se acerca a la nariz el frasco de las sales y Manolita, la doncella, se lleva a Vicentín a la cocina y le atiza dos sonoros besos en los rollizos papos.
-No hagas caso hijo, tú llegarás lejos. ¡Que letras más bonitas y qué sentimiento!
Al final hubo suerte y Vicentín no pudo asistir al concurso de radio porque se achicharró la cara y el pelo con el juego de química “Cheminova” que le habían traído los reyes y para el que se daba mañas de nigromante mezclándolo todo con pólvora de cartuchos de caza.
Sentado en el bonito secreter de doña Gracita, se dedica a rizar las puntas de las hojas de la Enciclopedia Álvarez hasta convertirla en lo más parecido a una escarola. Su mamá le toma la lección.
-Vamos a ver Vicentín, hijo, si me dices el futuro imperfecto del verbo ser.
-Yo seriese, tú serieses, él seriese…
Don Vicente alza la vista del periódico y mira a su hijo con cara de conmiseración.
-Si hijo, di que sí, tú que lo que vas a ser es más tonto que un cerrojo si Dios no lo remedia.
Sin embargo, Vicentín es muy hábil a la hora de retener e inventar jotas y canciones. Ahora su madre anda preocupada porque al chaval se le ha metido en la cabeza participar en el concurso de joteros: “La Oportunidad”, que convoca Radio Rioja.
-Mamá: mira que estrofa tan bien traída.
Vicentín se coloca en jarras y su madre le alisa el flequillo con saliva.
“Asómate a la ventana,
cara de melón podrido,
que según tienes la cara,
similar tendrás el higo.”
-¡Dios de mi vida! Vicentín, hijo, eso no lo puedes cantar en la radio ni en broma.
-Espera, que la estrofa final es la mejor:
“Chulita, más que chulita,
Por muy chulita que seas,
no dejarán de mojarse
tus pelillos cuando meas”.
Don Vicente cierra los ojos y se persigna. Doña Gracita se acerca a la nariz el frasco de las sales y Manolita, la doncella, se lleva a Vicentín a la cocina y le atiza dos sonoros besos en los rollizos papos.
-No hagas caso hijo, tú llegarás lejos. ¡Que letras más bonitas y qué sentimiento!
Al final hubo suerte y Vicentín no pudo asistir al concurso de radio porque se achicharró la cara y el pelo con el juego de química “Cheminova” que le habían traído los reyes y para el que se daba mañas de nigromante mezclándolo todo con pólvora de cartuchos de caza.
miércoles, 2 de abril de 2014
Por huevos
En Calatayud preguntas por la Dolores y te sueltan dos guantadas. Y es que hay cosas que hartan, como la mayonesa y el botillo de León. Mi madre, por ejemplo, es especialista en hartarse. Sobre todo de mí. Yo, sin embargo, nunca puedo hartarme de las cosas que me gustan; no me dejan. Sin embargo si me hartara de estudiar estarían contentísimos. Estas son cosas misteriosas que parece que no entenderé hasta cuando sea padre y coma huevos, cosa más misteriosa aún, porque igual llego a ser madre, pero padre…
Una de las cosas de las que me hubiera hartado hasta morirme explotando eran los huevos al colchón, con su abriguito de bechamel, que preparaban las monjas. Eran como una croqueta plana con el huevo frito en su interior. De hecho, las he perdonado por los huevos. Únicamente. Sólo.
En mi casa los huevos de guardan en la fresquera, que es un armarito abierto al patio debajo de la ventana de la cocina y protegido de las moscas por una tela metálica.
Hay otros huevos de los que no se puede hablar como de los del caballo de “El Espartero” que está en Logroño y de los de Jacinto, el novio de Luci.
Jacinto, usa sandalias con calcetines y se peina una barbaridad. Cada dos por tres, saca del bolsillo posterior del pantalón un peinecito de carey y se da un repaso a todo el cráneo. Sostiene el peine de un extremo con mucha elegancia, y lo va arrastrando desde el nacimiento del pelo hasta el cogote con una rapidez y maestría que deja a Luci muda de admiración.
-¡Es que mi Jacinto en viéndole peinarse ya sabe una lo que vale! ¡Menudos huevos bien puestos tiene mi Jacinto!
…
-Mamá: este huevo está poco frito, la clara tiene moco.
-Esta Luci; mira que se lo tengo dicho. ¡Que harta estoy, Dios mío!
-Sin embargo, dice que su novio los tiene muy bien puestos.
-Mamá me lanza una mirada furibunda y hace mutis con el plato hacia la cocina.
El tito Agustín, aparte de la cabeza, también está mal del hígado y le dijo el médico que los huevos ni tocarlos y él se parte de risa diciéndome bajito antes de que vuelva mi madre de la cocina: “Yo los huevos ni tocarlos, yo los huevos ni tocarlos…”
Tampoco lo entiendo, pero creo que será mejor callarse y no preguntar porque este asunto de los huevos es un lío que si te dejas llevar puede hacerte perder la razón como al tito Agustín.
Una de las cosas de las que me hubiera hartado hasta morirme explotando eran los huevos al colchón, con su abriguito de bechamel, que preparaban las monjas. Eran como una croqueta plana con el huevo frito en su interior. De hecho, las he perdonado por los huevos. Únicamente. Sólo.
En mi casa los huevos de guardan en la fresquera, que es un armarito abierto al patio debajo de la ventana de la cocina y protegido de las moscas por una tela metálica.
Hay otros huevos de los que no se puede hablar como de los del caballo de “El Espartero” que está en Logroño y de los de Jacinto, el novio de Luci.
Jacinto, usa sandalias con calcetines y se peina una barbaridad. Cada dos por tres, saca del bolsillo posterior del pantalón un peinecito de carey y se da un repaso a todo el cráneo. Sostiene el peine de un extremo con mucha elegancia, y lo va arrastrando desde el nacimiento del pelo hasta el cogote con una rapidez y maestría que deja a Luci muda de admiración.
-¡Es que mi Jacinto en viéndole peinarse ya sabe una lo que vale! ¡Menudos huevos bien puestos tiene mi Jacinto!
…
-Mamá: este huevo está poco frito, la clara tiene moco.
-Esta Luci; mira que se lo tengo dicho. ¡Que harta estoy, Dios mío!
-Sin embargo, dice que su novio los tiene muy bien puestos.
-Mamá me lanza una mirada furibunda y hace mutis con el plato hacia la cocina.
El tito Agustín, aparte de la cabeza, también está mal del hígado y le dijo el médico que los huevos ni tocarlos y él se parte de risa diciéndome bajito antes de que vuelva mi madre de la cocina: “Yo los huevos ni tocarlos, yo los huevos ni tocarlos…”
Tampoco lo entiendo, pero creo que será mejor callarse y no preguntar porque este asunto de los huevos es un lío que si te dejas llevar puede hacerte perder la razón como al tito Agustín.
Por los pelos
En el portal me cruzo con “La pelos” que viene con su atado de toallas para vender.
-A tu casa voy.
Han dejado la cuerda puesta en la puerta, y paso sin llamar. La cuerda solo se quita de noche y los extraños y las visitas siempre llaman, porque saben que es para uso exclusivo de la gente de casa. En casi todas las casas hay cuerda, salvo en las de las personas desconfiadas, que son pocas.
-Mamá, tienes a “la pelos” en la puerta.
-Te he dicho mil veces que no la llames así. Se llama Carmen.
A “la pelos” la llaman “la pelos” porque es portuguesa, de El Alentejo, lugar en el que por lo visto las mujeres salen recias y cubiertas de vello, como los melocotones.
Los pelos son algo importantísimo en mi casa y en las casas donde hay madres y hermanas mayores. Mi madre a los de la cabeza les llama cabellos y los del resto del cuerpo vello, aunque para mí lo que tiene Carmen en el bigote son pelos de los corrientes.
Mis pelos de la cabeza me los aclaran con Camomila Intea y, a veces, me los rizan a lo Shirley Temple con unas tenacillas que calientan al fuego. A las madres les suele gustar el pelo rizado y yo lo tengo liso como los chinos del Japón.
Tener pelo en la cabeza ya sea rizado o liso, es fundamental, pero tenerlo fuera de ese espacio es un lío y un trabajo horroroso.
Bego, la hermana de mi amiga Nena, tiene dieciocho años y se pasa la vida frotándose las piernas con una manopla de cartón de lija hasta que se le queda la piel escamondá, sin pelos, suave como el terciopelo y con una capita blanca como de harina. En cambio los pelos de los sobacos (para mi madre axilas), se los quita con una crema que huele a perro muerto y los de las cejas se los arranca con unas pinzas.
Yo, sin embargo, me paso la vida bajándome las bragas y mirándome para ver si me ha salido alguno. Sería lo máximo. Una ilusión tremenda llegar a clase y contarle a todo el mundo que ya tengo pelos ahí. Pero; que si quieres arroz, Catalina. Lo tengo pelao como el cráneo de mi tío Agustín, que se pone su boina y se queda tan fresco. Mi tío Agustín como es esquizofrénico, no le importa nada ser calvo. En cambio mi abuela si perdiera el pelo que le queda se suicidaría matándose.
Esto de los pelos es una cosa muy seria y estupenda. Es un tema de conversación que da muchísimo de sí. Como los jerseys de punto bobo.
-A tu casa voy.
Han dejado la cuerda puesta en la puerta, y paso sin llamar. La cuerda solo se quita de noche y los extraños y las visitas siempre llaman, porque saben que es para uso exclusivo de la gente de casa. En casi todas las casas hay cuerda, salvo en las de las personas desconfiadas, que son pocas.
-Mamá, tienes a “la pelos” en la puerta.
-Te he dicho mil veces que no la llames así. Se llama Carmen.
A “la pelos” la llaman “la pelos” porque es portuguesa, de El Alentejo, lugar en el que por lo visto las mujeres salen recias y cubiertas de vello, como los melocotones.
Los pelos son algo importantísimo en mi casa y en las casas donde hay madres y hermanas mayores. Mi madre a los de la cabeza les llama cabellos y los del resto del cuerpo vello, aunque para mí lo que tiene Carmen en el bigote son pelos de los corrientes.
Mis pelos de la cabeza me los aclaran con Camomila Intea y, a veces, me los rizan a lo Shirley Temple con unas tenacillas que calientan al fuego. A las madres les suele gustar el pelo rizado y yo lo tengo liso como los chinos del Japón.
Tener pelo en la cabeza ya sea rizado o liso, es fundamental, pero tenerlo fuera de ese espacio es un lío y un trabajo horroroso.
Bego, la hermana de mi amiga Nena, tiene dieciocho años y se pasa la vida frotándose las piernas con una manopla de cartón de lija hasta que se le queda la piel escamondá, sin pelos, suave como el terciopelo y con una capita blanca como de harina. En cambio los pelos de los sobacos (para mi madre axilas), se los quita con una crema que huele a perro muerto y los de las cejas se los arranca con unas pinzas.
Yo, sin embargo, me paso la vida bajándome las bragas y mirándome para ver si me ha salido alguno. Sería lo máximo. Una ilusión tremenda llegar a clase y contarle a todo el mundo que ya tengo pelos ahí. Pero; que si quieres arroz, Catalina. Lo tengo pelao como el cráneo de mi tío Agustín, que se pone su boina y se queda tan fresco. Mi tío Agustín como es esquizofrénico, no le importa nada ser calvo. En cambio mi abuela si perdiera el pelo que le queda se suicidaría matándose.
Esto de los pelos es una cosa muy seria y estupenda. Es un tema de conversación que da muchísimo de sí. Como los jerseys de punto bobo.
Mi hermana
Al terminar las clases de
la mañana, suena la campana de salida y en el patio nos ponemos a jugar
a la goma esperando la salida de mi hermana para volver juntas a casa. A
veces me dan unos ataques de asma durante los que me siento
morir. El aire entre en mis pulmones con un esfuerzo inmenso y sale de
ellos con un pitido angustioso como de pez fuera del agua.
Como siempre, hago el recorrido tratando de no pisar raya hasta que empiezan a dolerme las pantorrillas.
-¡Deja de hacer tonterías y date prisa! Mamá dice que no se explica cómo tardamos tánto. ¡Anda, que cuando te vea como estás!
Los calcetines han desaparecido dentro de los zapatos, las rodillas las tengo, una vez más, llenas de de postillas que me arranco o desaparecen con un nuevo golpe. Hoy llevo un reguerillo de sangre seca que recorre toda la pierna, una coleta sí y una no y medio bajo del uniforme descosido y colgando.
-¡Vaya horas de llegar! ¡Hija de mi vida; ¿pero que te ha pasado?
-Fíjate mamá, es una mezcla entre los picaos de tu pueblo y Cantinflas.
Mamá es de San Vicente de la Sonsierra. Donde en Semana Santa salen las procesiones de “Los Picaos”. A mí me dan un miedo horroroso, pero siempre vamos.
-Ve a lavarte la cara y a peinarte. Así no te sientas a comer.
Mi madre convierte siempre la hora de la comida en una clase de urbanidad.
-Límpiate los labios antes de beber.
-Siéntate derecha.
-Mastica con la boca cerrada.
-Coge el cuchillo con la derecha.
…
-Mamá: este filete tiene más nervios que yo. Es una auténtica mierda.
-Ahora mismo coges tu plato y te vas a comer a la cocina. Y como vuelvas a hablar así es que te divido.
-¡Ya podías parecerte a un poco a tu hermana!
A mi madre le gusta mucho dividirme y ponerme como ejemplo las virtudes de mi hermana.
Yo a mi hermana me parezco como un huevo a una castaña, o sea, nada. Ni física ni moralmente. Físicamente porque yo soy larga y con el pelo claro y mi hermana es una niña menudita, morena y con cara de tener mucho fundamento y razón. Y moralmente porque yo vivo en pecado casi mortal y ella en estado de gracia. Estudiosa, reservada y sensible, me llevaba (y afortunadamente sigue llevándome) siete años que, por aquel entonces, eran una barbaridad.
En la actualidad, mi hermana es el resultado de una mezcla entre Agustina de Aragón, Teresa de Jesús, doña Concha Piquer, La Pasionaria, Cocó Chanel, la madre de Bambi y la Virgen de los Desamparados. Terca como una mula, tiene unas tablas de la ley propias de las que no se apea así la mates. Tiene también un terrible corazón que se le rebela cada dos por tres y jugándole malas pasadas, haciéndole llorar por cualquier ternura y dejándola con el culo al aire y a los demás sin saber qué hacer con nuestro amor por ella. Son lágrimas que se asoman desde dolores viejos que dejaron un clamor perpetuo de tristeza y soledad en su alma y en la mía. Dolores que mutilan definitivamente la arteria de los dolores leves.
Como siempre, hago el recorrido tratando de no pisar raya hasta que empiezan a dolerme las pantorrillas.
-¡Deja de hacer tonterías y date prisa! Mamá dice que no se explica cómo tardamos tánto. ¡Anda, que cuando te vea como estás!
Los calcetines han desaparecido dentro de los zapatos, las rodillas las tengo, una vez más, llenas de de postillas que me arranco o desaparecen con un nuevo golpe. Hoy llevo un reguerillo de sangre seca que recorre toda la pierna, una coleta sí y una no y medio bajo del uniforme descosido y colgando.
-¡Vaya horas de llegar! ¡Hija de mi vida; ¿pero que te ha pasado?
-Fíjate mamá, es una mezcla entre los picaos de tu pueblo y Cantinflas.
Mamá es de San Vicente de la Sonsierra. Donde en Semana Santa salen las procesiones de “Los Picaos”. A mí me dan un miedo horroroso, pero siempre vamos.
-Ve a lavarte la cara y a peinarte. Así no te sientas a comer.
Mi madre convierte siempre la hora de la comida en una clase de urbanidad.
-Límpiate los labios antes de beber.
-Siéntate derecha.
-Mastica con la boca cerrada.
-Coge el cuchillo con la derecha.
…
-Mamá: este filete tiene más nervios que yo. Es una auténtica mierda.
-Ahora mismo coges tu plato y te vas a comer a la cocina. Y como vuelvas a hablar así es que te divido.
-¡Ya podías parecerte a un poco a tu hermana!
A mi madre le gusta mucho dividirme y ponerme como ejemplo las virtudes de mi hermana.
Yo a mi hermana me parezco como un huevo a una castaña, o sea, nada. Ni física ni moralmente. Físicamente porque yo soy larga y con el pelo claro y mi hermana es una niña menudita, morena y con cara de tener mucho fundamento y razón. Y moralmente porque yo vivo en pecado casi mortal y ella en estado de gracia. Estudiosa, reservada y sensible, me llevaba (y afortunadamente sigue llevándome) siete años que, por aquel entonces, eran una barbaridad.
En la actualidad, mi hermana es el resultado de una mezcla entre Agustina de Aragón, Teresa de Jesús, doña Concha Piquer, La Pasionaria, Cocó Chanel, la madre de Bambi y la Virgen de los Desamparados. Terca como una mula, tiene unas tablas de la ley propias de las que no se apea así la mates. Tiene también un terrible corazón que se le rebela cada dos por tres y jugándole malas pasadas, haciéndole llorar por cualquier ternura y dejándola con el culo al aire y a los demás sin saber qué hacer con nuestro amor por ella. Son lágrimas que se asoman desde dolores viejos que dejaron un clamor perpetuo de tristeza y soledad en su alma y en la mía. Dolores que mutilan definitivamente la arteria de los dolores leves.
El vendedor de hielo
Me han comprado
unos zapatos "Gorila" porque me ha crecido el pié de repente. Yo crezco
así: me pongo mala con fiebre y se me estira el cuerpo. Mi madre se pasa
la vida sacando los bajos a mis faldas y quitando las marcas con la plancha y un trapo empapado en vinagre.
En mi casa se gasta mucho vinagre: para escabechar pimientos, guindillas, zanahorias, manojitos de pella, codornices... Los encurtidos se guardan en pequeñas tinajas de barro en la zona baja de la despensa mientras del techo cuelgan tiras grandes de costillas adobadas, tocino, chorizos y ristras de pimientos secos. En las baldas abundan los frascos de confitura de higos, las conservas caseras de tomate y las medias libras de chocolate "La Campana" para las meriendas.
Los sábados, la tienda de coloniales está llena de las personas que bajan de los pueblos a hacer la compra para la semana. Al ser Cuaresma, la guillotina de cortar el bacalao no para.
Algunos sábados o domingos, mi abuela prepara ensaladilla rusa y hoy Luci ha bajado a la tienda con un tazón de loza para que le pongan migas de bonito a granel.
Como la abuela sigue mal del estómago me manda a la farmacia a comprar yogures, olvido los cascos y debo subir otra vez a recogerlos porque si no, me los cobran. En la farmacia, el mancebo está despachando un paquete grande de algodón. El algodón viene enroscado sobre una tira larga de papel azul. En la rebotica, doña Hortensia lleva el libro de pedidos con fórmulas magistrales y me mira por encima de las gafas.
-Diles en tu casa que metan el yogur en la nevera.
...
El vendedor de hielo vocea su mercancía en la plaza de la Cruz y Luci le encarga media barra que él sube a mi casa cargada en el hombro y protegida por un saco. Luci paga con dos reales sacados del portamonedas.
-¡Ay, Fermín, tienes la mano helada!
-Déjame que te la meta en el escote y verás lo calentita que se me pone. (Le guiña un ojo a Luci que lo despide de un empujón).
Jacinto, el novio de la Luci, en cuanto le echó la vista encima a Fermín, le metió la mano en la cara y le saltó dos dientes.
...
-Pues vaya como le han dejado a usted la boca. Está usted hecho una lástima.
-Es que la profesión de vendedor de hielo es muy peligrosa, casi más que la de trapecista o domador de fieras corrupias.
-Pues haberse dedicado usted a escardar cebollinos.
-Y usted a mamarla, tío mierda.
No sigo porque acabaron en la Casa de Socorro y hubo que dar parte en el Cuartelillo de la Guardia Civil. Desde entonces a Fermín le dicen "El mellao".
Y todo por cuatro yogures.
En mi casa se gasta mucho vinagre: para escabechar pimientos, guindillas, zanahorias, manojitos de pella, codornices... Los encurtidos se guardan en pequeñas tinajas de barro en la zona baja de la despensa mientras del techo cuelgan tiras grandes de costillas adobadas, tocino, chorizos y ristras de pimientos secos. En las baldas abundan los frascos de confitura de higos, las conservas caseras de tomate y las medias libras de chocolate "La Campana" para las meriendas.
Los sábados, la tienda de coloniales está llena de las personas que bajan de los pueblos a hacer la compra para la semana. Al ser Cuaresma, la guillotina de cortar el bacalao no para.
Algunos sábados o domingos, mi abuela prepara ensaladilla rusa y hoy Luci ha bajado a la tienda con un tazón de loza para que le pongan migas de bonito a granel.
Como la abuela sigue mal del estómago me manda a la farmacia a comprar yogures, olvido los cascos y debo subir otra vez a recogerlos porque si no, me los cobran. En la farmacia, el mancebo está despachando un paquete grande de algodón. El algodón viene enroscado sobre una tira larga de papel azul. En la rebotica, doña Hortensia lleva el libro de pedidos con fórmulas magistrales y me mira por encima de las gafas.
-Diles en tu casa que metan el yogur en la nevera.
...
El vendedor de hielo vocea su mercancía en la plaza de la Cruz y Luci le encarga media barra que él sube a mi casa cargada en el hombro y protegida por un saco. Luci paga con dos reales sacados del portamonedas.
-¡Ay, Fermín, tienes la mano helada!
-Déjame que te la meta en el escote y verás lo calentita que se me pone. (Le guiña un ojo a Luci que lo despide de un empujón).
Jacinto, el novio de la Luci, en cuanto le echó la vista encima a Fermín, le metió la mano en la cara y le saltó dos dientes.
...
-Pues vaya como le han dejado a usted la boca. Está usted hecho una lástima.
-Es que la profesión de vendedor de hielo es muy peligrosa, casi más que la de trapecista o domador de fieras corrupias.
-Pues haberse dedicado usted a escardar cebollinos.
-Y usted a mamarla, tío mierda.
No sigo porque acabaron en la Casa de Socorro y hubo que dar parte en el Cuartelillo de la Guardia Civil. Desde entonces a Fermín le dicen "El mellao".
Y todo por cuatro yogures.
viernes, 28 de marzo de 2014
No tocar
En mi casa hay dos
objetos que me gustan muchísimo: una figurita de la virgen del Pilar que
brilla en la oscuridad con un verde intenso como de central nuclear y
una bola de cristal que, cada vez que la giras, hace nevar sobre la
torre Eiffel (que está en Francia). Esta bola llegó a casa con la
bajilla de Duralex y la botella de agua de la virgen de Lourdes. También
me gusta mucho el cajoncito del molinillo de café, la lata de los
botones, la caja con vitolas de puro y el tubo de Optalidón donde guarda
mamá mis dientes de leche después de negociar con el ratón Pérez. Estos
son los objetos que yo rescataría en un incendio (y no la cubertería de
plata como advierte mi madre).
La mayoría de las cosas de mi casa no se pueden tocar. Mejor dicho; YO, no las puedo tocar. Es más, en mi casa las frases: “eso no se dice” y “eso no se toca” son las más usadas, junto al “porque lo digo yo” como cierre de la conversación. Cuando toco algo que no debo y me pillan, siempre me dicen que mejor me toque las narices y eso no me cuesta trabajo hacerlo porque me gusta pegar los mocos debajo del tablero de la mesa de la cocina.
-No vayas a tocar la plancha, que está caliente.
Luci almidona los visillos del mirador y en la cocina huele a potaje de cuaresma.
-Deja el botijo en su sitio y bebe agua en vaso, no sea que lo rompas.
Nada más decirlo, el botijo resbala de mis manos y se hace cascotes sobre los mosaicos negros y blancos.
-¡Esto es el acabose! Tú no tienes manos, tú tienes patas como los burros.
-¡Señoraaaaa!
Me saco a mí misma a la escalera antes de que me mande mi madre. Yo tengo iniciativas, aunque no se me valoren.
Hace poco, saqué de su cunita el niño Jesús de mi hermana para abrigarlo porque estaba en bragas y, nada más cogerlo, se le partió el brazo derecho por la ingle. Ha sido un drama grandísimo porque era un niño Jesús y, en mi casa, hasta besamos el pan cuando se cae al suelo, con eso lo digo todo. Yo lo del pan lo entendí tarde (como todo lo demás) cuando me explicaron que el pan era de Dios y las chuletas sin embargo no.
Al final, los motivos que te alejan de la iglesia son insondables, como los caminos del Señor.
La mayoría de las cosas de mi casa no se pueden tocar. Mejor dicho; YO, no las puedo tocar. Es más, en mi casa las frases: “eso no se dice” y “eso no se toca” son las más usadas, junto al “porque lo digo yo” como cierre de la conversación. Cuando toco algo que no debo y me pillan, siempre me dicen que mejor me toque las narices y eso no me cuesta trabajo hacerlo porque me gusta pegar los mocos debajo del tablero de la mesa de la cocina.
-No vayas a tocar la plancha, que está caliente.
Luci almidona los visillos del mirador y en la cocina huele a potaje de cuaresma.
-Deja el botijo en su sitio y bebe agua en vaso, no sea que lo rompas.
Nada más decirlo, el botijo resbala de mis manos y se hace cascotes sobre los mosaicos negros y blancos.
-¡Esto es el acabose! Tú no tienes manos, tú tienes patas como los burros.
-¡Señoraaaaa!
Me saco a mí misma a la escalera antes de que me mande mi madre. Yo tengo iniciativas, aunque no se me valoren.
Hace poco, saqué de su cunita el niño Jesús de mi hermana para abrigarlo porque estaba en bragas y, nada más cogerlo, se le partió el brazo derecho por la ingle. Ha sido un drama grandísimo porque era un niño Jesús y, en mi casa, hasta besamos el pan cuando se cae al suelo, con eso lo digo todo. Yo lo del pan lo entendí tarde (como todo lo demás) cuando me explicaron que el pan era de Dios y las chuletas sin embargo no.
Al final, los motivos que te alejan de la iglesia son insondables, como los caminos del Señor.
El corazón
Camino del colegio los lápices despuntados
suenan dentro del plumier de dos pisos. Un plumier de madera con un
dibujo en la tapa corredera de la ratita presumida.
Salgo de casa con el uniforme planchado y el pelo tan estirado que voy a terminar teniendo cara de china. La camiseta me pica un horror y la faja intex se me enrolla en la cintura. La faja en mi casa es obligatoria y tiene la finalidad de abrigar lo que mi abuela llama “la caja del cuerpo”. Según ella, si llevas esa parte resguardada puedes ir con lo demás al aire sin peligro de catarros. Esto, en mi caso, está comprobado empíricamente que no funciona porque yo me los pillo mortales. En inviernos de fríos intensos y grandes nevadas y hasta que se inventaron lo leotardos, fuimos al colegio con calcetines y las piernas desnudas.
Entramos al colegio a través de una puerta verde metálica que se abre a un patio grande en el que hacemos la gimnasia, jugamos al baloncesto, al truquemé, al rescate, a la goma… A la izquierda del patio y subiendo dos escalones aparece una pequeña zona arbolada con un estanque. En su centro se yergue una figura de María Inmaculada y a sus pies, entre trozos de pan, hojas secas y algún envoltorio de caramelo, nadan peces anaranjados.
De abrir la puerta principal, ayudar en tareas del comedor y hacer recados se encarga Consuelito, una niña de las que estudian con beca. Consuelito tiene prohibido llevar uniforme para que no la confundan con “las de pago”. Consuelito es una niña listísima que saca las mejores calificaciones. Escribe con una letra muy pequeña y aprovecha toda la superficie del papel, incluso los márgenes. Ella no pone el punto sobre la i con forma de circulito, ella lo pone normal y corriente.
Consuelito ha llegado a ser una gran cirujana cardiovascular en el hospital Clínico San Carlos de Madrid. Es discreta y eficaz, no alardea, y su función principal es la de reforzar los graves. Consuelito es como el contrabajo en la orquesta.
Consuelito repara corazones de otros porque conoce en carne propia el sentimiento de tenerlo roto.
Consuelito sin embargo no ha tenido que reparárselo a ninguna de las monjas del colegio. Será porque ellas son paces de vivir sin él, como las medusas, los gusanos y los alienígenas.
Salgo de casa con el uniforme planchado y el pelo tan estirado que voy a terminar teniendo cara de china. La camiseta me pica un horror y la faja intex se me enrolla en la cintura. La faja en mi casa es obligatoria y tiene la finalidad de abrigar lo que mi abuela llama “la caja del cuerpo”. Según ella, si llevas esa parte resguardada puedes ir con lo demás al aire sin peligro de catarros. Esto, en mi caso, está comprobado empíricamente que no funciona porque yo me los pillo mortales. En inviernos de fríos intensos y grandes nevadas y hasta que se inventaron lo leotardos, fuimos al colegio con calcetines y las piernas desnudas.
Entramos al colegio a través de una puerta verde metálica que se abre a un patio grande en el que hacemos la gimnasia, jugamos al baloncesto, al truquemé, al rescate, a la goma… A la izquierda del patio y subiendo dos escalones aparece una pequeña zona arbolada con un estanque. En su centro se yergue una figura de María Inmaculada y a sus pies, entre trozos de pan, hojas secas y algún envoltorio de caramelo, nadan peces anaranjados.
De abrir la puerta principal, ayudar en tareas del comedor y hacer recados se encarga Consuelito, una niña de las que estudian con beca. Consuelito tiene prohibido llevar uniforme para que no la confundan con “las de pago”. Consuelito es una niña listísima que saca las mejores calificaciones. Escribe con una letra muy pequeña y aprovecha toda la superficie del papel, incluso los márgenes. Ella no pone el punto sobre la i con forma de circulito, ella lo pone normal y corriente.
Consuelito ha llegado a ser una gran cirujana cardiovascular en el hospital Clínico San Carlos de Madrid. Es discreta y eficaz, no alardea, y su función principal es la de reforzar los graves. Consuelito es como el contrabajo en la orquesta.
Consuelito repara corazones de otros porque conoce en carne propia el sentimiento de tenerlo roto.
Consuelito sin embargo no ha tenido que reparárselo a ninguna de las monjas del colegio. Será porque ellas son paces de vivir sin él, como las medusas, los gusanos y los alienígenas.
La sandalia sin tacón
Pinedo, el zapatero, me quiere. Cuando nos
persiguen los chicos para tirarnos chinas, él me deja pasar a su taller
para esconderme. Me quedo absorta mirando cómo extiende el pegamento en
un trozo de cuero y lo coloca sobre la
suela estropeada recortando los bordes con la cuchilla. Después, mete el
zapato en un soporte de hierro y aporrea la suela con el martillo.
La mesa está llena de celdillas de madera y en cada una hay clavos de distintos tamaños.
-Pinedo: me gusta mucho tu trabajo, cuando sea mayor me haré zapatera.
-Anda, anda, no digas tontadas.
Él saca la tartera del almuerzo envuelta en una servilleta de cuadros azules y un trozo de hogaza dorado y brillante.
-Hoy me ha puesto mi señora tortilla de escabeche. A mí es que el escabeche me gusta mucho.
-Y a mí también.
Pinedo corta un trozo de pan y le pone encima parte de su tortilla.
-Toma hija, verás que buena está.
Lleva en la bota un vino recio de cosechero y me la pasa advirtiéndome que beba solo un sorbito.
En la Rioja los niños probamos el vino desde pequeños. A veces, como merienda, sobre pan macizo con azúcar por encima o en las comidas mezclado con gaseosa o agua. El vino cría sangre y amor y respeto por la tierra que lo pare.
-Pinedo: ¿Tú eres feliz? Yo es que de mayor, aparte de zapatera, quisiera ser feliz.
-Pues, hija de mi vida, será mejor que te pongas ya a ello porque yo lo veo la mar de difícil. Igual estudiando…
-Pinedo: ¿Tú crees que mi madre resucitará si estudio y me como siempre las lentejas sin rechistar?
Pinedo pasa su mano por mi pelo con una ternura que desmiente su aspecto rudo y le pone los ojos brillantes.
-¡Cosas más raras se han visto, oye! Tú, mientras resucita, ponte a estudiar y eso que te llevarás por delante.
Me despide con una sonrisa forzada mientras se limpia una lágrima con gesto rápido.
Al salir me cruzo con una señora que lleva mal envuelta en papel de periódico una sandalia blanca sin tacón.
(Hasta en las infancias más tristes (y quizá sólo en estas) existe un “Portuga”*, un personaje adulto que nos consuela con su sola presencia. Un cómplice en el mundo de los mayores capaz de ver lo solos, temerosos, inseguros y culpables que nos sentimos por el hecho de ser niños.
La infancia es, a veces, un lugar deshabitado, un espacio en el que buscarse a través de la nada y en el que existimos en la medida en que somos amados.
Un tiempo al que, a pesar de todo, quisiera en ocasiones volver sólo para encontrarme con Pinedo, el zapatero amable de mi calle y contarle que un instante de mi felicidad le pertenece).
*Personaje de la novela “Mi planta de naranja-lima”. J.M. Vasconcelos.
La mesa está llena de celdillas de madera y en cada una hay clavos de distintos tamaños.
-Pinedo: me gusta mucho tu trabajo, cuando sea mayor me haré zapatera.
-Anda, anda, no digas tontadas.
Él saca la tartera del almuerzo envuelta en una servilleta de cuadros azules y un trozo de hogaza dorado y brillante.
-Hoy me ha puesto mi señora tortilla de escabeche. A mí es que el escabeche me gusta mucho.
-Y a mí también.
Pinedo corta un trozo de pan y le pone encima parte de su tortilla.
-Toma hija, verás que buena está.
Lleva en la bota un vino recio de cosechero y me la pasa advirtiéndome que beba solo un sorbito.
En la Rioja los niños probamos el vino desde pequeños. A veces, como merienda, sobre pan macizo con azúcar por encima o en las comidas mezclado con gaseosa o agua. El vino cría sangre y amor y respeto por la tierra que lo pare.
-Pinedo: ¿Tú eres feliz? Yo es que de mayor, aparte de zapatera, quisiera ser feliz.
-Pues, hija de mi vida, será mejor que te pongas ya a ello porque yo lo veo la mar de difícil. Igual estudiando…
-Pinedo: ¿Tú crees que mi madre resucitará si estudio y me como siempre las lentejas sin rechistar?
Pinedo pasa su mano por mi pelo con una ternura que desmiente su aspecto rudo y le pone los ojos brillantes.
-¡Cosas más raras se han visto, oye! Tú, mientras resucita, ponte a estudiar y eso que te llevarás por delante.
Me despide con una sonrisa forzada mientras se limpia una lágrima con gesto rápido.
Al salir me cruzo con una señora que lleva mal envuelta en papel de periódico una sandalia blanca sin tacón.
(Hasta en las infancias más tristes (y quizá sólo en estas) existe un “Portuga”*, un personaje adulto que nos consuela con su sola presencia. Un cómplice en el mundo de los mayores capaz de ver lo solos, temerosos, inseguros y culpables que nos sentimos por el hecho de ser niños.
La infancia es, a veces, un lugar deshabitado, un espacio en el que buscarse a través de la nada y en el que existimos en la medida en que somos amados.
Un tiempo al que, a pesar de todo, quisiera en ocasiones volver sólo para encontrarme con Pinedo, el zapatero amable de mi calle y contarle que un instante de mi felicidad le pertenece).
*Personaje de la novela “Mi planta de naranja-lima”. J.M. Vasconcelos.
lunes, 24 de marzo de 2014
Mi abuela y la electricidad
(Mi
querida abuela Presen, sentada en su butaca acicalándose. Sobre la mesa,
su espejito trípode devolviéndole una cara llena de arrugas que ella
sigue combatiendo a base de leche de pepinos “Pond´s” y disimulando
con polvos “Maderas de Oriente”, tono “Delhi”. Usa un carmín rojo vivo y
lo extiende cuidadosamente para, a continuación, retirar la parte
sobrante con papel de seda. Antes de comenzar a maquillarse, ha colocado
una pinza de presión en una onda de pelo rebelde que no está en su
sitio. Lleva un peinador azul claro que retira al acabar de arreglarse.
Mi abuela no recibe a nadie hasta concluir esta operación de
restauración y mudar sus zapatillas por unos zapatos de tacón bajo).
Mi abuela no descubrió la electricidad, pero casi. En mi casa, la instalación eléctrica es un caos y resulta verdaderamente milagroso que nadie haya muerto electrocutado al intentar enchufar cualquier aparato. Todo son empalmes a base de esparadrapo, resistencias quemadas y planchas con láminas de amianto plateadas como lomos de sardinas.
Se funden los plomos por segunda vez en esta noche todavía fría, de primavera.
-¿Se puede saber qué habéis enchufado?
A medida que voy acercándome a la cocina, el olor a baquelita quemada se hace más intenso.
-Toma: pela este cable, a ver si consigues sacar unos hilos para arreglar los plomos.
-¿Cuántos quieres, abuela?
-Vamos a meterle un manojo gordo, así aguantará más.
-Abuela: dice el tío Miguel que parecemos una sucursal de la “Vasco-Alavesa” y que cualquier día vamos a tener una desgracia.
Entonces ella me larga una retahíla sobre electricidad negativa, positiva, los filamentos y qué sé yo cuántas cosas más. Conviene cortarla rápido cambiando de tema.
-Abuela: ¿Tú crees que llegarán a la luna los americanos?
-Hija; lo importante no es saber si van a llegar, sino para qué quieren llegar.
En momentos así, miro a mi abuela con respeto reverencial, como si dentro de ella viviera una mujer extraordinaria que asomara sólo en momentos mágicos como éste.
Mi abuela no descubrió la electricidad, pero casi. En mi casa, la instalación eléctrica es un caos y resulta verdaderamente milagroso que nadie haya muerto electrocutado al intentar enchufar cualquier aparato. Todo son empalmes a base de esparadrapo, resistencias quemadas y planchas con láminas de amianto plateadas como lomos de sardinas.
Se funden los plomos por segunda vez en esta noche todavía fría, de primavera.
-¿Se puede saber qué habéis enchufado?
A medida que voy acercándome a la cocina, el olor a baquelita quemada se hace más intenso.
-Toma: pela este cable, a ver si consigues sacar unos hilos para arreglar los plomos.
-¿Cuántos quieres, abuela?
-Vamos a meterle un manojo gordo, así aguantará más.
-Abuela: dice el tío Miguel que parecemos una sucursal de la “Vasco-Alavesa” y que cualquier día vamos a tener una desgracia.
Entonces ella me larga una retahíla sobre electricidad negativa, positiva, los filamentos y qué sé yo cuántas cosas más. Conviene cortarla rápido cambiando de tema.
-Abuela: ¿Tú crees que llegarán a la luna los americanos?
-Hija; lo importante no es saber si van a llegar, sino para qué quieren llegar.
En momentos así, miro a mi abuela con respeto reverencial, como si dentro de ella viviera una mujer extraordinaria que asomara sólo en momentos mágicos como éste.
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