El tiempo, cada año, deja una marca más. En el
pelo, en la piel, en la memoria. Todo parece ajado y polvoriento y ya
no tengo fuerzas para entrar en reformas y limpiezas profundas. Me
acomodo a lo viejo: mi sillón y mis chales de color desvahido, mis libros acunados, mis fotos sepia y la taza sin asa.
No me quiero asomar a este catorce incierto. Ya aprendí que no hay
nadie, salvo yo, que me libre del miedo y de la angustia que acompaña el
vivir.
Y me quedo pequeña ante lo nuevo, temerosa de abrir
una caja de días que deberé llenar de esperanzas posibles, de
paciencias, de voluntades que no me acompañan, de nuevos gestos para
engañar de lado a la rutina.
Hoy me quedo en mi viejo sillón, viendo pasar las nubes y el cansancio de ser.
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