Hoy preparando maletas entre nieblas y frío.
Recuerdo los eternos viajes de mi infancia, en trenes de asientos de
madera y olor a carbonilla. Transbordos nocturnos en Medina del Campo y
ese paisaje cambiante trás los cristales empañados, luces de caseríos en medio de la noche y amaneceres lentos que asomaban trás montes recortados.
Yo viajaba con todos mis sentidos y era el viaje en sí mismo la
aventura. La llegada significaba salir de aquel vagón lleno de imágenes y
dejar de volar.
Nunca fueron mis viajes como entonces, pero
recorro a veces ese tiempo abrigado y el sonido del revisor avisa:
¡Medina del Campo. Parada y fonda!
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