He subido al desván y detrás de unas cajas cerradas estaba mi terapeuta de toda la vida.
-¿Cómo usted por aquí, doctora Mastuerzo?
-Ya ves, revolviendo en el pasado. Y tengo que decirte que el tuyo lo
veo turbio. Aquí aparece por ejemplo esta cesta-punta que sin duda debió
pertenecer a tu tío Paco de Rentería, junto a éstas sabatilles llenas
de polvo de tu tieta Monserrat. Dentro del baúl que ves a
la derecha están la faja y el cachirulo de jotero de tu abuelito Andreu
que era de Girona pero veraneaba en Ateca, cerca de Zaragoza y las
medias de cristal con costura de aquella vicetiple amante de tu tito
Agustín, el esquizofrénico.
-Mi tito Agustín era lo mejor de la
familia y porque era así, se hizo cargo el solito de todas las neuras
colectivas y de las desavenencias autonómicas.
-¿Y estas bragas de esparto?
-Esas eran de mi tía Marisa, que fue monja de clausura y era mucho de
autocastigarse. A la tía Marisa la violó de jovencita un feriante de los
autos de choque y por eso se tuvo que meter a monja. Una contrariedad
grandísima para toda la familia, ya que éramos todos protestantes.
-¿Y qué me dices de este irrigador y esta colección de bragueros
ortopédicos junto a un montón de mazos de barajas francesas sin
comodines?
-....
-¿Cree usted, doctora Mastuerzo, que estas
historias tengan algo que ver con mis crisis de ansiedad y mis
trastornos alimentarios?
-Pues podría ser. Yo ni afirmo ni niego, sino todo lo contrario.
-Supongo que no me cobrará usted la sesión después de lo entretenida que está pasando la tarde.
-Pues podría ser que sí.
-Ya me la venía venir.
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