Mamá me despierta cuando aún es de noche.
-¿Tú no querías ver cómo se cogen los espárragos? Pues anoche vino el
tío Miguel a traer cangrejos y dijo que a las seis estuvieras en el
portal.
Luci ha metido papel y unas astillas
en la cocina y el fuego prende alegre y alto antes de sofocarlo con una
paletada de carbón y colocar los discos para cerrar la hornilla.
La leche deja una capa de nata en el tazón de loza, que retiro para
tomarla más tarde con azúcar. Mientras; Luci corta finas lascas de pan
apoyando la hogaza contra el pecho.
-Las sopas de leche tienen mucho alimento.
-Pues pa ti todas. Yo quiero un hornazo.
-¡Ay que maja! ¡En este mismo momento estaba pensando yo en llegarme
hasta el obrador a comprarle un hornazo y un poco de mierda en bote a la
niña!
La lata del “Cola Cao” tiene dibujos de chinos y en el frente
de ésta pone “Botiquín”. También tenemos otra que pone “Pañuelos”. La
que ponía “Cartas” se la quedó Luci para guardar las que le manda su
madre.
La madre de Luci es una señora muy graciosa y vestida de
negro que cuando baja del pueblo siempre viene a visitarnos por ver a su
hija.
A veces mamá tiene que hacer esfuerzos tremendos para no reírse.
-¡Ay señora, yo las cosas las digo siempre con la boca bien alta! Y así
me va, porque hay quien que se agarra a un ascua ardiendo, o a una
sardina y a mí eso no me va porque esto ya exclama al cielo.
A mí, cuando viene la madre de Luci me mandan a chiflar a la vía no vaya a ser que me ría y tengamos un disgusto con Luci.
El tío Miguel silba desde la calle y bajo los escalones de tres en
tres. Cuando llego al principal Laika y Marilín, las perras de Vicentín y
de doña Pepa se ponen a ladrar frenéticamente.
Mi prima Vega lleva una cesta con el almuerzo y mi tío, de buen humor, me revuelve el pelo y me da una colleja en el culo.
-¡Andando!
Al rebasar las últimas casas del pueblo, comienza a amanecer. El aire
es fresco y húmedo y los montes Obarenes se dibujan en un horizonte que
arropa amorosamente el valle. Sobre los robles y quejigos, vuelan
alimoches y halcones peregrinos. El campo huele casi a mar, de tan azul
el día.
Los espárragos hay que sacarlos antes de que la punta
salga de la tierra y la luz del sol ponga oscura su blanca y delicada
yema.
Mi prima y yo, enseguida nos cansamos de cogerlos y nos
dedicamos a explorar el terreno. Nos acercamos a la linde de una viña
donde hay un melocotonero cargado de fruta. Los melocotones de viña son
pecosos, perfumados y dulces. Como el rincón del cuello de las madres.
Mi tío, en cuclillas señala un brote entre la hierba:
-Son ajetes, están buenos en revuelto.
No sentamos en el lindero a almorzar de una tartera con jibias que ha
preparado mi tía Petra y media hogaza de pan rellena de unos trozos
hermosos de chorizo frito. El sol ya está alto y la bota pasa de mano en
mano.
-¡A ver si os vais a poner piripis y voy a tener que cargar con las dos hasta casa!
Mi tío Miguel empuja su boina hacía la coronilla dejando ver un espacio
de frente no tocado por el sol. Las arrugas de su cara parecen cortes
de navaja y bajo sus ojos expresivos y alegres aparece una nariz potente
y con carácter.
Ojos, manos queridas que ahora tampoco están, pero
que mi memoria rescata revolviendo mi pelo, posándose en los días con
más luz de mi infancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario