Los periódicos en mi infancia tenían más
aprovechamiento que ahora. Ahora, un periódico apenas sirve para
informar mal y si embargo entonces, una vez leídos, se cortaban y
pinchaban en un gancho en la pared del retrete. El único
papel que no se reciclaba para este fin era la hoja parroquial. En las
páginas de “El Correo Español/El Pueblo Vasco” se envolvían los
bocadillos y las castañas en otoño. Con las del diario “Ya”, al ser de
mayor tamaño, se abrigaban el pecho los que andaban en moto.
Me
recuerdo sentada en el váter, leyendo en el TBO los inventos del
profesor Franz de Copenhague e imaginando cómo sería esa máquina que
conseguiría hacer vino con los zapatos viejos.
Luci entra sin llamar.
-¡Cagona!
Luci, en combinación, se lava los sobacos con “Heno de Pravia” y lo
hace cantando el “El bayón de Ana”: “Ahí viene el negro zumbón, bailando
alegre el bayón…”. Se contonea, hermosa y joven ante el espejo y, de
pronto, sus viejas zapatillas me dan tanta pena que me echo a llorar.
-Luci: cuando sea mayor te voy a comprar unas zapatillas de bailarina.
Luci me limpia el culo con papel del “El elefante” y me da un beso
sonoro y apretado, un beso de labios calientes por ser de los que suben
directamente del corazón hasta la boca.
-Señora: yo cualquier día me como a esta niña.
-¿Y no podría ser hoy mismo?
Mamá es la reina del sarcasmo, pero ahora no me importa porque en los brazos de Luci me siento a salvo.
-Luci: ¿Por qué cuando te enfadas me dices que me vaya a cagar a la vía?
Luci no contesta y se lanza conmigo en brazos por el pasillo:
-“… Tengo ganas de bailar el nuevo compás, dicen todos cuando me ven pasar: ¿Chica, dónde vas? ¡Me voy a bailar, el bayón!”.
Lucía hizo honor a su nombre y su recuerdo quedó encendido en mí como
una estrella fugaz que se descuelga en el cielo de la memoria.
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