Mi hermana se ha ido al pueblo con Luci por
sacar buenas notas. Y a mí me han apuntado a una academia por suspender
seis por los pelos. Lo digo porque cuando apruebo algo siempre me dicen
que ha sido por los pelos, pues digo yo que tendrá que valer también para suspender.
A falta de campo y playa, bajo al río armada con un bañador de tela de
algodón, fruncido por tiras de gomas que lo ciñen al cuerpo. El bañador
tarda años en secar y me deja las ingles desolladas. Llevo también un
gorro de baño con estribo bajo la barbilla y unas sandalias de goma con
hebillas.
Mamá, con un sombrero de paja en forma de cono, permanece a
la sombra, sentada en una silla de tijera y charlando con una señora
que viene cada año de veraneo con su hijo Antxon. Su marido se queda en
Amorebieta al cuidado del comercio y viene solo los domingos.
Mamá, cada tanto, cuenta las vueltas de la labor.
-Este perlé me da mala espina, creo que hará bolas a la primera lavada.
-¡Ené, Mª Luisa, pero si ya te dije no compraras!
Mamá me hace señas para que me acerque a saludar.
-Kaixo, Nené.
-Hola.
-Báñate con Antxonito, neska. Como nadar sabes tú, tranquila me quedo.
La madre de Antxonito habla castellano como los indios navajos de las películas americanas.
En la orilla hay piedras cubiertas de un musgo resbaladizo y hay que
andar con cuidado. El río baja manso en esta zona y conozco cada tramo.
Sé que debajo del segundo arco del puente no se hace pie, así que nos
quedamos bajo el primero, donde el agua nos llega a la cintura.
Antxonito mueve brazos y piernas como si le estuviera dando un ataque. No se hunde porque lleva un flotador con forma de pato.
-¡Ama: mira, ya nado!
Su madre hace gestos con las manos y lo mira embelesada con la cara cubierta con varios kilos de Nivea.
Antxonito lleva un moco asqueroso colgando y una expresión de triunfo
que da más asco todavía. En ese momento me posee un odio terrorífico y
aprovecho que su madre no mira y le hago una aguadilla prácticamente
mortal. Cuando consigue sacar la cabeza del agua ya no tiene el moco
pero sí un berrinche que no le deja romper a llorar.
La vasca gorda y mi madre vienen corriendo y yo salgo huyendo mientras escucho a mi madre gritar:
-¡Verás cuando te pille!
De vuelta en casa, y antes de que la zapatilla de mi madre entre en
acción, subo al desván y me escondo en el armario. He descubierto que
puedo llegar a ser una asesina de niños vascos con mocos y eso me asusta
un poco, pero menos que la zapatilla de mi madre.
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