miércoles, 4 de junio de 2014

Tormenta de verano

La terraza del Café Suizo está desierta y sobre los veladores aparecen todavía los restos del vermut. En el velador más cercano a la puerta giratoria han estado sentadas la mamá de Víctor de la Rosa, las viudas de Asenjo y Bonilla y la señora de Retuerto. Todas haciendo labor de punto.
Una oleada de aire caliente baja por El Arrabal arrastrando las primeras hojas secas y haciendo que la sotana de don Abilio se agite tras él como las alas de un cuervo. Viene de dar clase en el seminario y entra en el portal de casa de su hermana, que deja caer las cortinas del mirador y se mete hacia adentro al verlo llegar.
Don Abilio tiene maneras de gendarme de la iglesia, de abanderado de la carcundia y de engatusador de infantes. Todo junto y a la vez. Don Abilio, cuando dirige los ejercicios espirituales, nos llama zorras y sepulcros blanqueados, pero a mí no me importa porque en casa estamos todos bendecidos por el Papa Pío XII (mi abuela lo consiguió hace años pagando doscientas pesetas) y tenemos indulgencia plenaria.
Bajo los soportales de la plaza y en las vitrinas adosadas a los arcos se exponen las carteleras de los cines. En el Bretón de los Herreros echan una del oeste (que descartamos porque casi no salen chicas) y en el Gonzalo de Berceo ponen “Marisol rumbo a Río” que ya la hemos visto, así que decidimos ir a merendar a mi casa y quedarnos a jugar en la solana.
Al salir de los soportales comienzan a caer unas gotas gordas como garbanzos y un trueno rasga el aire. Doña Concha, que sale en ese instante de su casa, se santigua dos veces; la primera por hacerlo siempre al poner el pie en la calle y la segunda para rogar a Santa Bárbara que no la parta un rayo. Nos saluda al pasar con una exclamación de agobio.
-¡Hola, majas! ¡Vaya sofoco de tarde! A ver si consigo llegar a la mercería sin ponerme como una sopa.
El olor a tierra mojada que brota de los jardines que rodean el templete de la musica, se mezcla con el que ha dejado a su paso doña Concha, un olor violento a perfume barato.
-No se preocupe usted, serán cuatro gotas.
Pero las cuatro gotas se convierten pronto en un aguacero descomunal que convierte la calle del Arrabal en un torrente. Las rejas de las alcantarillas están cegadas por la acumulación de hojas, y el agua buscando camino, arrea por la calle de La Vega arrastrando cientos de palillos del suelo de la terraza del café y una pluma de paloma gris que navega rápida y pronto se pierde de vista.

Las tardes de verano suelen quedar dormidas en la piel de la memoria. A veces basta una gota de lluvia para despertarlas y llevarnos ahí, al lugar donde el rayo iluminó el corto espacio que fue nuestro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario