Don Máximo de Aran pertenece a esa casta de
personas que hacen de lo inútil un arte como, por ejemplo, don Sabino
Ardanza que aúna el ejercicio de la medicina con la construcción de
catedrales hechas con palillos de dientes,
o como don Venancio Requejo, vecino también de la calle del Arrabal,
que mete barcos dentro de botellas y los deja varados para siempre sobre
la repisa de la chimenea. Hoy ha terminado de recluir en su casa de
cristal a “El Bounty”, velero británico del famoso motín.
Don
Máximo de Aran se dedica a recopilar hijos Célebres de Albelda de Iregua
y le va pasando las noticias a don Constantino Garrán quien ya tiene
casi ultimado el primer tomo de la “Galería de Riojanos Ilustres” con
licencia del Arzobispado de Valladolid.
Don Constantino Garrán,
después de dedicarle el libro a su padre, hace un ofrecimiento muy
sentido y escolástico: “Al poner la pluma en el papel para comenzar a
escribir este libro, le ofrezco muy de corazón a mayor gloria de Dios y
en honor y honra de San Millán de la Cogolla, Santo Domingo de Silos,
fundadores, y Santa Auria, Virgen, najerinos insignes y esclarecidos
hijos del gran Patriarca San Benito. Su celestial protección me valga
para darle feliz término, y su asistencia preciosa me sea constante
hasta el postrer suspiro de mi vida”.
A don Constantino Garrán le huele la boca a pies.
-Sí, claro. No tiene nada de particular. A los que escriben estas cosas les suele pasar.
-¡Ah, ya!
Don Venancio Requejo (el embotellador de barcos) se acuesta pronto, después de cenar un huevo duro y una sardina escabechada.
Don Venancio tiene un sueño profundo y roncador y cae en él escuchando
el tintineo de las jarcias de los veleros amarrados en los puertos de
cristal. Navíos a los que respeta el temporal y no hunde la galerna.
Puertos tristes y sin viento, como el corazón de don Venancio, que no
conoce el mar.
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