Mamá ha pedido una conferencia con Madrid y
después nos ha contado que Luisi, la muchacha de mi tía Marita, se ha
casado de la noche a la mañana con un señor de Aranda de Duero que tiene
una fábrica de morcillas. Mi tía Marita, atroz devota de San Antonio, ya está hablando de milagro porque Luisi; además de entrada en años y carnes es más fea que Picio.
Y habla de milagro porque en Junio me tocaba revisión con el doctor
Ruíz de Embito y fuimos mamá y yo a Madrid. El día trece, mi tía nos
llevó a la Luisi y a mí a la ermita de San Antonio de la Florida. Fuimos
en taxi desde la plaza de Barceló porque la Luisi se empeñó en ir
disfrazada de chulapa con gafas. Su prima Remedios, que también sirve en
Chamberí en la calle de Luchana, le dejó el vestido y mi tía Marita un
mantón de Manila de seda rojo que le iba como un tiro al vestido de
percal con lunares amarillos. Daban ganas de cuadrarse como los quintos
ante la bandera. Como no había clavel para la cabeza, se puso uno de
plástico de los que tiene en su habitación en un jarrón de barro con un
lema que dice: “Recuerdo de Torrelodones”. Mi madre viendo el panorama
decidió quedarse, más que nada porque mi madre a lo que más teme en el
mundo es a hacer el ridículo.
A las puertas de la ermita se forman
cada trece de Junio unas colas larguísimas de mujeres que quieren
sacarse novio. Vuelcan trece alfileres en la pila bautismal y ponen la
mano sobre el montón. Según los que te queden clavados en la palma, ese
será el número de novios que te saques ese año.
Hay alguna que saca clavados hasta seis alfileres.
-¡Que vergüenza!
-¡Caray, qué tía!
-¿Qué quieren ustedes que haga? ¡Suerte que tiene una!
La Luisi sale de la ermita con la cara arrebolada y sonriente. Lleva un
único alfiler en su mano cerrada. Ella sabe que no vale cuando se
prenden muchos, el bueno es el que se clava fuerte, duele y hace sangre.
Como el amor.
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